El arsénico de una antigua mina amenaza los acuíferos de Guadalix
Científicos del CSIC hallan restos en torno a un viejo yacimiento de wolframio
De forma tan imperceptible como constante, década tras década. Así se ha contaminado el suelo cercano a una mina de wolframio de los años treinta abandonada, en el municipio de Guadalix de la Sierra (6.071 habitantes), según una investigación de geoquímicos del Museo Nacional de Ciencias Naturales y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. El trabajo, publicado en la revista científica Science of the total environment, alerta de la necesidad de descontaminar la superficie afectada y retirar los residuos, que podrían alcanzar los acuíferos próximos.
La mina se encuentra en una zona accesible, próxima al cerro de San Pedro, entre Guadalix y Colmenar Viejo. En los años treinta sirvió para abastecer a la Alemania de wolframio, un metal que España exportaba y que los nazis empleaban en la fabricación de armamento pesado. La explotación fue abandonada tras la Segunda Guerra Mundial. Pero allí, en plena sierra madrileña, quedaron los restos de arsénico, un elemento químico natural y altamente tóxico en su forma inorgánica, que se libera, por ejemplo, al extraer metales del subsuelo.
Los residuos que se generaron en la mina de Guadalix se almacenaron utilizando escorodita, un mineral compuesto a partes iguales por hierro y arsénico, que se emplea en la industria minera para aislar y deshacerse de este producto tóxico de forma segura, evitando que contamine el suelo y el agua. "Se emplea como fase final en la gestión de residuos", explica el geoquímico Fernando Garrido, uno de los responsables de la investigación, en la que también han participado científicos de la Universidad de Zaragoza. Todos ellos han descubierto que, sin embargo, la escorodita, a la intemperie y expuesta a cualquier agente meteorológico como ha estado durante décadas en la mina abandonada de Guadalix, no es un método tan seguro como se pensaba.
La escorodita depositada en la superficie de la mina es “una fuente muy potente de arsénico”, asegura Garrido. La lluvia ha ido disolviendo el mineral y liberando el arsénico "en trazas pequeñas, pero de forma continuada e imparable". La zona, en la que el equipo de científicos comenzó a trabajar en 2008, está "altamente contaminada". Las muestras que han tomado desde entonces en las partes por las que discurre el agua de la lluvia hasta un arroyo cercano revelan concentraciones que triplican los valores de habituales de arsénico en el suelo. Este elemento, que la Organización Mundial de la Salud cataloga como una de las 10 sustancias químicas más preocupantes para la salud pública, supone una amenaza cuando contamina aguas subterráneas que luego se utilizan para el consumo, preparar alimentos o regar cultivos.
"La contaminación detectada indica que el arsénico puede llegar a los acuíferos de la zona”, indica Garrido, “y supone un riesgo medioambiental grave debido a su toxicidad". La superficie donde se ha encontrado la mayor concentración apenas alcanza unos 900 metros cuadrados, pero Garrido advierte de que se podrían encontrar trazas de contaminación más allá de la cuenca del río Guadalix.
El equipo de científicos, que ya había publicado otros dos estudios sobre la mina de Guadalix y ahora trabaja en otra en Bustarviejo, mostró sus conclusiones al Ayuntamiento de Guadalix, que busca una solución, según los investigadores. Los geoquímicos piden que se retiren los residuos y se almacenen bajo techo para asegurar su estabilidad.
Franco, Hitler y una guerra de espías
La búsqueda del wolframio protagonizó su propia batalla durante la Segunda Guerra Mundial. La Alemania de Hitler necesitaba este metal, imposible de hallar en su subsuelo, para revestir sus proyectiles y blindar sus vehículos. De excepcional dureza y especialmente resistente a la corrosión, el wolframio se convirtió en un elemento estratégico, que también codiciaron los aliados.
Franco pagó la ayuda alemana durante la Guerra Civil con el suministro de materias primas, entre ellas el wolframio. Las seis empresas que se dedicaban en España a extraer este metal antes de la contienda se multiplicaron rápidamente hasta alcanzar el centenar tras la resolución del conflicto.
La carrera por hacerse con lo que entonces se denominó oro negro revolucionó áreas rurales en zonas como Madrid, Castilla y León y, sobre todo, Galicia. La lucha por el control de los yacimientos de wolframio se convirtió en una historia de espías y asaltos a las minas del enemigo. Esta fiebre, tan intensa como fue, apenas duró más de una década. Al fin del conflicto, las explotaciones perdieron todo su interés y, como la mina de Guadalix, quedaron abandonadas.
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