La estrategia frentista del PP
No todo es patria. Y lo que está ocurriendo en Cataluña tiene mucho que ver con el bloqueo del régimen político español
El PP desembarcó en Badalona, ciudad gobernada por un alcalde tocado por el vicio de la xenofobia que no tiene otro discurso que el miedo y la exclusión, y la secretaria general Dolores de Cospedal propuso a UPD, a Ciutadans, a Unió, al PSC y cuántos más se sintieran atraídos por su llamada, formar un frente para la defensa de una Cataluña española. Su acogida fue tan exitosa, que Ciutadans, Unió i el PSC no tardaron ni una hora en desmarcarse. “Es momento de rehacer puentes y no de crear frentes”, dijo Miquel Iceta. “No saben la diferencia entre un huevo y una castaña”, dijo Duran, a pesar de su querencia a flirtear con la castaña.
La formación de un frente del no lleva el conflicto al terreno del independentismo. El PP acepta políticamente lo que niega legalmente. El PP rechaza que se haga un referéndum sobre si Cataluña quiere seguir o no en España, pero al mismo tiempo propone una alianza para defender el no. En la medida en que el PP no tiene ninguna respuesta política que pueda favorecer las demandas que vienen de Cataluña, está reconociendo, como defiende el soberanismo, que estamos ante un problema indivisible: independencia, sí; independencia, no. Y guste, o no, en democracia, los problemas indivisibles solo se resuelven votando.
El PP funde de un plumazo a las terceras vías, es decir, a las propuestas que buscan caminos de negociación y entendimiento para encontrar alguna solución intermedia. A su vez, el rápido desistimiento de sus potenciales socios pone en evidencia que no hay en Cataluña una alternativa política capaz de gestionar el no.
El elevado porcentaje de catalanes que apuestan por soluciones pactadas combinado con la mayoría abrumadora a favor de la celebración de la consulta, sugiere que la baza de los que no quieren que Cataluña rompa con España, no es la defensa cerrada del status quo, sino la búsqueda de acuerdos que permitan que una parte del electorado se descuelgue del bloque indepedentista, muy diverso en su composición.
Es cierto que partidos como Unió o el PSC se mueven con poco éxito en la búsqueda de acuerdos. Y que las terceras vías, por lo común, solo triunfan como marca blanca de los ganadores cuando una parte va camino de imponerse a los puntos. Pero el PP ha optado simple y llanamente por la confrontación: frente del no contra frente del sí, quizás contagiado por las voces que le reclaman que haga caer todo el peso de la ley sobre los que quieren salir de España. ¿Qué busca el PP? ¿Imponer el discurso del miedo a los catalanes? Parece como si la derecha, incapaz de ganar la partida políticamente, haya decidido aportar los instrumentos necesarios para que se cumpla la profecía que en su día lanzó Aznar: Cataluña no se irá, pero se dividirá internamente.
En un momento en que el caso Pujol tiene efectos desmoralizadores sobre parte del voto soberanista, la apuesta frentista del PP despierta de nuevo la imagen del enemigo común contra el que cohesionarse. El impacto del caso Pujol debería hacer reflexionar a aquellos cuyos análisis no salen de los parámetros tradicionales: totalitarismo nacionalista, subyugación de las mentes de los catalanes, provincianismo, conservadurismo pequeñoburgués, huida hacia adelante del nacionalismo conservador, etcétera. Si el caso Pujol hace daño es precisamente porque el independentismo se había ido configurando como una utopía disponible (expresión de Marina Subirats) con la idea de que un proceso constituyente permitiría enfocar las cosas de otra manera y corregir los vicios acumulados por un sistema muy clientelar.
La visualización del sistema de corrupción instalado en el país es una sacudida que inevitablemente genera desconfianza. Y siembra dudas sobre la clase política existente, especialmente, el mundo de Jordi Pujol, el nacionalismo de Convergència i Unió.
El proceso independentista está relacionado con una mutación profunda del sistema de partidos, que empezó cuando Pasqual Maragall reemplazó a Jordi Pujol y que deja grandes espacios tradicionales de representación en mutación. El caso Pujol demuestra que hay todavía mucho que hacer y abre boquetes enormes de melancolía, de irritación y de duda. Pero confirma también que las lecturas tópicas del fenómeno independentista aportan poco. No es extraño que el crecimiento del independentismo coincida con la expansión de los movimientos sociales y que Podemos sea, de momento, la principal beneficiaria del impacto del escándalo Pujol.
No todo es patria, por mucho que algunos lo crean. Y lo que está ocurriendo en Cataluña tiene mucho que ver con el bloqueo del régimen político español. Si España hubiese cambiado a tiempo, las cosas habrían sido distintas. Pero, fuera de Cataluña, la derecha y buena parte de la izquierda no quieren enterarse. Ampararse en los tópicos de siempre es más cómodo que intentar entender las mutaciones de la realidad. Si no ven que el régimen político español requiere una renovación urgente, cómo van a ver las diferencias entre la Cataluña pujolista y la actual.
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