Tuta absoluta
Hace más de cuarenta años que el hambre había dejado de ser un problema en España y ahora aquí lo tenemos de nuevo
Llega el verano, el cierre de los colegios y se multiplica el problema de dar de comer a muchos niños que solo lo hacen en unos comedores escolares que previamente han sido objeto de recortes en ayudas sociales. Algo sobre lo que las ONG habían lanzado la voz de alerta hace meses, sin que las distintas administraciones hubieran elaborado un plan de choque. Los pediatras y los directores de los colegios hablan directamente de desnutrición infantil. Ahora con los bancos de alimentos exhaustos y el vacío en los estómagos de los niños, Alberto Fabra ha convocado una reunión urgente para abordar el problema, presionado por los partidos de la oposición y por su propia oposición interna, Alfonso Rus, que aprobó la semana pasada una pequeña partida de ayuda de la Diputación a los comedores escolares. La Generalitat actúa en esto igual que con los incendios forestales, no hace los deberes durante el invierno y cuando llega el verano convoca una comisión urgente, en la que diluir sus responsabilidades, mientras se lamenta por la situación. ¿A qué se ha dedicado su gobierno durante estos meses?
El PP es al Estado del bienestar lo que la tuta absoluta al huerto, letal. La tuta absoluta, esa destructora polilla del tomate, también conocida como gusano minador, es una de las peores calamidades que puede sufrir una huerta. El PP es supereficiente como secta voraz, como plaga, príncipe absoluto que sólo responde a la pura pulsión de dominio. La entereza cínica con la que está sobrellevando el lodazal de Gürtel merece pasar a los manuales de ciencia política. Si el bueno de Maquiavelo reviviera, tendría que reescribir El Príncipe. César Borgia y Fernando de Aragón quedarían relegados al papel de simples profetas anunciadores de esta maquinaria de poder desnudo, tuta absoluta, que ha inoculado a la sociedad el peor de los virus, el sálvese quien pueda. Allá por donde pasa arrasa. Su objetivo es destruir el vínculo social, la educación pública, la sanidad universal, las ayudas sociales y el sistema público de pensiones. Y paradójicamente, lo están consiguiendo gracias al carácter menesteroso de las clases medias a las que están destruyendo: una pequeña burguesía que lo apoya conformándose con que, en el fondo, todo no está tan mal, porque los de abajo aún están peor y con un poco de suerte a uno no le toca. Algo que se vio claramente en la displicencia con la que el PP se opuso hace unos meses al plan puesto ahora en marcha por la Junta de Andalucía para garantizar tres comidas a once mil niños en situación de riesgo de exclusión social.
Hace más de cuarenta años que el hambre había dejado de ser un problema en España y ahora aquí lo tenemos de nuevo. Mientras, el partido hegemónico concentra sus esfuerzos en desviar las aguas negras de la corrupción que inunda las numerosas administraciones que controla. Y lo más penoso del asunto es su absoluta cohesión interna, nadie desde dentro del PP ha alzado la voz ante los escándalos. ¿Cómo es posible que el espíritu de secta prevalezca sobre la dignidad en una situación de emergencia nacional? ¿Dónde están los valores? Y luego dirán que son patriotas. Ya lo cantan las coplas: Qué culpa tiene el tomate que está tranquilo en la mata (bis), si llega la tuta absoluta y se chupa hasta los de la lata.
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