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Los ganaderos de Bergantiños declaran la guerra a la mina de oro

Los sindicatos agrarios alertan a los productores de un futuro “terrorífico”. AGE y BNG participarán el domingo en la tractorada contra el proyecto

Granja A Devesa de Langueirón, en Ponteceso, considerada la más grande de Galicia
Granja A Devesa de Langueirón, en Ponteceso, considerada la más grande de Galicia XURXO LOBATO

Una vaca bebe más de 70 litros de agua al día. Xusto Sánchez Varela tiene 400 frisonas que dan más de cuatro millones de litros al año. Su finca, A Devesa de Langueirón, en Ponteceso, es la granja más grande de Galicia. La fundó hace 35 años, pero ahora el futuro es incierto. El agua que consumen sus vacas, la leche que luego producen, nace ladera arriba, en la falda del monte en el que la empresa canadiense Edgewater Exploration y su brazo ejecutor en la zona, Mineira de Corcoesto, desplegarán pronto sus medios para arrancar el oro que no llegaron a llevarse ni los romanos ni los ingleses. La mina removerá con voladuras a cielo abierto toneladas de roca cargada de arsénico y desprenderá el metal precioso usando cianuro.

Xusto ha encargado a la Universidade de Santiago una analítica del agua que capta en la ladera porque tiene “miedo”. Quiere “hacer un seguimiento”, tener datos para “contrastar” el antes y el después, porque aunque desde la minera le han asegurado que el proyecto no envenenará su manantial, él sigue con “dudas”. Los de Edgewater están yendo por las granjas contando su versión, y ayer, precisamente, esperaba escéptico el dueño de A Devesa la visita de la comitiva. “No sé qué quieren contarme”, comenta, pero él, por lo pronto, se guarda las espaldas con los análisis, y con una alegación que presentó en la Consellería de Medio Ambiente contra la declaración de impacto favorable a los extranjeros .

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“Yo creo que la gente, aquí, no es consciente de la dimensión enorme que va a tener eso. Solo los movimientos de tierra van a costar 130 millones de euros, se van a remover 25.000 metros cúbicos de roca al día. Cuesta imaginar tanto volumen, el polvo que va a levantar la voladura que está previsto hacer cada día”, describe el granjero desde su explotación, situada a un kilómetro en línea recta del futuro agujero de Corcoesto. “Aquí la gente va cambiando de parecer, mirando la cantidad de solicitudes de trabajo que está recibiendo la empresa ahora parece que ya son más los favorables que los contrarios a la mina. Es un momento muy delicado, aquí muchos vivían de la construcción y ahora están en paro”.

Pero el gran ganadero no es el único de Bergantiños que “desconfía” de la mina. El próximo domingo, los vecinos de Cereo y Valenza, los dos pueblos agricultores de Coristanco que más se han significado en contra del negocio canadiense, protagonizarán una tractorada por la comarca hasta las puertas del Ayuntamiento de Cabana (el municipio más afectado por la mina y también, probablemente, el que más la aplaude). La marcha será respaldada por grupos ecologistas como Adega y Greenpeace Galicia, por el Sindicato Labrego Galego y por diputados de AGE y el Bloque. Y antes de tener lugar ya ha despertado las críticas de un grupo vecinal partidario de la mina: según Corcoesto Sí, Mina Sí, “no tiene sentido fomentar una movilización política de vehículos para reivindicar el derecho al aire puro”.

En la zona de la mina más próxima a estas dos localidades, Cereo y Valenza, dedicadas en cuerpo y alma al cultivo de la celebrada patata de Coristanco, la mina instalará las balsas de flotación y lixiviación y una de las escombreras adonde arrojará la arsenopirita triturada. En pocos días saldrá a la luz en Galicia un estudio científico que alerta de los riesgos que entrañan determinados niveles de arsénico en el medio ambiente, superados con creces en estas tierras bañadas por el río Anllóns, incluso antes de que el suelo sea removido de nuevo (cien años después de marchar los británicos) por una compañía minera.

Ayer, otros dos sindicatos convocaron una rueda de prensa conjunta en Carballo para denunciar, más que ante los periodistas ante los propios productores, los “inconvenientes” que les acarreará la mina de oro. Lo más llamativo de la cita es que, junto al representante en Bergantiños de Unións Agrarias, Ramón Saleta, se sentaba Juan García, portavoz en la comarca de Xóvenes Agricultores. El sindicato afín al PP, el partido de los tres alcaldes de los ayuntamientos que toca la mina (Cabana, Coristanco y Ponteceso) y del Gobierno de la Xunta que tramita el proyecto canadiense como “estratégico” para Galicia, teme también que se remueva el filón.

“Tenemos el proyecto minero muy estudiado y estamos documentados para afirmar que, a la larga, va a ser terrorífico incluso para las traídas de agua de uso humano, y perjudicial y dañino para ganaderos y labradores”, alerta Saleta. “La mina también es algo que va con ellos, con las casi mil explotaciones que se cuentan en la comarca, sus 3.000 puestos de trabajo directos y sus incontables indirectos, entre veterinarios, boticas, agrotiendas, talleres mecánicos o transportistas”. Bastante más, en definitiva, que los algo más de mil indirectos que promete la minera y los 271 directos que actualmente selecciona Addeco, una subcontrata también foránea, en este caso de Suiza.

La base de la economía rural, en Bergantiños, es la producción de leche, pero también la agricultura. Numerosas explotaciones captan agua, al igual que Xusto da Devesa, en las faldas del monte de Corcoesto en el que medrará el agujero de la mina, pero también de aquella zona parten las traídas públicas de Ponteceso y Corme, y la futura (ya construida) de Cabana. Con la mina desaparecerán definitivamente captaciones de titularidad vecinal, asegura Saleta, pero además, para el resto del agua “no habrá seguridad si las balsas a las que irán a parar el cianuro y el arsénico se hacen, como está previsto, de hormigón”. “Tendrían que ser de acero, pero la Xunta les permite todo porque se conoce que es una empresa pobre que va a lo más barato”, denuncia el representante sindical. “Usan cianuro para lavar la roca porque es lo que menos cuesta. Se van a hacer voladuras a menos de 100 metros de las casas, y a la empresa no se le exige un puñetero aval. Los agricultores tienen que saber que la pólvora y el polvo de las voladuras caerán como sedimentos en sus tierras y taponarán los poros de las plantas, que no podrán respirar”.

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