Oportunismo y falta de ideas
Durante muchos años, gobernar ha sido sinónimo de gastar dinero La nostalgia evidente por los viejos tiempos actúa como un freno para el porvenir
Ante la “falta de estabilidad política” que, a su juicio, vive Cataluña, Alberto Fabra ha ofrecido a los empresarios catalanes instalarse en la Comunidad Valenciana. Fabra brinda la Comunidad a las empresas catalanas porque lo único que preocupa a los valencianos es —según afirma— “la generación de empleo”. Produce vergüenza escuchar al presidente de una comunidad autónoma manifestarse de ese modo ante el problema catalán. Si a Fabra le inquieta sinceramente la situación de Cataluña, debería haber buscado unos argumentos de mayor consistencia; los que ha empleado sólo muestran una fácil actitud oportunista. Son, además, falsos: basta ver lo que su Gobierno ha hecho para favorecer a las empresas valencianas y cuál ha sido su política en los institutos tecnológicos. Ante las críticas que han recibido las palabras de Fabra, José Ciscar ha replicado que es normal que el presidente exhiba nuestra estabilidad como una fortaleza. Si todo cuanto podemos ofrecer es nuestra estabilidad, admitamos que es bien poca cosa.
Si todo cuanto podemos ofrecer es nuestra estabilidad, admitamos que es bien poca cosa
Cada día resulta más evidente que nuestros gobernantes se han quedado sin ideas ante la crisis. Al repetir, una y otra vez, que sólo puede hacerse lo que se está haciendo, han encontrado una excusa perfecta para justificar su comportamiento. Más allá de la reducción de gastos es bien poco lo que hacen. Y, a la vista de los hechos, tampoco podemos decir que muestren mucha agudeza en este asunto, en el que se inclinan siempre por el camino más fácil para evitarse esfuerzos. El problema es particularmente acuciante aquí donde, a la tragedia de haber malgastado nuestro dinero, debemos añadir ahora la de no tener ideas para gobernar. ¿Recuerda el lector alguna actividad relevante en las consejerías, en cualquiera de ellas, en estos últimos meses?
Hace unos días, el Ayuntamiento de Alicante —hablo de Alicante como podría hacerlo de Valencia, Elche o cualquier otra de nuestras ciudades— aprobaba su presupuesto municipal. En un momento donde la crisis económica ha adquirido una extraordinaria gravedad, ¿no debería reflejarse la situación, de alguna manera, en las cuentas municipales? Pues, no, señor. No aparece una sola iniciativa destinada a combatir la crisis. El Ayuntamiento de Alicante —su gobierno— no dispone de una sola idea para enfrentarse a ella. Repasa uno, en las cuentas municipales, el destino que se dará al dinero de nuestros impuestos, y la crisis económica sencillamente no existe.
Más allá de la reducción de gasto público es bien poco lo que hacen nuestros gobernantes
El diputado Francisco Toledo ha denunciado cómo, al año de aprobarse el decreto de medidas urgentes del sector público empresarial de la Generalidad, no se ha llevado a efecto prácticamente nada de lo que allí se dijo. “Ha sido un gran engaño”, manifestaba días pasados. Ese gran engaño del que habla podríamos hacerlo extensible a otros proyectos de la Generalidad. Lo que hoy se anuncia con grandes titulares y destinado a tener unos efectos terribles y regeneradores en el sistema público valenciano, queda en nada al cabo de unos meses.
Esta parálisis suele achacarse a la crisis económica, como si su existencia hubiera paralizado cualquier posibilidad de trabajar. Mi opinión es que esto sucede porque, en la Comunidad Valenciana, la única manera que teníamos de gobernar era la de gastar dinero. Durante muchos años, gobernar ha sido sinónimo de gastar dinero. Esa fiebre prendió un día en nuestros gobernantes y todavía no se han librado de ella. Perdura una nostalgia evidente por los viejos tiempos que actúa como un freno para el porvenir. De ahí que, nuestros consejeros, nuestros alcaldes, nuestros concejales, se pierdan una y otra vez en un parloteo del que no aciertan a salir.
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