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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vamos a contar mentiras, tralará

Londres tiene claro que el referéndum es factible si hay voluntad de hacerlo. ¿Pueden Rajoy y Rubalcaba aceptar algo así?

Joan Ridao Martin

La precampaña electoral catalana evoca por momentos la drôle de guerre. Ya saben, aquel periodo de calma chicha durante la II Guerra Mundial que comenzó con una simple declaración de guerra de Francia y el Reino Unido contra Alemania y acabó con la invasión teutona de media Europa. Salvando las distancias, del aturdimiento inicial hemos pasado a las abiertas hostilidades entre el Madrid político y Cataluña, y la antología del disparate acumula páginas con todo tipo de exabruptos y mentiras que ofenden la inteligencia.

Las sandeces doctrinarias del ministro Wert; las amenazas de Gallardón y Aznar con el Código Penal en la mano; las delirantes fronteras de Sánchez-Camacho en Alcanar; el conato de amedrentamiento a los abuelos con sus exiguas pensiones; los títulos académicos que se van a ir al limbo; Artur Mas caricaturizado como el trasunto catalán de Hitler; el recuento de efectivos del ejército ante la eventual invasión del principado y la apelación a la lealtad de los Mossos… ¡Qué nivel! Para más inri, todo ello ha acontecido la misma semana que la UE ha anunciado su deseo de comenzar a negociar la preadhesión de Kosovo como miembro; en que el Gobierno colombiano y las FARC han empezado a zanjar un conflicto armado enquistado durante 30 años; en que Cameron y Salmond han rubricado un acuerdo sobre los términos del referéndum escocés de 2014.

No crean que es ingenuidad seráfica por mi parte. Soy consciente de que estas patrañas están al orden del día en este tipo de procesos. Sin ir más lejos, las políticas canadienses de inmigración, multiculturalismo y bilingüismo oficial han cumplido objetivos de política interior: eliminar los dolores de cabeza provocados por el soberanismo quebequés.

Los supuestos perjuicios que la soberanía irrogaría a inmigrantes y anglosajones fueron moneda común durante las campañas de los referendos de 1980 y 1995. La diferencia está en que los Gobiernos canadienses no solo permitieron, aun a regañadientes, sendas consultas, sino que al participar en ellas, ni que estuvieran convencidos de lograr la victoria, admitieron la legitimidad de las mismas.

Otro informe advertía de que el proceso de “re-unión” de Escocia con la UE podría durar hasta tres años

No cabe duda de que en el Reino Unido, conservadores y laboristas van a intentar torpedear políticamente el proceso. El premier Cameron, con su plácet al referéndum escocés, ha querido aprovechar la ventaja competitiva que el unionismo muestra en las encuestas. La campaña de los partidarios del no protagonizada por Alistair Darling, ministro del Tesoro de Gordon Brown, empezó ya hace algún tiempo con un informe del Gobierno laborista que insinuaba que, llegado el caso, habría que construir un muro como el del emperador Adriano en la frontera con Inglaterra “para detener la avalancha de inmigrantes ilegales...”.

Más recientemente, en un ataque de repentino europeísmo de las autoridades británicas, otro informe advertía de que el proceso de “re-unión” de Escocia con la UE podría durar hasta tres años, lo cual privaría al país caledónico de vitales ayudas de Bruselas. Pero Londres tiene claro que el referéndum es factible si hay voluntad de hacerlo, porque la democracia no se basa en limitar el desarrollo de las naciones, sino en promoverlo. Esta es la práctica habitual de la secular democracia británica, como demuestra su siempre cordial relación con las excolonias de la Commonwealth.

Cuando una de las partes opta por la independencia, es lo mismo que cuando uno de los cónyuges decide salir por la puerta de casa: se negocia el reparto de los bienes. Por regla general, los procesos de divorcio son largos y a cara de perro. Pero se negocia o se busca el arbitrio judicial. No se prohíbe por ley el divorcio. La cuestión es, ¿pueden Rajoy y Rubalcaba aceptarlo? Pueden indisponerse con tres de cada cuatro catalanes que, según la encuesta del CEO, desean una consulta? ¿Pueden abrirse paso, de una vez, la política y el diálogo en un escenario complejo que no admite ni banalizaciones ni amenazas?

Joan Ridao es profesor de Derecho Constitucional y Ciencia Política (UB y ESADE-URL).

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