Sonrisas y muecas de la crisis
En esta crisis quienes parecen sufrir más son los políticos y los financieros, porque son los únicos rostros que se muestran
El siglo XX estaba terminando cuando Bill Gates concluyó en una entrevista: “Quien posee las imágenes posee las mentes”. El magnate informático no se refería al arte medieval y posmedieval que adoctrinaba a fieles e infieles, casi todos analfabetos, en iglesias y catedrales. Ni al viril sentido de la propaganda que es uno de los más persistentes legados nazis. Sino a lo que en verdad es una imagen contemporánea: una visión que puede ser reproducida. Tanto si se muestra como si no. No es bueno para quien posee las imágenes que todas sean reproducidas. Podrían criar, reproducirse. Dar ideas, oxigenar, crear algo, qué sé yo, podrían aligerar el miedo, la desazón. Quién sabe lo que las imágenes, que son palabras visuales, silencios visuales, potencias visuales, podrían lograr si no fueran siempre las mismas. Lo que logran siendo las mismas es muchísimo.
Las imágenes repetidas están logrando que lo que vivimos parezca un problema financiero y como mucho electoral, en cualquiera de los Estados europeos y en el imperial transoceánico. Sin más. En las fotos de los periódicos y en los noticiarios televisivos, las imágenes hablan así: en esta crisis quien más sufre son los políticos y los financieros, que son prácticamente los únicos rostros de la crisis. No importa que muy a menudo sonrían, son las caras de la crisis. ¿De qué sonríen? ¿Por qué? No se sabe. Otras veces, pocas, hacen muecas. Una sonrisa en un político o en un financiero aparece como gesto de cortesía social cuando va a dar una rueda de prensa o está en una reunión de negocios o en un Parlamento, mientras que la mueca transmite simbolismos. O sea que más sonrisas y menos muecas, hay que dar ejemplo de coraje. Con lo difícil que lo tiene el fotoperiodismo de continuidad, refugiado hace tiempo en los museos porque la economía del periodismo no puede hacerse cargo de él, las sonrisas y las muecas de esta crisis resultan, a pesar de todo, uno de los escasos documentos visuales serios de lo que pasa.
Con el tiempo llegaremos a descifrarlas y nos indicarán hasta qué punto son imágenes que ocultan otras, hasta qué punto preferimos no ver. Gates habló cuando aún no existían las redes sociales ni estaba tan extendido el uso del móvil y sus cámaras. No será por falta de imágenes, que no vemos. Más bien se trata de una falta descomunal de confianza en la imagen. Que es como decir una desconfianza radical en eso que paradójicamente aún llamamos cultura. Como me da por barruntar que mejor ver bien las cosas mientras suceden que cuando ya estén en un museo, abogo por que el fotoperiodismo del presente pueda volver a lo suyo. Si el Gobierno considera que no debemos ver al maltrecho monarca descendiendo de un helicóptero el día del rescate financiero, vale, oiga, qué más da. Pero que no tengamos una cartografía audiovisual y fotográfica de la crisis en sus capas sociales, territoriales y demás, independiente y sin condescendencia visual, ¡uy!
Cuando no ninguneados en las fotos, estamos maquillados, retocados y photoshopeados
De esa ausencia sufren tantas imágenes de intención crítica. Resulta inocuo que Polònia decline su imaginación satírica en fascinación sexy: el presidente Mas cual Sharon Stone en su escena más famosa para evitar hablar del caso Millet, o cual Sean Connery-007 contra el Doctor No-Rajoy. Otras imágenes poetizan la crisis o la subliman con casos ejemplares. Andamos envueltos en rutinas y cansancios que ocultan eso tan pegajoso puesto sobre la mesa por el rescate europeo. Habrá que pagarlo, como en los thrillers, y mejor saber quiénes somos: qué caras, qué calles, qué bares, qué viviendas, qué vidas. La realidad, tan suya, reducida a imagen muda, podría vengarse. Si es que no lo está haciendo ya.
Tantos de los que salen en las fotos y en las tertulias de la tele dicen que hay que hacer contrición, “no vivir por encima de nuestros medios” (quien lo dice es quien lo ha hecho, pequeño saltamontes). Y, aseveran, llamar a las cosas por su nombre: pues lo mismo las imágenes. Ellas nos interpretan a nosotros, no solo nosotros a ellas. Y su ausencia, lo mismo. Cuando no ninguneados, estamos maquillados, retocados y photoshopeados. Esta es la foto. Qué grande fue Guerra cuando dijo “quien se mueve no sale en la foto”. Y así va que tanto de lo que se mueve hoy, en la acción como en el desespero, no sale en la foto. Salen esos hombres, esas mujeres, que sonríen la mayoría de las veces y que cuando hacen muecas es para que no se vea tanto que están obligados a sonreír, no expresar el caos, y así mantenerse en la foto.
Mercè Ibarz es escritora.
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