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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Y como guinda, una gran purga

"El presidente Alberto Fabra y su hombre fuerte, José Ciscar, han de afrontar la poda de este ejército de convidados al festín que se acabó"

Más grande, más caro y más inviable parece haber sido el lema olímpico de este PP hegemónico que ha venido gobernando la Comunidad desde 1995 sin que apenas se le tosiera. La oposición, hasta hace cuatro días, no ha estado para nada. La llamada sociedad civil tampoco. Así, como todo el monte era orégano, se han promovido las delirantes y conocidas iniciativas que tanto han contribuido a sumirnos en esta miseria para la que no se atisba una salida. La Ciudad de la Luz, Terra Mítica, La clòtxina o Ágora con el Teatro de las Artes, el demencial aeropuerto de Castellón, los grandes eventos son —sin ser una relación exhaustiva— los hitos señeros de una ruina que se ha fraguado en un clima de saqueo, corrupción y degradación de nuestra vida pública. Deprime constatar que todo eso haya acontecido sin sanción electoral —y por ahora apenas criminal— de los responsables.

Y ahora, la guinda: un despido masivo, una purga de empleados de las empresas públicas y fundaciones de la Generalitat que se cifra en 5.000 o 6.000 trabajadores, a los que deben sumarse los 3.000 docentes que no verán renovados sus contratos. Y que el descalabro laboral se quede en lo dicho, pues bien podría dispararse más todavía si la liquidación alcanzase también a las ya clásicas áreas de ineficiencia, como son —y no únicas— las diputaciones provinciales, entes perfectamente prescindibles, aunque hoy por hoy intocables debido a la cantidad de políticos que liban de sus presupuestos. No obstante, también les llegará un día su san Martín, pues el imperio de la economía se conlleva mal con estos anacronismos corporativos.

El imperio de la economía se conlleva mal con los anacronismos corporativos

Cómo se ha llegado a esta abusiva situación de plétora laboral está muy claro: es la consecuencia del nepotismo y clientelismo del PP. Parientes, amigos, vecinos y compinches, a menudo sin la menor cualificación —véase RTVV—, han saturado las nóminas de una Administración sobredimensionada por la exhuberancia de organismos y entidades ideadas con el propósito de saltarse a la torera las limitaciones legales y, en consecuencia, para cometer fraude de ley. Un proceso que se ha prolongado a lo largo de los años gobernados por una panda de alucinados y beatos, además de chorizos, algunos de los cuales perviven todavía más o menos imputados en las crujías del poder autonómico.

El presidente Alberto Fabra y su hombre fuerte, José Ciscar —que a nuestro entender ha sido una ventada de aire fresco en el Consell—, han de afrontar la poda de este ejército de convidados al festín que se acabó. Lo tienen crudo por las presiones que recibirán desde el seno del partido para salvar las cabezas de los respectivos patrocinados. A su favor cuenta, sin embargo, la gravedad del trance, que admite pocas componendas, y la misma obligación de obrar con la objetividad posible después de requerir a los futuros dirigentes del partido un explícito compromiso de honradez, que por lo visto a nadie se le supone en la familia popular.

Además, tampoco pueden abundar en la sensación de declive que proyecta el PP valenciano, fruto del desgaste y de su mala cabeza. Ya ha tenido su tiempo y oportunidad, malversando uno y otra. Lo decía estos días el profesor Joan Romero en la presentación del libro — Desde la margen izquierda — que ha escrito junto a su colega Ximo Azagra, una reflexión sobre el cambio socialdemócrata que se cuece, caldeado en nuestro caso valenciano por el fracaso y el despilfarro de la derecha. Amén.

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