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La otra historia del lector de Verne

Cristino Pérez, un jiennense hijo de un guardia civil, es el protagonista de la nueva novela de Almudena Grandes

Cristino Pérez y Almudena Grandes, en Asilah en 2004.
Cristino Pérez y Almudena Grandes, en Asilah en 2004.

Pasaban con la lentitud y el peso de las decepciones los años sesenta cuando Tino escuchó: “Mercedes, el niño no va a dar la talla”. Aquellas palabras amargas procedían de la garganta de su padre, un guardia civil convencido de que el mejor futuro para Cristino Pérez (Marmolejo, Jaén, 1949) era seguir sus pasos aprovechando las ventajas de ser hijo de un miembro del cuerpo. “Solo había un problema. Era necesaria una estatura mínima y en eso eran inflexibles”, recuerda Cristino, protagonista de la novela El lector de Julio Verne, recién publicada por Almudena Grandes.

“Almudena nos había advertido muchas veces de que todas esas historias que contábamos podían acabar en un libro. Durante un viaje a Marruecos se dio la atmósfera para que yo le contara muchas más cosas”, explica Cristino. Almudena Grandes también lo recuerda de igual manera. “Cuando nos estábamos acercando a Asilah lloré durante mucho rato pensando en mi bisabuela y mi abuela, dos mujeres solas cargadas de niños, tan lejos de casa, que cruzaron medio Marruecos para buscar refugio en casa de una amiga de la infancia. En el viaje de vuelta a Tánger, donde nos alojábamos, Cristino me contó una historia de su infancia en la que yo vi inmediatamente una novela”, aclara la escritora, para quien El lector de Julio Verne es “la novela de Cristino”, un hijo de guardia civil en una casa cuartel como la de Fuensanta de Martos, donde “las paredes no sabían guardar secretos y los gritos de los detenidos llegaban hasta las camas de los niños”.

Cristino vivió en aquella casa junto a Mercedes, su madre; dos de sus hermanas, Dulce y Pepita; y su padre, Antonio, que en la novela se llama Antonino. “Cuando empezó a escribirla, Almudena tenía miedo de que en el pueblo pudiera haber una reacción negativa al ser reales los protagonistas, por eso le cambió el nombre. Al final todos los demás personajes de mi familia tienen sus nombres reales”, señala el protagonista, que, tras no haber dado la talla para ponerse un tricornio, comenzó a tomar lecciones intensivas de mecanografía.

A partir de ese instante, la historia real se separa de la historia construida por Almudena Grandes. Antonio mandó a Cristino a aprender mecanografía con un administrativo de una cooperativa, pero apenas avanzó. A los 24 años logró ir a la Universidad. Hoy es catedrático de Psicología, algo impensable volviendo la vista atrás. Pero como “si predominara la vida el arte sería una vulgaridad”, como asegura Cristino, vale la pena adentrarse en su otra historia dictada por “el arte literario de Almudena Grandes”.

Cristino fue a estudiar con la hija de un teniente con la que no lograba progresar. “Mi padre había observado que las mujeres con mayor cultura eran las de los bandoleros, que vivían en un cortijo. Entonces terminó por llevarme a mí para transformarme la vida, para abrirme un horizonte. Y estoy seguro de que, como la vida copia al arte, mi padre lo hubiera hecho también”.

Aquellas mujeres inteligentes y educadas eran conocidas como Las Rubias. En su biblioteca se encontraba una colección de Julio Verne que fascinó al protagonista y que le cambió la vida de la mano de doña Elena, que fue su profesora durante aquellos días.

“Yo nunca fui lector de Julio Verne. De pequeño no leí absolutamente nada porque en el pueblo no había ni un libro y no se consideraba la lectura como una forma de adquirir cultura. Después, ya en Jaén, comencé a leer algunos libros a escondidas. Eso es algo que siempre he lamentado, mi mala formación. He llegado a catedrático de Universidad pero me considero una persona muy mal formada”, explica Cristino, para quien sus rubias surgieron cuando conoció en Granada al joven Luis García Montero. “Él todavía no había escrito nada. A su lado, poco a poco, me encontré con las rubias. Me empezó a interesar la poesía, la filosofía… y tuve la oportunidad de conocer a poetas como Ángel González, Rafael Alberti o José Manuel Caballero Bonald. Luis para mí ha sido lo que fue doña Elena en la novela”, concluye.

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