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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La canción de los niños perdidos

Merkel, la que más manda, manda poco y manda mal; otro presidente de la República se le ha caído ahora del trono

Lluís Bassets

Quien más manda, mandando mucho, manda en realidad muy poco. La democracia es la difusión del poder. Todo lo contrario de la autocracia, que lo concentra en unas manos solas. La difusión del poder está mal vista en nuestra época de crisis y de decisiones veloces. Las autocracias emergentes pueden resolver sus dificultades con una celeridad y una eficacia inauditas en comparación con las democracias occidentales. Las decisiones monetarias, los recortes sociales o las inversiones públicas más discutibles y discutidas son siempre más fáciles en Rusia y en China que en Europa o Estados Unidos.

No sabemos qué parte de la crisis corresponde a las dificultades de un poder excesivamente difuso, pero puede que sea toda entera. Basta observar la lentitud de las decisiones y la profundidad de las divisiones entre los 27 socios europeos a la hora de resolver la crisis griega, vieja ya de cinco años, para ilustrarlo. O que se lo pregunten a Obama, con sus dificultades para implantar la reforma sanitaria, aprobar los presupuestos o recortar el déficit mediante impuestos. En un caso, la parálisis es por la fragmentación del poder europeo, muy bien descrita por José Ignacio Torreblanca en su libro del mismo título, y en el otro, por la mayoría republicana de un Congreso polarizado y hostil al presidente.

Ambas son situaciones inestables, que en el caso de Estados Unidos deberá conducir a un desenlace en las elecciones de noviembre y en el europeo ya se ha traducido en una especie de putsch permanente del socio más poderoso, que se apropia de la soberanía ajena y vigila ahora los movimientos de todos los otros socios, amparado en la ayuda y compañía de la solícita Francia. Esta nueva correlación de fuerzas no es fruto de fortaleza interior alguna, al contrario, como demuestran los más recientes acontecimientos que han liquidado al presidente de la República Federal, Christian Wulff, sino estrictamente de las debilidades ajenas: unas instituciones europeas erosionadas y sin protagonismo, con unos dirigentes que son los más grises de su historia y unos Gobiernos atizados por los efectos sociales de las crisis y sin apenas márgenes para tomar decisiones.

Alemania, a pesar de los ensueños de algunos, no es una potencia emergente. Basta con observar su débil y avejentada pirámide demográfica. Sus fortalezas competitivas y exportadoras son debilidades de los otros. Lo mismo sucede con la capacidad de mando. Tiene al frente a una canciller cada vez más desgastada, que ha ido perdiendo apoyos, derrochando bazas y recortando su mayoría. Este es el segundo presidente federal que se le cae del trono, sin que se atisbe ahora la posibilidad de dictar de nuevo el nombre de quien le sustituya, como hizo en dos anteriores ocasiones. Su coalición con los liberales hace agua. Ha ido perdiendo casi todas las elecciones regionales una detrás de otra. Y está claro que teme perder también al presidente Sarkozy, que le acompaña en su labor de mando, porque sería un peldaño más en su descenso y la dejaría sola frente a un François Hollande fresco y recién elegido, dispuesto a terminar con una relación tan asimétrica e instrumental como la que mantiene ahora.

Los cánticos soberanos en un momento de máxima difusión del poder son música para ahuyentar fantasmas, cancioncillas que entona el niño perdido para darse ánimos mientras busca la salida del bosque. Es lo que hace Sarkozy al reivindicar una Francia fuerte, cuando todos sabemos que los Estados-nación serán cada vez más débiles. O el presidente catalán, Artur Mas, cuando dedica su tiempo a predicar sus ansias de independencia catalana ante la prensa internacional. Y caben en el mismo capítulo las exhibiciones de poder de Alicia Sánchez-Camacho, que manda en Cataluña sin necesidad de votar a favor de los presupuestos, o las bravatas de José María Aznar sobre la acumulación de poder de sus correligionarios: “Mandáis tanto y sois tantos mandando que me llevaría demasiado tiempo saludar a todos”, les dijo el sábado en Sevilla. Con que mandara un saludo a Merkel, que es quien manda a los mandados, bastaría. Ella es la que más manda, aunque a pesar de todo mande tan poco y tan mal.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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