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La tradición curativa americana del médico de Trump que está atrapada en un limbo legal en España

Se originó en EE UU con la meningitis epidémica, se convirtió en un mito durante la gripe española y vuelve a sonar en pleno azote del coronavirus. ¿De dónde viene y adónde va la osteopatía?

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Chris Madden / getty
Nacho Sánchez

Hacia 1864, la epidemia a temer era la meningitis. La enfermedad progresaba rápidamente con consecuencias fatales, especialmente entre los niños. Poco se sabía de ella, pero los médicos de la época la asociaban con terribles brotes anteriores. Uno de ellos, a finales del siglo XVI, mató al menos a 12.000 personas en Madrid, según un informe publicado en una revista médica de la época. En aquel 1864, Andrew Tailor Still perdió tres de sus nueve hijos por la enfermedad. Un mes después, otra hija falleció de neumonía. Con ellos murió su fe en la medicina convencional.

Still, hijo de un médico y predicador metodista, se había iniciado en la sanación sin mucha más formación que la que su padre pudo darle y la que sacaba de libros sobre sangrías, purgas y otras técnicas de la época. Superó la pérdida con un proyecto: si la medicina no había podido salvar a sus hijos era necesario cambiarla. Su especialidad, la anatomía, le marcó el rumbo; sus manos se hicieron protagonistas, la herramienta clave demandaban sus pacientes. Al final fueron más de los que podía atender y, en 1892, fundó el Colegio Americano de Osteopatía.

Hoy, miles de profesionales médicos han seguido su estela y perfeccionado su legado, que se basa en la movilización de articulaciones y grupos musculares para conseguir el alivio de dolor y la mejora de la calidad de vida del paciente. Hay decenas de técnicas manuales, muchas empleadas también por masajistas, quiroprácticos y fisioterapeutas, para un tratamiento que, según dicen, puede ser preventivo, curativo, paliativo o coadyuvante. 120.000 médicos de Estados Unidos —alrededor del 10% de todos los del país— comparten hoy la tradición típicamente americana que Still inauguró, y la cifra sigue creciendo porque hay más de 30.000 estudiantes. Suelen ser médicos de familia que ejercen, sobre todo, en áreas rurales. Pero también toman decisiones en la Casa Blanca.

Un mito nacido de una pandemia

El contagio de Donald Trump de covid-19 ha hecho saltar a la fama a Sean Conley. El nombre del médico de cabecera del presidente desde 2018 pasó desapercibido hasta que se ha encargado de someter a su ilustre paciente a un tratamiento experimental con un cóctel de anticuerpos y de informar —en unas confusas y, por momentos inquietantes, ruedas de prensa— sobre la evolución de Trump. En plena pandemia, su imagen llama la atención mundial hacia la osteopatía, aunque no tanto como lo hizo la mal llamada gripe española, a principios del siglo pasado.

Con aquella pandemia nació un mito: los osteópatas trataron a más de 100.000 pacientes infectados a lo largo de los Estados Unidos, de los que apenas fallecieron 257. Un auténtico milagro estadístico… del que es sano, y procedente, dudar. Los datos proceden de un estudio publicado en una revista del sector que los propios profesionales han puesto en cuarentena debido a su escasa fiabilidad y a la inexistencia de contexto epidemiológico de esa enfermedad. No es la única duda que suscita esta tradición curativa típicamente americana. “El problema es que la osteopatía contiene partes que cuentan con una buena evidencia científica y, a la vez, otras que no hay por dónde cogerlas”, explicaba a BUENAVIDA Rubén Tovar, fisioterapeuta y profesor del Máster de Fisioterapia Neuromusculoesquelética de la Universidad Internacional de La Rioja. Y añadía que España es el único país del mundo en el que está recogida dentro de la fisioterapia.

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La convivencia es de todo menos armónica. Se diría que los fisioterapeutas viven en una confrontación constante con los osteópatas, aunque no es del todo cierto: la mayoría de los osteópatas también son fisioterapeutas. Muchos profesionales y los colegios oficiales de fisioterapia que les representan prefieren ni hablar del tema para no avivar rivalidades. “Lo siento, pero no nos queremos meter en más polémicas en ese campo”, dicen desde uno andaluz.

Mientras el conflicto permanece en estado latente, los osteópatas cuentan con una clientela leal, en parte porque les atienden de una forma cercana: tienden a preguntarles sobre muchos aspectos de su vida, acercándose más a su estado global que a una dolencia concreta, recomendado incluso actividad física o hábitos de alimentación saludables en lugar de medicinas. Eso puede ser un bálsamo en algunos casos, pero también un arma de doble filo en general. “Si alguien decide ir a un osteópata tiene que asegurarse de que sea graduado en Fisioterapia o licenciado en Medicina o alguna rama de Ciencias de la Salud y que, luego, haya añadido a sus estudios osteopatía”, señala un profesional académico del sector de la fisioterapia, que subraya que la principal diferencia entre fisioterapia y osteopatía, al menos en España, es la falta de una formación reglada y una titulación oficial. En el país de Trump, que un osteópata sea el médico del presidente no causa sorpresa, pero en España la osteopatía pasea por un alambre en forma de limbo legal que lleva a buena parte de la sociedad dudar sobre su eficacia.

Sí existen estudios universitarios en países como Australia, Reino Unido y Portugal; de hecho, muchos españoles acuden a formarse a nuestro país vecino. En los albores de la disciplina, que no se sabe bien de qué influencias bebió para coger forma, la comunidad religiosa rechazó las ideas de Still por su inasumible similitud con la imposición de manos, y cuando las quiso presentar en la Universidad de Baker, que su padre había ayudado a establecer en los años cincuenta, volvió a sufrir el rechazo. Hoy se imparte osteopatía en 38 universidades de Estados Unidos.

Allí la carrera exige unos primeros años comunes a la licenciatura de Medicina y luego otros más en Osteopatía, de ahí que Sean Conley sea considerado médico osteópata —no médico y osteópata— y tenga el mismo reconocimiento que un médico convencional. Y por eso puede recetar medicamentos como el Remdesivir a Trump, mientras que en España el único osteópata que está autorizado para emitir recetas es el que se haya licenciado primero en Medicina. No son, ni mucho menos, mayoría.

Hacerte osteópata en un fin de semana es posible (y perjudicial)

A diferencia de la medicina convencional, cuyas raíces se hunden en las antiguas culturas y tiene una gran base científica que ha ido creciendo y corrigiendo tratamientos a lo largo de los siglos, la historia de la osteopatía no llega a los 200 años —Hipócrates, el del juramento, vivió hace casi dos milenios y medio—. Se puede encontrar cierta evidencia científica para algunos tratamientos, pero la mayoría carecen de ella. El propio Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social la considera una “terapia aún en evaluación” —a la altura del yoga, la medicina naturista, el quiromasaje, la risoterapia, la acupuntura y el reiki— y en un documento publicado en diciembre de 2011, también el Gobierno refleja que, en la osteopatía, la investigación científica está “menos desarrollada”. Concretamente, apunta que muchas de las realizadas en el campo de las terapias manuales tienen en general “defectos metodológicos importantes”. “Hay que resaltar que en nuestro país la falta de formación contrastada de muchos de sus practicantes, médicos o no, cada vez más numerosos y sin necesidad de una titulación oficial, hacen que deba ser considerada una práctica peligrosa”, indican desde el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos.

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A pesar de los esfuerzos de quienes la defienden, la osteopatía, que llegó a España a principios de los ochenta, sigue sin estar regulada en el país. El único texto legal en el que se cita es la Orden CIN 2135/2008 por la que se establecen los criterios formativos en Fisioterapia. En ella se define como un “método de intervención”. El Consejo General de Colegios de Fisioterapeutas de España la considera “una competencia propia del fisioterapeuta”, es decir una rama dentro de dicha disciplina aunque no se señale así en la Orden mencionada. “Ello hace que profesionales de muy variada formación —algunas veces adecuada y otras, lamentablemente mínima— puedan ejercer en España sin el más mínimo control”, subraya Lluís Horta, gerente del Registro de Osteópatas de España (ROE). “Sobra decir que esto puede representar un peligro potencial y que resultaría prioritaria la existencia de un marco regulador para la seguridad de los usuarios de estos servicios”, insiste.

Desde el ROE argumentan que existe evidencia científica sobre la eficacia y la seguridad del tratamiento osteopático en numerosas situaciones clínicas, sobre todo en el campo músculoesquelético. Según dicha entidad, el tratamiento osteopático es efectivo para el dolor de columna y la cefalea, además de ayudar en factores psicológicos como la ansiedad y el miedo. Pero ellos mismos definen los estudios en los que se basan como “de moderada calidad”, algo que achacan a las dificultades de obtener evidencias en la terapia manual. Su gerente también destaca que “en algunos campos de esta disciplina la evidencia es escasa o incluso inexistente y la plausibilidad de algunas intervenciones necesita ser revisada”.

Por si fueran pocos motivos para mantener una prudente cautela, en España existen centros que imparten cursos cortos, incluso de apenas un fin de semana, que permiten a sus participantes autodeterminarse osteópatas. Es algo muy perseguido por los colegios profesionales de fisioterapia e incluso puede generar importantes problemas legales cuando carecen de seguro de responsabilidad civil. “Cualquiera puede llamarse ‘osteópata’ tras una mínima formación”, reconocen desde el ROE. No puede decirse lo mismo de un médico...


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