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Carnet de madurez emocional denegado: cumplo 40 y actúo como un adolescente, ¿tengo remedio?

Una actitud que te puede costar el trabajo y el amor

domin_domin (Getty)

Érase una vez una persona que se negaba a crecer, sus relaciones nunca avanzaban, llegaba tarde a todas partes y no aceptaba más normas que las suyas. ¿Te suena? Podría ser la descripción de un adolescente de un lugar llamado Nunca Jamás, pero hablamos de gente a la que ya le pesan las primaveras. La psicología le ha puesto nombre al problema (y no hay que ser un lince para adivinarlo): el síndrome de Peter Pan, que viene a decir que falta madurez emocional. La cuestión es: ¿tiene solución?

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“Todos conocemos a alguien de 40, 50 o 60 años que parece que esté en la adolescencia todavía. Son personas que tienen una madurez física o cronológica por edad, pero que son muy inmaduras emocionalmente”, explica la psicóloga general sanitaria Raquel Rodríguez Cortés. Frente a todo Peter Pan hay una Wendy. “Existen también personas jóvenes —de 18 o 20 años— que son independientes, que afrontan la vida como les viene, que se conocen bien a sí mismas y demuestran una gran madurez emocional”, añade. Lo ideal y sano —dice— sería que la cabeza y el cuerpo se acompasaran, aunque ya sabemos que los mundos ideales están reservados para la ficción. Volvamos a la realidad para entender por qué algunos pasan el test del carnet emocional y otros no.

El aprobado se consigue gracias a la suma de recursos y actitudes con los que nos enfrentamos a la vida. “Son personas que tienen una alta inteligencia emocional y se caracterizan porque conocen bien sus emociones y las de los demás. Tienen empatía y habilidades sociales, lo que les permite relacionarse de una manera satisfactoria. Además, son capaces de regular su comportamiento según la situación que se les presente”, desarrolla la psicóloga. En otras palabras, entienden y conocen el contexto que les rodea, y saben adaptarse a él.

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Al retrato robot de la persona madura hay que sumarle también que sabe controlarse ante prácticamente cualquier situación. Incluso las imprevistas: si pierde un avión, por mucho que le fastidie, no montará en cólera en mitad de la terminal. Tampoco el fracaso le sepulta en un pozo de desesperación; al contrario, le espolea para avanzar y lo toma como una oportunidad de crecimiento. Además, trabaja por fortalecer su autoestima y es capaz de combatir los pensamientos irracionales que, de tanto en tanto (y como a todos), le asaltan. “Y también quienes saben identificar sus carencias y piden ayuda para resolverlas”, añade la experta. Lejos de cultivar al arte de la queja y perder el tiempo en lamentos, estas personas invierten en buscar caminos posibles. En resumen: empatía y habilidades de resolución de problemas.

Quienes suspenden, en cambio, son personas incapaces de asumir sus errores, que no saben afrontar cuestiones cotidianas y que tienden a echar responsabilidades fuera (tanto en lo laboral como en lo personal). En el terreno sentimental también tienen lo suyo. Huyen del compromiso como un ratón de un gato, y —una vez más— vuelcan sus problemas sobre sus parejas. Las hay que “ni siquiera tienen relaciones serias porque no son capaces de afrontar la responsabilidad que suponen”, aclara la psicóloga. Todo porque se conocen poco, y les falta seguridad y confianza en sí mismas.

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Lo que le sobra de empatía a las personas maduras, le falta a los Peter Pan y esto deja un reguero de situaciones desagradables. Las más frecuentes suelen ser malas relaciones con los compañeros de trabajo, despidos, discusiones con los amigos y familiares, y rupturas sentimentales. Para complicarlo todo aún más, no suelen saber cuál es exactamente su problema. “A mi consulta no llega gente diciendo ‘soy un inmaduro emocional’, pero sí advierten que tienen un problema, aunque no sepan muy bien cuál es, y muchas veces presentan los síntomas claros de la inmadurez emocional”.

Pero, ¿por qué hay quien lo consigue y quien no? La respuesta está en la vida misma. Nuestra historia y nuestras vivencias determinan nuestro comportamiento. “El ambiente en el que creces, la historia de vida, los problemas que nos hayan surgido… Todo ello nos condiciona a la hora de alcanzar antes o después la madurez. Si una persona no afronta los problemas y sale corriendo tiene más probabilidades de seguir siendo inmaduro, así como quien no reconoce sus propios errores”, explica Rodríguez Cortés.

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La buena noticia es que todo el mundo puede madurar. Y nunca es tarde si el premio es gordo, y lo es: tener una madurez emocional acorde a nuestra edad fisiológica es imprescindible para ser felices y estar satisfechos. Pero, ¿cómo se trabaja? Se trata de establecer metas de vida. “Las personas maduras emocionalmente tienen claro lo que quieren conseguir, y para ello se ponen una meta general y otras más pequeñitas que les lleven hasta ahí”, comenta la psicóloga. Deben ser realistas. De lo contrario, solo se llega a la frustración. Y para conseguirlos, la clave es la asertividad (esa capacidad de expresar las opiniones y los deseos de una manera amable y abierta que no atente contra los intereses del resto). Vamos, crecer sin pisotear al prójimo.

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