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“Sé cómo te sientes”, la frase que más dicen quienes menos te comprenden

Si buscas un hombro sobre el que llorar, mejor que sea uno que tire más de empatía que de experiencias pasadas

Misunderstanding.
Boris Zhitkov (Getty Images)

Hoy no es el día de suerte para un perjudicado por el mal de amores. Su pareja acaba de confesar que le es infiel hace tiempo. Le ha dejado en shock. Cuando por fin reacciona, llama a un amigo. “Sé cómo te sientes, yo pasé por eso con mi primera novia”, le dice. El malestar se incrementa de repente, y aflora un inesperado impulso de despotricar contra el mundo. Quiere mandar a su interlocutor a paseo. Y, sin embargo, el comentario pretendía hacerle sentir mejor. ¿Se ha convertido en un desagradecido?

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Probablemente no. “Sé como te sientes” es una frase que suele funcionar al contrario de lo que se piensan quienes la usan, un error que todos hemos pronunciado en algún momento de la vida. Posiblemente el tipo de la anécdota tan solo necesitaba desahogarse, sentirse escuchado, solo había que regalarle un “cuánto lo siento” o un “vaya faena”, incluso un silencio hubiera sido una buena respuesta. Es comprensible que no le aliviara que su amigo se pusiera en modo protagonista.

Clara Selva, investigadora y profesora responsable del Practicum de Psicología de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), explica que “la capacidad empática existe en todas las personas en un mayor o menor grado, puesto que tiene una base genética subyacente”. Se refiere a las neuronas espejo, que nos permiten captar e imitar los estados emocionales de nuestros semejantes. “Este regalo biológico, al combinarse con la socialización y otros factores contextuales y ambientales, puede incrementar nuestras conductas prosociales”, afirma la doctora en psicología social. Cuando lo hace, la reacción hacia el amigo al que han sido infiel tiende a ser hacerle saber que estamos ahí para lo que necesite, o sencillamente darle un abrazo, que viene a ser lo mismo. Sin embargo, determinados rasgos de la personalidad pueden marchitar la empatía, y entre ellos el narcisismo se lleva la palma.

Según un estudio del Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y Cerebrales Humanas alemán, el narcisismo nubla la capacidad empática especialmente cuando el narcisista está atravesando un buen momento y disfruta de experiencias agradables. La explicación de la psicología está en que al evaluar el mundo que nos rodea utilizamos nuestra propia experiencia como patrón y proyectamos en los demás nuestro estado emocional. Este proceso tiende a minimizar el malestar de quien nos está contando su desgracia, y es por eso que el divorciado que tiene algo de egocéntrico y está en el mejor momento de su vida será un pésimo interlocutor para quien acaba de iniciar un traumático proceso de divorcio. Paradójicamente, cualquier otro escuchante, a poder ser que ni siquiera haya pasado por su experiencia, será un apoyo mucho mejor.

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En el fondo, lo que sucede es que “a una persona narcisista le importará poco cómo se sienta el otro aunque sea capaz de imaginarse por lo que está pasando. Ocurre lo mismo con quienes tienen un perfil más psicopático, que lo que hacen es utilizar la interacción social en su beneficio”, recuerda Vanessa Fernández, profesora de Psicología de la Universidad Complutense y terapeuta en Terapeutas Alcalá.

La experiencia no es la mejor consejera

La tendencia a ser siempre el centro de atención no es la única razón por la que en ocasiones el “sé como te sientes” no ayuda en absoluto. También es posible que realmente no tengamos la menor idea de cómo se siente la otra persona. Lo comprobaron los investigadores Klaus Scherer y Agnes Moors cuando preguntaron a más de 3.000 adultos cómo se sentirían si estuvieran en una fiesta y, casualmente, escucharan a dos amigos hablando mal de ellos. Entre los encuestados hubo quien respondió que se enfadaría mientras otros se inclinaban por otras emociones, como el desprecio, la decepción, la culpa, la tristeza y la vergüenza. Es decir, que el hecho de que vivamos una misma situación no significa que reaccionemos ante ella de la misma manera.

Este fue precisamente el hallazgo de una reciente investigación, cuyos resultados sorprendieron a sus propios artífices: resulta que la similitud en las experiencias complicadas puede inhibir en lugar de aumentar nuestra comprensión de las emociones ajenas. Aquellos participantes que no habían pasado por la misma situación que quienes relataban su vivencia tenían mucha más habilidad a la hora de imaginar qué emociones estaban sintiendo los afectados. Según la profesora de la UOC, esto se explica porque haber tenido la misma experiencia hace que tendamos a recrear la propia vivencia, de forma que evaluamos de forma imprecisa la del otro.

Y ahí no queda todo. Parece que nos distanciamos aún más de lo que pueda estar pasándole a la otra persona si fuimos capaces de superar esa experiencia complicada con éxito. Un estudio recogido por la Asociación Americana de Psicología lo refleja en la respuesta de los entrevistados que escucharon la historia de un tipo que dijo haberse estrenado como camello en el mundo de la droga tras un largo periodo de desempleo. Quienes habían pasado por el paro pero finalmente habían encontrado trabajo se mostraron mucho menos comprensivos que los demás.

“A medida que se va superando una situación complicada, las personas son más conscientes de que, para salir de esa situación, ha sido determinante su responsabilización en la forma de afrontar las dificultades, la forma de pensar, las emociones y, por supuesto, la conducta que se elige tener”, señala el psicólogo Luis Ángel Romero, del Colegio Oficial de la Psicología de Castilla y León. Es decir, que el sentirse agente y no víctima de la situación puede tener como contraprestación mayores dificultades para empatizar con aquellas personas que sufren esa situación y no se responsabilizan de ella, explica Romero. Algo así como “si yo pude hacerlo, ¿por qué tú no?”. Otra frase que no es, precisamente, un ejemplo de empatía.

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