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“¿Ayuda? No, gracias”: así piensan quienes rechazan la colaboración por mucho que la necesiten

Aceptar una mano es de valientes y, en los tiempos que corren, hacen falta todas las posibles. Es más, bajar la guardia ya casi es una necesidad

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Klaus Vedfelt / Getty Images

John Lennon la pedía a gritos en la que llamó su canción más honesta, pero no todos estamos dispuestos a pronunciar esa palabra: Help! Algunos prefieren perder una hora en un laberinto de calles antes que bajar la ventanilla del coche y preguntar dónde está ese restaurante que se ha volatilizado del mapa. O ver una docena de veces un tutorial en finlandés para montar una cómoda, en lugar de pedirle auxilio al manitas del vecino. La actitud se reproduce incluso cuando no hay que dar el primer paso, lo que ya es curioso: ¿por qué ante un ofrecimiento desinteresado de ayuda muchos optamos por el “no, gracias”?

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Todo depende de cómo nos llevemos con el control, dicen los expertos. “Para dejarte ayudar, antes tienes que aceptar que los seres humanos somos interdependientes”, explica el psicólogo y director de Apertus Psicólogos, José Gonzalez. “Sin embargo, vivimos con la fantasía de no necesitar a los demás, de ser independientes, olvidándonos de que precisamente lo que nos ha hecho sobrevivir como especie es colaborar con los otros”, añade. O, dicho de otro modo: aunque no haya nada de malo en aceptar que necesitamos a los demás, en ocasiones nos empeñamos en no hacerlo “porque solemos buscar una falsa sensación de control a través de la omnipotencia, del 'yo puedo con todo, nadie lo hace mejor que yo”, resume González.

Pero hay más. Si pudiéramos dividir a las personas en distintos perfiles según su estilo de comportamiento, dibujaríamos el retrato robot de hasta cuatro tipos de persona a las que les costaría dejarse ayudar. Sucede tanto en lo que respecta a las tareas cotidianas como a las decisiones importantes, pero hay formas de conseguir prestarles un apoyo que muchas veces necesitan.

El solista, porque le arruina el espectáculo

Hay cantantes que jamás aceptarían formar parte de un dúo. Igual que bailarines que únicamente se plantean ser la estrella del espectáculo y eligen un cuerpo de baile que no pueda hacerles sombra. Es su narcisismo el que les impide cualquier otra opción. Como explica el psicólogo y profesor de neuromarketing Asier Zuazo, este perfil individualista rechazará la ayuda porque no la encuentra atractiva. “A todos nos apetece ser un producto atractivo socialmente, pero es que para determinadas personas esa deseabilidad social es la que rige gran parte de su comportamiento. Son quienes intentan mantener una imagen aunque vaya en contra de sus beneficios, y al percibir en la propuesta de ayuda una señal de incapacidad, la rechazarán”, afirma el experto en comunicación.

¿Cómo conseguir entonces que un solista acepte cambiar la posición de piloto por la de copiloto, después de ocho horas sentado al volante? Hay una estrategia que puede funcionar: la de ofrecerle el cambio de posiciones diciéndole antes lo capaz que es. “No le podemos preguntar si necesita ayuda porque la rechazará. Habría que insistir en lo bien que hace las cosas, dorándole un poco la píldora, y después preguntarle si le podríamos aportar algo”, explica Zuazo.

El salvador, necesitado de que le necesiten

¿Qué ocurriría si aceptando la ayuda dejo de tener mi función en el sistema? En el fondo, es lo que piensan los “salvadores”, personas que dan por hecho que sin ellos se caería el mundo. “Este perfil encajaría con la madre o el padre de familia que, a pesar de estar sobrepasado, no acepta ayuda externa en casa. Si le dijéramos que podemos contratar a alguien para quitarle cargas se podría derrumbar, porque tiene la creencia de que no ser necesitado es como no existir”, señala el psicólogo José González.

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La fórmula para que se permitan ser ayudados no es sencilla en este caso, aunque determinadas circunstancias pueden facilitarlo. Como explica el coordinador de Apertus Psicólogos, en perfiles muy estrictos la solución es que se vean en una situación donde no pueden hacer otra cosa que aceptar ayuda aunque no quieran. Así se darán cuenta de que las cosas siguen funcionando sin ellos. “Lo vemos en casos en que quien tiene el papel del cuidador enferma o queda encamado por una fractura, por ejemplo, y no puede seguir ejerciendo las funciones que tenía. Hasta entonces no concibe que el sistema pueda seguir funcionando sin él o ella”, señala González.

El controlador, desesperantemente superior

Lo reconocerás porque es el primero en entrar y el último en salir de la oficina, y su necesidad de controlar todo lo que le rodea puede llegar a resultar desesperante para los demás. Entre otras razones, porque la palabra “delegar” no existe en su diccionario personal. En la base de este comportamiento está la creencia de que nadie lo va a hacer tan bien como ellos, explican los expertos. Un factor que caracteriza a estas personas es que “tienen un ‘locus’ de control interno muy sólido: creen que tanto el éxito como el fracaso depende de ellos exclusivamente. Por eso no se dejan ayudar fácilmente”, apunta José González. Pero, como en casi todo, la clave está en alcanzar cierto equilibrio. “Hay cosas que dependen de nosotros y otras que no podemos controlar del todo. Si asumes que todo depende de ti intentarás mover el mundo con una cuchara”, añade.

En opinión de Asier Zuazo, habitualmente son personas muy organizadas y metódicas que creen que la ayuda de los demás no les va a solucionar nada. “Aunque no lo digan, seguramente pensarán que no quieren tu ayuda porque no vas a estar a la altura de lo que necesitan”. Este retrato coincide con un perfil que en el modelo para el análisis del comportamiento llamado DISC, ideado por el psicólogo William Marston, sería el dominante. “Según este modelo, todos somos predeciblemente diferentes y hablamos principalmente un lenguaje. Un dominante habla un lenguaje muy directo, sin medias tintas, y si queremos entendernos con él o ella tendremos que usar el mismo”, explica Zuazo. Por eso, una forma de que un dominante acepte que le ayudemos a hacer una mudanza o a elegir un coche es planteárselo en sus términos. “No te voy a dar la lata con esto, si quieres te ayudo y si no, no’ sería una forma que entendería y podría aceptar”, afirma Zuazo.

El solucionador, centro de toda operativa

No es complicado dar con ellos: en los grupos de amigos son quienes se encargan de comprar el regalo de cumpleaños común o de reservar el restaurante donde cenarán un sábado. Entre otras razones, porque creen que valen por lo que hacen, no por lo que son. José González afirma en su libro El duelo. Crecer en la pérdida (RBA, 2020) que hay personas que se ocupan en exceso de las necesidades familiares obviando las suyas propias, y el solucionador encaja en este perfil. “En los tanatorios es fácil identificar el miembro del sistema familiar que es el resolutivo, el que se encarga de hablar con el cura, da su teléfono para que los primos de Tarragona sepan cómo llegar, está pendiente de los trámites… Es decir, no se ocupa de sus necesidades sino de las de la familia y cree que en el hacer es donde tiene valor”, señala.

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Dicen los especialistas que este tipo de personas también se caracterizan por huir del conflicto, y ante un ofrecimiento de ayuda su primera respuesta será casi siempre “gracias, no hace falta”. El motivo de la contestación es que piensan que, ocupándose ellos de todo, evitan posibles problemas... además de ganar puntos frente a los demás. ¿Cómo ayudar a los solucionadores? La propuesta de los expertos es intentar que se prueben “para ver si son capaces de sostener la incertidumbre de no tener el control de todo. Primero en pequeñas dosis, delegando en cosas que no sean centrales para ellos. Si es el amigo que siempre compra el regalo común, dejando que lo compre otro la próxima vez que sea un amigo menos cercano quien cumpla años, y que vea que no pasa nada”, propone José González.

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