‘Si una mañana de verano, un viajero’, de José Carlos Llop: la insularidad como forma de arraigo al mundo
En uno de los mejores libros de José Carlos Llop, el autor hace balance de una vida dedicada a escribir desde su casa en Mallorca, fiel a ese paisaje de héroes y dioses
La inflexible vocación literaria de José Carlos Llop (Palma, 1956) le ha llevado a permanecer, sin misantropías ni sobreactuaciones, a una cierta distancia del mundo, en una vivencia de la escritura, según quería Bernard Delvaille, como “clandestinidad superior”. Más allá de constituir un poco frecuente ejemplo de “deber como obligación del arte” en medio de la hoguera de las vanidades culturales, ese apartamiento de Llop en su Mallorca natal, sumado a su afinidad con escritores como el santalucense Derek Walcott, ha propiciado que, al hablar de su literatura, sea común hablar de insularidad. Una insularidad que, compensa adelantar, ha estado siempre lejos del mero color local: si, por una parte, la obra y aun la vida de Llop se alinean con esa Mallorca abierta de archiduques, pioneras del turismo y escritores con notas cosmopolitas como los hermanos Villalonga, por otra parte, su insularidad se enmarca en un mundo antiguo y superior, a la vez mítico y vivido, como es el Mediterráneo. Y en la amplia tradición literaria que allí prende, y en la que el propio Llop irá eligiendo una familia más cercana en el espíritu: Patrick Leigh Fermor, por ejemplo, o Lawrence Durrell, muy presentes en estas páginas, como en otras del autor lo ha estado Robert Graves. La insularidad, en resumen, puede leerse en Llop como una forma de arraigo en el mundo, una lealtad al mismo tiempo vital y literaria: por decirlo con Villamediana, una vocación y un destino. Y es desde la fidelidad a ese paisaje de héroes y dioses, de hombres y libros, con un fondo constante de mar, que Llop ha logrado perimetrar un mundo propio reconocible.
Otro arraigo, como es el temporal —tres, cuatro décadas de escritura—, ha terminado por dar un empaque muy importante al proyecto literario del Llop prosista. Este recentísimo Si una mañana de verano, un viajero puede leerse como culminación de una estirpe que, en estos 10 años, nos ha llevado desde los veranos de la infancia de Solsticio hasta la evocación de una bildung generacional en Reyes de Alejandría y, más allá, el entretejido de la historia familiar y la urbana de En la ciudad sumergida. Hablamos, en todos los casos, de una literatura del tiempo y la memoria, quizá nunca más pura y concentrada que en este Si una mañana de verano…, justamente porque “no es una novela y tampoco una biografía; no es ficción y tampoco es autoficción”.
La prosa hipnótica nos lleva en círculos concéntricos, con la sensualidad conocida del autor y un culturalismo tan natural como las calmas y las tormentas
Podríamos decir que es un itinerario: el abandono de la casa donde el escritor, a lo largo de más de 30 años, se ha dedicado a la literatura en temporadas casi monacales, abre el camino a una exploración y balance del tiempo transcurrido desde “los momentos en los que dejamos de ser otros” y, en su caso, decide que la vida será escribir. La presencia poderosa del medio físico —ese mar—, los personajes locales y las caras familiares que rodean al escritor, junto a esa otra compañía que son los libros preferidos, dan vida y quitan solipsismo a esta meditación sobre la soledad y el pasado, es decir, la escritura y el tiempo. Al conjunto le sirve una prosa hipnótica, que nos lleva en círculos concéntricos, con la sensualidad conocida del autor y un culturalismo tan natural como las calmas y las tormentas junto a aquella casa de la vida. Uno de los mejores libros de Llop y un Llop en plenitud de oficio.
Si una mañana de verano, un viajero
Alfaguara, 2024
120 páginas. 17 euros
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