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Juventud

En 'Reyes de Alejandría', un narrador busca el tiempo de su juventud. No hay nostalgia almibarada ni cantos de cisne. Hay fe de vida

Nada debe darse nunca por sentado, pero a estas alturas parece razonable pensar que un libro de José Carlos Llop (Mallorca, 1956) no defraudará, porque desde El informe Stein (1995) el autor nos ha entregado un puñado de novelas tan singulares como sugestivas —aparte de los poemarios y dietarios o los libros de cuentos y los ensayos—. En todas se apreciaba siempre un sello muy personal. Lo que implica una mirada. Y esa mirada se resuelve en un andamiaje narrativo que opera desde la concisión más exigente, atento el narrador no a sobrevolar, sino a hurgar. De ahí que un espacio sea ante todo una atmósfera, que a un personaje le basten dos o tres páginas para cobrar vida, que un símil acertado amplíe el foco de lo que se cuenta, que la anécdota (o la reflexión) culmine en una imagen.

Al leer en la sobrecubierta de Reyes de Alejandría que los escenarios de la novela eran la Palma natal, explorada ya en La ciudad sumergida (2001), y Barcelona y un tiempo — mediados de los años setenta—, empecé a leerla más desde la vida que desde la literatura. Podría suscribir la cita del cantante Sisa que encabeza la novela: “Fue bonito y creo que estuve allí”. Lo cual no me da derecho previo a legitimar nada, menos aún a fiscalizar, pero sí añade valor añadido al “placer del texto”.

El propósito de esta narración se explicita en el primer párrafo: “Este libro trata de un viaje en el tiempo. (…) trata, pues, de nosotros y ha de contar quiénes éramos (…) quiénes dejamos de ser”. Desde París, al cabo de los años, un narrador busca el tiempo de su juventud. Todo lo convocado aflora desde una voluntad de afirmación. No hay nostalgia almibarada ni cantos de cisne. Hay fe de vida. Y reconocimiento. Hay búsqueda (y hallazgo) de un sentido, la necesidad de “ordenar” y clarificar unos años que, para bien o para mal, quedaron como anclaje. Y la certeza de que ante el tiempo y sus máscaras tenemos un salvavidas: “La escritura de la memoria, entre la impresión y el fogonazo en la niebla”.

Disfruté de la cartografía existencial que revive Llop al trazar las andanzas de sus reyes de Alejandría: la inicial exploración de la poesía, con Ezra Pound a la cabeza; la alianza con la música; los hábitos y ritos y vestimentas; los enamoramientos; el vagabundeo; las lecturas y las referencias contraculturales varias; el ridículo índice inquisitorial dictado por los mandarines y los comisarios políticos; las algaradas y revueltas; la vida universitaria; los bares… Incluso fui apostillando y matizando aquí y allá. Lamenté la celeridad final, aunque quizá sea ese el ritmo apropiado para dar cuenta de las sombras que aparecieron y precipitaron “la catástrofe”: con la droga “entró la mentira”, y también la locura y la muerte (sida, suicidios…). De repente el dinero resultó cool, el arte fue una prenda de vestir, y las palabras… Después llegó la posmodernidad.

Reyes de Alejandría. José Carlos Llop. Alfaguara. Barcelona, 2015. 177 páginas. 17,90 euros

Disfruté de la cartografía existencial que revive Llop al trazar las andanzas de sus reyes de Alejandría

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