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Subidón emocional en la Barcelona de los setenta

José Carlos Llop traza en ‘Reyes de Alejandría’ un vibrante y poético retrato de su generación

Jacinto Antón
El escritor mallorquín José Carlos Llop.
El escritor mallorquín José Carlos Llop.TOLO RAMON

Nadie con alrededor de sesenta años de edad y que haya vivido su educación sentimental en los setentas dejará de reconocerse en Reyes de Alejandría (Alfaguara), el último libro de José Carlos Llop (Palma de Mallorca, 1956), un poético y vibrante retrato generacional que brota torrencialmente, con una vehemencia culta e inteligente y mucha enfebrecida nostalgia, de una de las voces más refinadas de nuestro panorama literario. Es difícil calificar genéricamente Reyes de Alejandría,que su autor presenta como novela aunque tiene un indiscutible aroma de memoria y la textura musical de un largo poema, lleno de sensaciones e imágenes muy conmovedoras. Mosaico de episodios de la vida de un joven que rondaba la veintena en esa “época prodigiosa” (y felizmente promiscua para los más afortunados) que pivota esencialmente en los años 74 al 78, el relato es en primera persona y transcurre en Barcelona, sobre todo, con un retrato evocador y certero de la ciudad, donde se producen encuentros amorosos y descubrimientos vitales, y Palma de Mallorca.

La narración está punteada por una serie de palabras clave, de títulos de canciones, de libros y de películas, de nombres de grupos y de escritores, que componen un verdadero glosario de aquellos tiempos y sirven de gatillo de las emociones y cabina teletransportadora al pasado.

“Los setentas tienen un carácter fundacional muy intenso”, dice Llop. “Inauguramos muchas cosas, hicimos de buques rompehielos y nadie nos ayudó, tuvimos resistencias por arriba y por abajo. Fuimos la generación con diferencias más marcadas con la previa y la posterior. En todos los sentidos, una generación distinta”. Imposible no asentir a todo si naciste en el 57. Esa época, resalta Llop, “no estaba escrita hasta ahora”. Reyes de Alejandría fue alumbrado, y se nota, con “turbulencia emocional”, que refleja “lo vertiginoso de aquellos años”.

El ‘patchouli’ y los ‘troskos’

He aquí un pequeño listado de claves generacionales que aparecen en Reyes de Alejandría y funcionan como reclamos de la nostalgia: Here Comes the Sun, el teléfono de fichas, Traffic, Marcuse, el macuto, Sticky Fingers, los Levi's 501, Barthes, el patchouli, las pulseras de pelo de elefante, Lezama Lima, el robo de libros en los drugstores, los mecheros Dupont de oro, el rock sinfónico, Nicos Poulanztas, el servicio nocturno Ángel, el tabaco Bisonte, Bella sin alma, el Aleph, los secretas en la Universidad, Like a Rolling Stone, Ruby Tuesday, la Guardia Mora, Lovecraft, Time in a Bottle, la carta astral, Bella sin alma, los troskos("amb aquest trosko de pa em foteré tot el PSUC"), Lucio Battisti, Romance en Durango, Herman Hesse, El gato que está triste y azul, François Hardy, Montejurra, Bomarzo, Chelsea Hotel, Ocaña, Vicious, la Bultaco Lobito, Barry White, Quimera, El desencanto, La batalla de Argel, Suzanne…

“La literatura que más me interesa se apoya en la memoria y el tiempo”, continúa Llop, tras calificar de “subidón emocional”, el tono de su libro. De esos términos que recorren el relato como una letanía profana anclándonos con su poder evocador en la época, señala que hay omisiones como en cualquier selección. No sale, por ejemplo, El cuarteto de Alejandría, pese a ser una referencia clave de aquellos tiempos y a que el libro lleva el título que lleva (inspirado en Cavafis y alusión al efímero reinado de los hijos de Cleopatra). El autor justifica que ha escrito ya en otro lado sobre Lawrence Durrell. En realidad cada uno que haya transitado aquellos años incluirá junto a las que están otras cosas para completar la textura del recuerdo.

Y quizá al lector no le parecerá tan consustancial Ezra Pound, por ejemplo. “Para mí es un eje que vertebra la novela —como lo es la música—; Pound, sus Cantos son un melting pot de una cultura poética en la que se juntan oriente y occidente, como le pasaba a nuestra música, con aportaciones como la de Ravi Shankar”. Eso lleva inevitablemente —siendo quienes somos-—al Concierto para Bangla Desh, otro hito sentimental, “iniciático”, como, apunta Llop, que incluye Persona, de Bergman, o Muerte en Venecia. A Llop le parece que lo que define esa época es que “la alta cultura y la cultura popular confluían; no éramos dogmáticos ni ortodoxos, éramos de un eclecticismo sublime, estábamos abiertos a todo lo que nos pasaba por delante, libros música, relaciones, alcohol y otras sustancias… Todo eran formas de aprendizaje de la vida que había que disfrutar”. Uh, ¿y la política? “La política también nos interesaba, pero con risas”. Llop reconoce que en ese capítulo “cometimos algunos pecados de omisión”. Va por las otras cosas que se practicaron con largueza, como ligar, e incluso, por lo visto, follar (¡al ritmo de Romance en Durango!).

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Hablando de aquellos tiempos y de su novela, Llop dice cosas muy hermosas: “Estrenábamos —nos parecía— la vida, de espaldas al dinero y el poder, nos inventamos nuestra libertad y nos hicimos libres”, “casi todo ocurre a los veinte años”, “oscilábamos entre la melancolía y el entusiasmo, como la música que nos gustaba”, “éramos nómadas en casas de otros y los libros, los discos y los amores a menudo propendían a lo comunal”. “Las pasiones”, continúa, “se vivían como canciones y las vivencias como novelas; todo estaba empezando y parecía no ir a acabar nunca”. Llop reflexiona que “algunos persistimos con esa conciencia de la vida como un amplio ciclo novelístico”.

 El libro se tiñe de una felicidad hedonista, de la pasión de vivir que expresa el protagonista veinteañero y que está teñida de la melancolía del hombre maduro que recuerda esa juventud dorada desde un hotel del París actual. ¿Estamos ante unas memorias? “He escrito Reyes de Alejandría como una novela. Otra cosa es que el uso del material más próximo es algo común a mis libros”. Pues suena todo muy de verdad. “Todo eso pasó”, reconoce Llop, “pero en una novela cabe todo, es un cajón de sastre maravilloso, yo prefiero ampararme tras su protección”. Le pregunto si se refiere a la cantidad de relaciones eróticas del protagonista, capaz de irse con una tía a la cama hablándole de Nerval. “¿Parecen tantas? Yo creo que son pocas, no es Bukowski” (otra referencia de entonces). Reconoce no obstante la promiscuidad de aquellos tiempos. “Cosas que hacíamos entonces hoy ya no escandalizarían pero inquietarían”, apunta con aire feliz. Ese aspecto autobiográfico, ¿no es arriesgado? “Hay muchas zonas de riesgo en Reyes de Alejandría, y no solo por eso. La emoción siempre es riesgo”.

¿Y qué queda de aquellos setenta? “Nos queda la vocación artística, que nos salva, y el amor, que sigue salvándonos”.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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