Edificios que entran por los ojos
¿La pintura y la fotografía que retratan edificios son un fin en sí mismas o un medio para inmortalizar la arquitectura? Una exposición y un libro se enfrentan a ese dilema
En las célebres fotos que hizo Maurice Jarnoux para Paris Match se ve a André Malraux en su casa de Boulogne sur Seine rodeado por páginas y páginas ilustradas esparcidas por el suelo. En algunas, el escritor parece ahogado entre las imágenes de su museo imaginario; en otras, baila sobre ellas. El reportaje es elocuente; en gran parte confluye con las ideas de Walter Benjamin sobre la reproducción impresa de las obras de arte, y también con las más recientes de John Berger sobre la fotografía. Resumiendo: la fotografía convierte en arte lo que toca, es decir, extrae a las obras de su contexto original —idealmente, sacral o religioso, pero también podría ser técnico o topográfico, como en el caso de la arquitectura— y las hace ingresar en un nuevo ámbito: el libro de arte, en el que se convierten en otra cosa. Aparecen ahora en un plano homogéneo, liberadas de su función y sus determinaciones. Han ganado su propia finalidad. A cambio, los significados a los que servían han desaparecido, se han borrado.
Esta operación de pérdida y ganancia simultáneas sobrevuela una exposición y un libro actuales. Juan Cuéllar y Roberto Mollá comisariaron entre 2017 y 2021 Arquitecturas pintadas, una muestra de pintores, muchos “neometafísicos” (Juan Manuel Bonet) o “posconceptuales” (Paco de la Torre), que viajó por Europa (Berlín, Varsovia, Praga, Bucarest, Évora…). Ahora, la arquitectura, en este caso universitaria de los cuatro campus valencianos, vuelve a ser el punto de apoyo para las nuevas recreaciones, ya no solo pictóricas, reunidas en La Nau bajo el título Campus.
Las facultades, las residencias o las bibliotecas que durante cuatro décadas proyectaron Moreno Barberá o Giorgio Grassi han servido al trabajo de pintores muy pintores como el propio De la Torre o Elena Goñi o Joël Mestre, pero también a otros artistas de la animación (Teresa Tomás), las obras interactivas (Jorge Tarazona) o los objetos (Pamen Pereira o el equipo Señor Cifrián). Y lo decisivo es eso, que el punto de partida para todos ellos han sido las imágenes. Los propios comisarios dicen celebrar “un ballet triádico entre la imagen pictórica, fotográfica y cinematográfica”. La Universidad de Valencia conserva un rico fondo fotográfico sobre el asunto, y en 1998 hizo más encargos a artistas muy conocidos, entre ellos los fotógrafos-fotógrafos, por decirlo así, Gabriele Basilico y Humberto Rivas, o los pintores Ian Wallace o Per Kirkeby.
Al color de las pinturas se le llama en griego ‘phármakon’, la misma palabra que sirve para droga, veneno
Como se ve, en este terreno hay que hilar muy fino. El libro de Iñaki Bergera —arquitecto y fotógrafo él mismo, máximo experto y director de proyectos señeros como el que concluyó en Fotografía y arquitectura moderna en España, 1925-1965 (Fundación ICO, 2014)— nos ofrece para ello Fotografía y arquitectura. La imagen del espacio construido. Y nos ayuda a preguntar: Las fotografías de arquitectura ¿sirven —por decirlo así— a la arquitectura? ¿O, siguiendo a Malraux y Benjamin, su destino es mutar autónomamente para progresar en la contemporánea espiral de objetos imaginarios, fake o virtuales, como diríamos hoy? Los recelos hacia el hechizo de las imágenes son muy antiguos, tanto como la suspicacia platónica o la presunción de la verdad metafísica. Al color de las pinturas se le llama en griego phármakon, la misma palabra que sirve para droga, veneno. Bergera insinúa que una visión crítica de la arquitectura depende de la preservación del carácter auxiliar de las imágenes.
El caso es que en su propio libro —un volcado de textos elaborados para distintas encomiendas durante los últimos 10 años— los nombres, las citas y las ideas que se repiten no siempre mantienen el mismo sentido. Leemos que para Kindel —el maravilloso fotógrafo de los nuevos poblados del Instituto Nacional de Colonización, en perfecta sintonía con José Luis Fernández del Amo, apóstol de la abstracción de los cincuenta— “la fotografía era un medio, no un fin”; que para Lucien Hervé, el fotógrafo de Le Corbusier, “la arquitectura se convierte en el medio, no en el fin”; que para Bernard Rudofsky, un activista romántico que suele hacer las delicias de los profesionales de la transgresión, organizador en 1964 en el MoMA de Architecture Without Architects, “las fotografías son el fin mismo del discurso”. Etcétera.
Muchos arquitectos, como Le Corbusier, Sáenz de Oiza o José Antonio Coderch tomaron también la cámara
¿Hablamos, pues, de un subgénero fotográfico? Visto desde el interior de la fotografía, quizá. Pero la propia arquitectura adquirió a través del arte fotográfico (no ya de la mera foto industrial o técnica) un estatuto de arte visual que, aunque nunca le fuera ajeno, revelaba ahora, digamos que por afinidad, sus manifestaciones más inasibles. Junto a capítulos más bien teóricos o complementarios (tan interesantes como el dedicado a los retratos de arquitectos), en la primera mitad del libro recorremos una historia que va desde Català-Roca y Juan Pando a Bleda y Rosa o Lluís Casals, pasando por Paco Gómez o los fotógrafos del litoral mediterráneo (en la preguerra Hausmann o Margaret Michaelis, y luego Giorgio Casali o los de AFAL). Los propios arquitectos, normalmente displicentes con el arte fotográfico del que no obstante se servían, tomaron la cámara muchas veces: el mismo Le Corbusier, Oiza, Coderch… Así que las paradojas son profundas, tienen antiguas raíces. No podremos decir si fue antes el huevo o la gallina. Y, de poder decirlo, no estaremos diciendo nada. Las imágenes proliferan, se expanden. En todo caso, se alejan de cualquier verdad única de sola formulación verbal, discursiva. A estas casas no podemos entrar; ellas entran por los ojos.
‘Campus. Arquitectura universitaria en la pintura contemporánea’. Varios artistas. La Nau. Hasta el 3 de septiembre.
‘Fotografía y arquitectura’. Iñaki Bergera. Turner, 2023. 368 páginas. 22,90 euros.
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