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¿Es difícil leer ‘En busca del tiempo perdido’? No tanto

La obra de Marcel Proust es una cumbre de la literatura moderna. Para alcanzarla solo se necesita de sensibilidad, concentración y pundonor

Manuscrito de 'Por el camino de Swann', de 1913.
Manuscrito de 'Por el camino de Swann', de 1913.Bridgeman Images (© Bridgeman Images)

En un intercambio de correos con un traductor de primera, Miguel Temprano García, me comentó la aparente extraña afición que tienen muchos periodistas a calificar como difíciles obras maestras de la literatura universal. De esa manera contribuyen a alejarlas de los lectores y, de paso, tranquilizar sus conciencias. Así es como una obra sustancial tal que En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, es afectada por esa inconsistencia, lo mismo que el Ulises, de James Joyce; la trilogía final de Henry James, o El hombre sin atributos, de Robert Musil.

Una reciente traducción de la novela de Proust viene a unirse a las ya existentes y meritorias de Consuelo Berges, la pionera que completó los dos primeros volúmenes traducidos por Pedro Salinas y José María Quiroga Pla (Alianza), de Carlos Manzano (Lumen) o la muy documentada de Mauro Armiño. A todas ellas, separadas entre sí por el tiempo, debemos la importante y agradecida difusión de la obra del gran escritor francés. Significativamente, en una nota al texto al frente de la traducción de María Teresa Gallego, eminente traductora del francés, y su hija Amalia García Gallego, tras reproducir uno de esos extensísimos párrafos de la obra en los que el principio y final de estos están “implacablemente alejados”, proponen que si se nos ocurriera teñir de un color cada una de las frases que lo constituyen, este formaría un ovillo arcoíris nada sencillo de desenredar. Con tal ejemplo (tomado de entre los muchos que pueblan la obra magna de Proust) tratan de mostrar “la peculiar, característica y personalísima sintaxis proustiana que tanto asombro y tanta fascinación ha producido desde que alguien la leyera por primera vez”.

Pero ¿qué es una novela difícil? Eso es imposible de sostener, como lo es decir de una novela que es aburrida. Novelas que encandilan a unos aburren a otros, pues el aburrimiento es una actitud personal, no una categoría literaria. Desde el punto de vista literario el calificativo “difícil” está fuera de lugar. Podemos aceptar calificativos tales como sencillo o complejo, pero difícil o aburrido… No hay reto ni satisfacción mayor que superar una dificultad en pos de una meta. La lectura es un acto de intimidad y de concentración en el que, como propone el poeta Cavafis en su poema Itaca, encontramos aventura, conocimiento y placer. Pocos viajes han de resultar tan estimulantes como la lectura de un “libro difícil”.

Vaya un ejemplo por delante, elegido al abrir el libro al azar para mostrar la tan cacareada “dificultad”: “Pero, en vez de la sencillez era el fasto lo que yo ponía en primerísima fila si, después de haber obligado a Françoise, que estaba rendida y decía que ‘no podía con las piernas’, a pasarse una hora andando arriba y abajo, veía por fin, desembocando del paseo que viene de la puerta Dauphine —imagen, para mí, de un prestigio regio, de una llegada soberana tal que ninguna reina de verdad iba a poder darme esa impresión más adelante porque tenía de su poder una noción menos inconcreta y más experimental—, transportada por el vuelo de dos caballos fogosos, esbeltos y torneados como los que vemos en los dibujos de Constantin Guys, con un cochero gigantesco afincado en el pescante, forrado de pieles como un cosaco, junto a un groom, un chiquillo que recordaba al ‘tigre’ del ‘difunto Beaudenord’, veía —o más bien notaba que se me imprimía su forma en el corazón con una nítida y agotadora herida— una incomparable victoria, deliberadamente más alta y cuyo lujo de ‘último grito’ traslucía alusiones a las formas antiguas, en cuyo fondo iba recostada con descuido la señora Swann, ciñéndole el pelo, ahora rubio con un único mechón gris, un delgado bandó de flores, casi siempre de violetas, del que colgaban largos velos, con una sombrilla malva en la mano y en los labios una sonrisa ambigua en la que no veía yo sino la benevolencia de una majestad y lo que había sobre todo era la provocación de la cocotte y que dejaba caer suavemente sobre las personas que la saludaban”.

En busca del tiempo perdido es una cumbre, un ochomil de la literatura moderna que no necesita de impedimenta ni sherpas para alcanzarla, sino de sensibilidad, aprecio de la belleza, concentración y pundonor. Por eso, la elección de las señoras Gallego madre e hija, de probada competencia, es un riesgo que distingue a esta traducción que ha empezado a publicar la editorial Alba en tres volúmenes. “A la dificultad, opongamos valentía”, parecen haber querido decir; y justo en el año de la celebración del centenario de la muerte del gran escritor francés se han planteado trasladar el ovillo con todo su colorido. Buen reto al lector. Como ellas mismas sostienen con galana convicción en su paso del francés al español y parafraseando a Lope, “esto es Proust, quien lo probó lo sabe”.

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