‘La palabra para rojo’: cómo recuperarse de un ictus en la Antártida
Jon McGregor afronta un reto narrativo de primera magnitud y consigue crear un efecto literario digno de un escritor de verdadero fuste
Jon McGregor nos entusiasmó con su anterior novela, El embalse 13, en la que la misteriosa desaparición de la hija de unos turistas en un pueblo inglés los afectaba a lo largo de un año. Lo singular del relato es el suceso como fondo de un desarrollo fascinante de la evolución de la vida de sus habitantes indisolublemente ligada al paso del tiempo sobre ellos, sobre una naturaleza que evolucionaba con la gente del lugar y donde ésta (árboles, vegetación, clima, animales salvajes, etcétera) formaba un todo creador de extraordinaria potencia expresiva.
McGregor es de esos escritores que conciben la escritura como un reto para atacar nuevas formas de escritura con asuntos de verdadera entidad. La palabra para rojo es ciertamente un reto de primera magnitud, concebido como si deseara llegar más adelante de todo lo conseguido hasta el momento. Y no es un recién llegado: en su haber, un total de cinco novelas con ésta, ha sido galardonado con premios de alto prestigio en el área anglosajona: el Somerset Maugham, el Impac y el Costa, y ha sido seleccionado en tres ocasiones en la lista de finalistas del Man Booker.
Con La palabra para rojo, McGregor afronta un asunto de la mayor importancia: Robert Wright, un veterano asistente técnico de una base en el Polo Antártico, recibe a dos nuevos colaboradores, expertos en información geográfica, para explorar y cartografiar la zona. La novela comienza en mitad de una tormenta fortísima que hace que pierdan el contacto entre ellos. El relato de esta tormenta en directo es excelente y crea un clima de gran potencia narrativa que se sustenta en las conexiones fallidas por radio entre los tres. Finalmente, la situación se resuelve cuando uno de ellos, Luke, es capaz de alcanzar el refugio donde se halla Robert, pero pierden al segundo geógrafo, Thomas, a la deriva sobre una placa de hielo. Robert pretende salir afuera para tratar de localizarlo, pero en el intento sufre un ictus. McGregor lo cuenta desde una doble perspectiva: la lesión que va invadiendo su cerebro, que opera como una “corriente de conciencia”, y una voz narradora que se entrevera con la anterior: el efecto literario es un hallazgo expresivo digno de un escritor de verdadero fuste.
La novela se divide en tres partes llamadas ‘Inclinado’, ‘Caído’ y ‘De pie’, lo que se corresponde con el título original de la novela (Lean Fall Stand). La primera parte es la que acabo de presentar. Su originalidad y tensión dramática son un hallazgo. Las otras dos que la siguen, en cambio, presentan un problema por el modo de contar los efectos demoledores del ictus. En la segunda, el punto de vista es el de la esposa y en la tercera lo es la terapia de recuperación. En ambas asistimos a la tremenda lucha de Robert por recuperar el habla, pero ese es el punto débil. No conozco la versión inglesa original, pero la particular dificultad de traslación de un idioma a otro bien distinto de la lucha del personaje con el lenguaje es obvio en este caso. La traductora lo ha afrontado con valentía y conocimiento de causa, se atiene al esfuerzo ímprobo de Robert por dar con la palabra que busca, a lo que se añade el plus de dificultad de su traducción, pues la traductora se ve obligada a buscar equivalencias sumamente difíciles del idioma original con el castellano, lo que la obliga a ejercer casi de creadora. Aunque sale bien parada, la línea dramática, la narratividad del texto, se resiente: la novela busca plasmar la lucha por sobrevivir y por el habla. Es una lucha heroica que lastra el curso narrativo, opacado por el peso excesivo del proceso de terapia. Es el precio de la ambición de un autor sin miedo.
La palabra para rojo
Autor: Jon McGregor.
Traducción: Concha Cardeñoso.
Editorial: Libros del Asteroide, 2022.
Formato: tapa blanda (296 páginas. 20,95 euros) y e-book (9,99 euros).
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