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‘La España que tanto quisimos’, relato inmisericorde de la reciente memoria histórica

El ensayo de Víctor Gómez Pin, que considera el referéndum de independencia un fracaso tanto para Cataluña como para España, puede ayudar a los progresistas a recuperar su españolidad

Víctor Gómez Pin ‘La España que tanto quisimos’
Cartel en la plaza de toros de Ronda (Málaga), de 1785, la más antigua de España.Alamy Stock Photo
Juan Luis Cebrián

Tan apaleados como vienen siendo por el poder político los estudios de Filosofía, tengo que felicitar a Víctor Gómez Pin por su último ensayo sobre La España que tanto quisimos. Escrito en encomiable prosa, constituye un relato inmisericorde y lúcido de la reciente memoria histórica de nuestro país, primero hurtada y más tarde manipulada por la autoridad competente. Es también una reflexión moral, y por lo tanto política, sobre el ser español y sus circunstancias, parafraseando a Ortega y Gasset. A quien, por cierto, hace poco se criticaba acremente en estas páginas por sus reflexiones sobre La España invertebrada. Es sin embargo elogiado sin ambages por el autor, uno de los intelectuales cuerdos que todavía nos quedan. Pero ya queda dicho que los filósofos no tienen buena prensa.

Filósofo y no otra cosa, mal que a alguno le pese, Gómez Pin se suma a la saga de pensadores que se han interrogado sobre el ser y el sentir de “la España en esencia comunitaria que sabe que no hay fertilidad en solar aislado”. La de Cernuda y Lorca, pero también la de Albert Camus (“Donde mi generación aprendió que se puede tener razón y sin embargo ser vencido”) o Simone Weil, que definió el arraigo como condición de la alteridad, de la elaboración de un proyecto común desde las raíces singulares y diversas de un territorio, una cultura y una historia comunes. El autor, barcelonés de nacimiento y europeo por elección, dedica buen número de páginas al conflicto político de Cataluña, agitado entre otras cosas por la dispar identidad lingüística de sus habitantes. Considera el 1 de octubre de 2017 como símbolo de un fracaso colectivo y una radical frustración tanto para Cataluña como para España. Coincido con la crítica severa que hace de la pasividad política del Gobierno central y el uso innecesario de la fuerza pública. Pero lamento que no ponga de relieve la ilegalidad de un referéndum que se hizo sin censo y sin cuento, sin la alteridad discursiva que él mismo reclama a la búsqueda de una identidad a la vez común y diversa. Por lo demás, su discordancia con las tesis nacionalistas es tan explícita como rotunda su defensa de una cierta idea de España.

Al margen de este mínimo reproche, la lectura del libro me ha permitido reconocer mi propia experiencia a través de la del autor y compartir su criterio de que es preciso y sano “contemplar nuestro pasado como un abismo propio que hay que sondear… y no como un pecado original” que obligue a darnos constantes golpes de pecho. Frente a la imagen de la España oscura o de charanga y pandereta, hay además en la obra una explícita celebración del vino y la alegría. Compartir una copa en lugares públicos ajenos a las tensiones derivadas de diferencias económicas o de estatus cultural le parece a Gómez Pin “una suerte que acompaña a la sociedad”. Me pregunto si no podría Isabel Díaz Ayuso aprovechar esta frase en defensa de su invitación a tomarse unas cañas como un logro político de su política anticovid e identitaria. Por mucho que se cachondee de ello esa izquierda un día libertaria que hoy parece haberse convertido al calvinismo de lo políticamente correcto.

Hablando de Calvino, merece la pena resaltar el capítulo que sobre su conflicto con Miguel Servet sirve para comentar los excesos de la Inquisición, signo de identidad de nuestra España, pero también los de otras inquisiciones no por menos mentadas más perdonables. Y es impresionante el repaso que se da a los destrozos generados en la sociedad española por la expulsión de los judíos: un exilio forzado que perjudicó el desarrollo de la economía, la ciencia y los fundamentos más sólidos de una sociedad avanzada.

Hay también un comentario sobre los excesos antitaurinos, cuando Picasso, Hemingway y García Lorca fueron aficionados a un festejo que muchos consideran no la tortura de un berraco, sino un combate entre dos especies animales representantes del genio y la fuerza. La izquierda urbanita debería preguntarse de nuevo sobre las consecuencias funestas para sus aspiraciones electorales, en Andalucía o Castilla, del anatema que sobre la caza y la tauromaquia han propagado los movimientos animalistas. Por último, termina el periplo, desinhibido y profundo, de este filósofo sobre la piel de nuestra Península, que algunos comparan a la de un toro, con una visita a Ronda, ciudad en la que Rilke descubriera “un ocio de jazmín y un tenue rumor de agua que conjuraba memorias de desiertos”.

Ya dijo Chesterton que lo divertido no es lo contrario de serio; es lo contrario de aburrido y de nada más. Así se desprende de la obra que comentamos. Leerla puede ayudar de paso a algunos progresistas despistados a recuperar sin complejos su españolidad.

portada del libro 'La España que tanto quisimos', VÍCTOR GÓMEZ PIN. EDITORIAL ARPA

La España que tanto quisimos

Autor: Víctor González Pin.


Editorial: Arpa, 2022.


Formato: tapa blanda (280 páginas. 21,90 euros).

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