‘Obras reunidas’, una trama fascinante para pensar el arte
La primera novela de Lydia Sandgren, comparable a los ‘thrillers’ familiares de Siri Hustvedt, celebra por todo lo alto la ficción mientras desvela los entresijos de la creación artística
Una ópera prima de tan largo aliento que se diría que alberga no solo el vestigio de los sucesivos estadios creativos de rigor, sino hipotéticas obras anteriores subsumidas en estas Obras reunidas tituladas con guasa por Lydia Sandgren, autora novel de 1987 que se las sabe todas y que, aupada por su dilatado bagaje de lecturas, es capaz de ver la literatura con mirada burlesca y desde la atalaya del campo literario, sin incurrir en la complacencia de la obra propia, tentación en la que tantos autores primerizos caen.
Sandgren pergeña una compleja trama que no obedece sino al objetivo primordial de pensar el arte, de comprender los entresijos de la creación artística y su vínculo con la vida (“advertirá el lector mi relación emocional con el lenguaje y la creación literaria”, señala Sandgren). Y sí, el bloqueo del escritor no es sino un tópico, como lo es el de la pugna entre biografía, realidad y ficción, el de la autocrítica llevada a enfermizos extremos kafkianos, el del manuscrito inacabado, o el del lenguaje que conforma el mundo, pero la sagacidad de la autora los enaltece. ¿Y acaso no es la literatura, como lo es el arte, una sarta inevitable de topos que solo en manos del talento creativo hace vibrar la sensibilidad?
Enriquecida por distintos planos temporales, estructurada en contrapunto —de Huxley al Perec de La vida instrucciones de uso—, y virtuosa en el dominio de los registros y coloquialismos que la traducción acredita, la novela se hizo con el prestigioso Premio August y ha sido capaz de vender en Suecia 100.000 ejemplares, traduciéndose a 14 idiomas. Narrativa elevada a la segunda potencia (¿habría tal vez que escribir en caja alta la literatura que deja entrever sus costuras o indaga en sus entretelas?), Obras reunidas es una suerte de bildungsroman asentado en la trayectoria vital del atribulado editor Martin Berg, venido a menos por la crisis del libro, por la repercusión social de su célebre amigo del alma Gustav Becker, artista reverenciado, y por la insólita desaparición de Cecilia, su esposa y glamurosa musa del pintor. Sandgren reflexiona con humor y a sus anchas sobre el arte y sus mecanismos de creación, y sobre el amor perdurable, y sobre ese jugoso secreto llamado talento (y las suspicacias que genera) que cautivó al Bernhard de El malogrado.
El misterio de la evanescente Cecilia, que trae consigo ecos de Nabokov y parece estar en consonancia con el tratamiento que el poeta Tranströmer le concede a la intriga entre los bastidores de la vida cotidiana, le confiere a su vez a la novela, junto al interés por el clima —meteorológico tanto como emocional: magnolios y cielo limpio junto a insatisfacción y existencialismo— y la alusión a obras señeras de un cierto corpus literario convencional —Conrad, Ginsberg, Plath, Vonnegut, Duras, King…—, un contrapunto a su talante lúdico y travieso. Sandgren empatiza con Martin ante su vacío habiendo perdido a Cecilia, a la vez que juega a un noir sui generis convirtiendo a su hija Rakel en investigadora de la desaparición de su madre. Se divierte paseándose por las convenciones (¿qué demonios es la literatura?, juegos con el tiempo, contrapuntos y certezas como la de que “no es insólito que el texto sepa más que quien lo ha escrito”) y los esnobismos del mundillo literario (“¡no me digas que tú también estás deseando ver la nueva traducción del Ulises!”), y proclamando viejas buenas nuevas (“pocas profesiones atraen a los aventureros: las minas de oro y la literatura”). Y se ríe de “la interpretación hermenéutica” o del “cambio de paradigma”, y disfruta desperdigando un culturalismo que este lector no entiende como resabiado sino como mordaz (lean, si no, el pasaje en el que la autora riñe a Hammershøi por haber llevado una vida aburrida que no está a la altura de las de Van Gogh y Picasso; o la paráfrasis que Martin hace de Nietzsche asegurando que “tenemos el arte para poder resistir la realidad”).
Los lectores quieren que el arte sea verdad o que sea inventado. La literatura se mueve inevitablemente en el campo de tensión que existe entre esas dos posibilidades
Contradiciendo de una forma un tanto forzada el postulado de Wittgenstein en su Tractatus Logico-Philosophicus, los personajes de Sandgren no esquivan hablar de la pérdida de la esposa, madre y musa de la que nada saben y sobre la que arrojan conjeturas propias de una novela dentro de la novela que nos ocupa. La ambiciosa novela, que puede traer a la memoria Todo cuanto amé, de Siri Hustvedt, saga familiar con thriller al fondo y generosas dosis de arte y de amor, es una pesquisa y una declaración: la primera persigue esclarecer un innato arcano de la vida, el del suceso que no obedece a lógica alguna; la segunda se complace en cuestionarse la creación de la ficción atendiendo a sus estatutos e ironizando acerca de sus resultados, siempre desde la convicción de que “texto y realidad son cosas distintas. Siempre habrá un desfase entre los dos, y ese desfase es necesario para que exista lo que llamamos literatura. Para que exista el arte en general (…). Los lectores quieren que sea verdad o que sea inventado. La literatura se mueve inevitablemente en el campo de tensión que existe entre esas dos posibilidades”.
Sandgren se postula como candidata a ocupar una posición no periférica en el mainstream, y la extensión de su novela, excesiva para más de uno, no parece ser tanto el fruto de una megalomanía cuanto el resultado de demasiados años cavilando un texto que celebra por todo lo alto la ficción.
Obras reunidas
Autora: Lydia Sandgren.
Traducción: Carmen Montes Cano.
Editorial: Tres Hermanas, 2022.
Formato: tapa blanda (742 páginas. 28 euros).
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