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Carmen Maria Machado: “Escribir mi libro no fue sanador, sino un asco”

La escritora estadounidense de origen cubano relata en ‘En la casa de los sueños’ su traumática experiencia con la mujer que la maltrató. Su libro aborda un tabú: el de los casos de abuso que se producen dentro de las relaciones lésbicas

Álex Vicente
Carmen Maria Machado
La escritora Carmen Maria Machado, en Los Ángeles en 2019.Randy Shropshire (GETTY IMAGES)

Durante años, Carmen Maria Machado (Allentown, Estados Unidos, 1986) trató de relatar su historia a gente que no sabía escucharla. Por eso acabó escribiendo un libro, En la casa de los sueños (Anagrama), que describe su traumática relación con la mujer que la maltrató al final de su veintena. No encontró, pese a lo que rezan los tópicos sobre la literatura confesional, ningún consuelo. “No fue un proceso catártico ni sanador. Hay escritores que sienten esas cosas, pero no es obligatorio. Me parece aceptable decir que escribir este libro fue un auténtico asco. Lo odié profundamente y seguramente no volvería a hacerlo. Fue como una piedra en el riñón: tenía que extirparlo para poder escribir otras cosas”, sostiene la autora por videollamada desde su casa en Filadelfia, donde da clases de escritura en la Universidad de Pensilvania. Tras su debut literario con la aplaudida antología de cuentos Su cuerpo y otras fiestas, Machado parece aquí una escritora distinta, igual de lúcida al describir el horror que esconde la vida cotidiana, solo que ahora está a la intemperie. “Con la ficción siempre sientes una protección. Cuando escribes sobre cosas difíciles, puedes decir que te lo has inventado todo, incluso si es mentira”, responde.

Su historia empieza como una comedia romántica LGTB+: la mujer de sus sueños es una escritora de coleta rubia recién salida del gimnasio, de buena familia y licenciada en Harvard, que habla francés con soltura. Machado, una “morenita con gafas y curvas rayanas en la gordura”, nieta de exiliado cubano, fanática religiosa en su adolescencia, sedienta y hambrienta de un amor que la obligue a atravesar cuatro Estados, siente golpear su corazón contra su caja torácica. Y se rinde en cuestión de días. “¿Puedo?”, le pregunta su nueva amante en cada paso que da al desnudarla. “No te importaría nada ahogarte de esa manera, dando permiso”, escribe la narradora, dirigiéndose a su antiguo yo.

“La religión es horror puro: un Dios caprichoso gobierna un mundo de ángeles y demonios. Ya no soy creyente, pero me interesa cómo pensamos en lo que supera nuestra comprensión”

Eso es, por descontado, lo que sucederá. Ese romance idílico no tardará en convertirse en un cuento de horror doméstico: celos enfermizos, cambios de humor inexplicables, agresiones leves que se vuelven graves y una manipulación digna de un thriller de sobremesa. Todo ello en el interior de la casa del título, situada en un verde suburbio universitario de Indiana, que en el relato de Machado cobra rasgos de mansión gótica. Después de todo, un texto solo necesita “dos cosas para integrarse en el romanticismo gótico: mujer más residencia”, escribe Machado en el libro, citando a la teórica del cine Mary Ann Doane. Aun así, su gótico no tiene raíz sureña: está anclado en el Rust Belt, el oxidado cinturón industrial del noreste de Estados Unidos, donde ella creció, y luego nutrido por su estricta educación en el metodismo de sus padres. “La religión es horror puro: un Dios caprichoso gobierna un mundo de ángeles y demonios. Ya no soy creyente, pero me interesa cómo pensamos como sociedad en todo lo que se sitúa más allá de nuestra comprensión”, expone Machado.

Su libro es una desgarradora memoir que cuenta cómo logró salir de esa relación violenta, pero también un ensayo sobre la ausencia en el canon literario de otros relatos de abuso en relaciones homosexuales. Cuando Machado empezó a escribir, descubrió que simplemente no existían, más allá de algún testimonio judicial. Es lo que llama “la violencia del archivo”, el hecho de que ciertas historias no merecen ser registradas de cara a la posteridad. Todo está en la etimología: la palabra archivo, como recordó Derrida en su día, procede del griego arjíon, “la casa del vencedor”. “Hablo en el silencio. Tiro la piedra de mi historia a una vasta grieta; midan el vacío por el poco ruido que hace”, escribe la autora.

“No basta con que los homosexuales seamos seres humanos para merecer derechos. También debemos ser personas ejemplares. Es cínico y asqueroso”

Machado considera que las historias de abuso lésbico han sido silenciadas por ser “relatos que crean complicaciones”, como sucedió con el suyo. “Necesitamos que las narraciones gais sean universalmente inspiradoras y positivas. Al seguir luchando por la respetabilidad, debemos presentar siempre una cara respetable”, opina Machado. “No basta con que seamos seres humanos para merecer derechos. También debemos ser personas ejemplares. Es cínico y asqueroso. El resultado es que los homosexuales, igual que otros grupos oprimidos, se terminan callando sus experiencias. Es la angustia de la minoría: si no tienes cuidado, alguien te verá haciendo algo humano y lo usará contra ti”.

Pulsión de muerte

En la casa de los sueños usa una estructura fragmentada, llena de saltos de continuidad, que recuerda a los Ejercicios de estilo de Raymond Queneau al reformular una misma historia según las convenciones de distintos géneros, del Bildungsroman y la novela erótica a la comedia porreta y los libros de Elige tu propia aventura. “Se trataba de hacer luz de gas al lector para crear en él un sentido de la inestabilidad parecido al que tenía yo en la cabeza”, explica Machado. En las notas al pie, la autora añade referencias a la tradición de los cuentos populares, dando a entender que predeterminan nuestros patrones de conducta, en medio de digresiones que la llevan a hablar de las heroínas torturadas por sus maridos en el cine de los cuarenta, de los villanos queer en las producciones Disney o de la película El desconocido del lago, de Alain Guiraudie, para evocar esa pulsión de muerte tan clásica en los relatos homosexuales, tal vez porque sus protagonistas, acostumbrados a las vejaciones, no se creen merecedores de la vida.

“Odio a Biden, aunque sea mejor que Trump. Para hacer cambios radicales se necesita una imaginación radical, y no creo que él la tenga”

Machado, que no habla bien español, pero se siente “muy cercana” a autoras como Mariana Enriquez y Samanta Schweblin, contempla el mundo desde un cristal oscuro. “Cuando lo observo, veo una historia de horror. Por ejemplo, mi país me parece una distopía. Odio a Biden, aunque sea mejor que Trump. Biden es un anciano blanco y perfectamente formal que posiblemente haya toqueteado a alguien. Otro más…”, dice. “Para hacer cambios radicales se necesita una imaginación radical, y no creo que él la tenga”. En las primarias demócratas votó por Elizabeth Warren “por principios”, aunque ya se hubiera retirado de la carrera.

Recuerda que rompió con su ex el mismo día que Obama anunció que apoyaba el matrimonio homosexual, un miércoles de mayo de 2012. Es decir, hace menos de 10 años. Entonces parece que ella haya tocado fondo, pero un giro argumental le aguarda en el último tramo. Aunque ese relativo final feliz no haya resuelto el problema. “Han pasado siete años y aún sigo soñando con ello”, aclara. Su córtex cerebral y su sistema nervioso no se han olvidado de nada. “El trauma ha alterado el ADN de mi cuerpo, como un antiguo virus”, escribe en la recta final. No hay solaz en sus palabras, aunque sí la sensación de haberse liberado de una tarea pendiente, de la carga de lograr decirlo todo en voz alta. El libro se abre con una cita de Zora Neale Hurston, la prodigiosa autora de Sus ojos miraban a Dios, otra especialista en poner por escrito cosas que nadie se había atrevido a decir antes: “Si mantienes tu dolor en silencio, te matarán y encima dirán que te gustó”. Superado el virus, siempre llega el ansiado lapso, por breve e ilusorio que sea, de la inmunidad.

'En la casa de los sueños', CARMEN MARÍA MACHADO. EDITORIAL ANAGRAMA

En la casa de los sueños

Autora: Carmen Maria Machado.
Traducción de Laura Salas.
Anagrama, 2021. 320 páginas. 19,90 euros.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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