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Muere Edgardo Cozarinsky, el hombre que filmó y escribió en los márgenes de la actualidad

El escritor y director de cine argentino, autor de más de 20 filmes y 25 libros, falleció en Buenos Aires a los 85 años

Edgardo Cozarinsky en París (Francia), en 2011.
Edgardo Cozarinsky en París (Francia), en 2011.Ulf Andersen (Getty Images)

“Los libros solo pueden conducir, como infalibles celestinas, al deseo que precedió su lectura”. Disimulada entre paréntesis hacia la mitad de su primer libro de ficción, la frase se ofrece como un hilo central en la trama de textos y películas que construyó el escritor y cineasta argentino Edgardo Cozarinsky (1939-2024), fallecido este domingo a los 85 años. El libro conduce al lector pero, si antes no estaba el deseo, ni uno ni otro irán a ninguna parte. Y si estaba, juntos encontrarán el camino que, de alguna manera, ya estaba escrito. “Cozarinsky es un borgiano tardío cuyas referencias literarias mayores tampoco pertenecen, con excepción de Jorge Luis Borges, al castellano sino al francés, al alemán, al ruso, y que ha llevado aún más lejos el principio de la duplicidad lingüística y el arte del desplazamiento cultural”, lo definió la norteamericana Susan Sontag, también escritora y cineasta, en el prólogo al libro que ocultaba aquella frase, Vudú urbano, una obra de culto publicada originalmente en 1985.

La muerte de Cozarinsky consternó a la comunidad cultural de Argentina y Latinoamérica. Las palabras de despedida y la revaloración de su obra se multiplicaron en las últimas horas, mientras sus restos eran velados en la Biblioteca Nacional.

Nacido en Buenos Aires, descendiente de inmigrantes judíos ucranios arribados al país a fines del siglo XIX, Cozarinsky fue un prolífico creador que dejó más de 20 filmes y 25 libros —la gran mayoría escritos en las últimas dos décadas—. Su sello, en el cine y la literatura, fue una mirada capaz de conjugar, sucesiva o simultáneamente, la narrativa ficcional, la crónica documental y la reflexión del ensayismo. Cozarinsky contaba que se había criado, en los años cincuenta y sesenta, frecuentando cines y “leyendo textos que ya no leía casi nadie” y que así siguió, “al margen de la modernidad, posmodernidad, o mejor, actualidad”.

Apenas cumplidos los 20 años, colaboraba escribiendo y traduciendo en Sur, un emprendimiento clave en la historia cultural argentina, y se codeaba con el grupo de intelectuales que daban vida a la revista y la editorial del mismo nombre: las hermanas Victoria y Silvina Ocampo, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y José Bianco, entre otros. En sus memorias, varias veces entre 1962 y 1974 Bioy Casares lo incluyó en la conocida introducción a sus diálogos y encuentros con el autor de Ficciones y El Aleph: “Comen en casa Borges y Cozarinsky”. También en esos diarios, Bioy asentó en 1973 “la alegría de todos” al saber que, Borges y él, como miembros de un jurado del diario La Nación, habían premiado —sin saber quién lo había escrito— “El relato indefendible”, un ensayo de Cozarinsky sobre el chisme como pieza medular de la literatura y sobre su “lugar privilegiado en la práctica novelística de Henry James y Marcel Proust”. Ese ensayo fue ampliado y reeditado por su autor, la última vez con el título Nuevo Museo del Chisme.

Después de dirigir su primera película, curiosamente titulada ... —ese era el título, tres puntos suspensivos, sin palabras—, y de publicar el libro Borges y el cine, en 1974 Cozarinsky se exilió en París, Francia, donde permanecería hasta 1989. Allí estudió con Roland Barthes, desoyó su consejo de doctorarse con una tesis sobre el chisme, y se dedicó a filmar.

Quizá su película más conocida sea La guerra de un solo hombre, de 1981, una “ficción documental” que superpone los diarios del escritor y militar alemán Ernst Jünger referidos a la ocupación nazi de París durante la Segunda Guerra Mundial con imágenes de noticiarios de la época. En el contraste entre la aparente normalidad de la vida cotidiana y el horror acallado, el mismo Cozarinsky vería luego una alusión a lo que pasaba entonces en la Argentina, sometida por el terrorismo estatal de la dictadura (1976 y 1983).

En los años siguientes dirigió filmes como Autorretrato de un desconocido (1983, sobre Jean Cocteau), Guerreros y cautivas (1989, adaptación de un cuento de Borges) y El violín de Rotschild (1996), entre muchos otros. De regreso en Buenos Aires siguió filmando y se enamoró del tango, al que había ignorado de joven. Escribió sobre el tango (Milongas, de 2007), también lo escuchó y lo bailó. “En la pareja que baila, el alma desciende al cuerpo”, citaba al escritor Ezequiel Martínez Estrada.

El diagnóstico de un cáncer, en 1999, precipitó su vuelco a la literatura. Entre 2001 y 2023 publicó más de dos decenas de libros de cuentos, ensayos, novelas y memorias, empezando por La novia de Odessa y terminando en Variaciones sobre Joseph Roth, uno de los escritores que admiraba, y en una antología de sus textos. En 2018 ganó el premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez por En el último trago nos vamos.

Hace pocos meses, en diciembre pasado, Cozarinsky estrenó su último filme, Dueto, dirigido y protagonizado por él mismo junto con Rafael Ferro. Estructurada en breves capítulos, la película narra la amistad compartida por ambos realizadores. Uno de los fragmentos lleva como epígrafe unos versos de Cozarinsky: “Recuérdame, murmura el polvo, y lo dispersa el viento”.

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