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En colaboración conCAF

Punto de inflexión: así llevó el cambio climático a transformar su vida a tres latinoamericanos

Un argentino que se convirtió en meteorólogo tras perder a su hija en una inundación, una abogada colombiana con vocación por la justicia climática y una mexicana que siembra líderes ambientales

Cambio climático personas Latinoamérica

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En el mundo del cambio climático, se suele hablar del punto de inflexión – tipping point – para describir ese eventual momento en el que la Amazonia será más una sabana que una selva. Es un punto peligroso: la transformación del ecosistema liberará toneladas de emisiones responsables del calentamiento global, dejará sin hogar a personas y animales, y alterará los ciclos de agua más allá, incluso, de los Andes. Pero los puntos de inflexión también suceden en un sentido más amable y en las experiencias personales. Hay momentos de quiebre, de reflexión, de impulso, que llevan a las personas a trabajar por la lucha climática.

Como parte del Proyecto 89%, una iniciativa de Covering Climate Now inspirada en una encuesta que encontró que entre el 80 y el 89% de las personas apoyan medidas climáticas más contundentes, América Futura cuenta cuál fue el punto de inflexión que llevó a tres latinoamericanos a dedicarse a la acción climática desde distintos frentes, desafiando la inercia y el negacionismo.

Liliana Ávila, abogada climática colombiana: “No podría vivir de otra forma”

¿Por qué en insistir en la acción climática cuando parece que el mundo cuelga de un hilo? ¿Por qué pelear por la justicia climática cuando los grandes emisores no quieren aceptar responsabilidades y países como Estados Unidos están liderados por Donald Trump, un negacionista? La respuesta la da Liliana Ávila, directora del Programa de Ambiente y Derechos Humanos de la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente (AIDA): “Porque no podría vivir de otra forma, es lo que le da sentido a mi existencia. Si no, estaría en un manicomio”, dice riendo. “La justicia es la forma de decantarlo”.

Desde que eligió el derecho como carrera, esta bogotana de 43 años, lo hizo motivada por la justicia. En un país como Colombia era apenas lógico pensarlo desde los derechos humanos, las víctimas del conflicto armado, de los despojos, de las guerras. “Empecé trabajando con los temas horrorosamente colombianos”, describe. Y llevando un proceso de las comunidades de Curvarado y Juguamiando, quienes fueron desplazadas por la industria de palma en el Pacífico, descubrió lo que se lleva el cambio climático y la agresión humana a los ecosistemas. En el expediente penal que se abrió a los palmeros, recuerda, había un estudio que describía todos los impactos y las especies que desaparecieron con esa planta. “Es algo que aún me duele al punto de querer llorar, porque es un dolor mayor por lo que significa el despojo”, asegura. “Entendí, por primera vez, esa conexión profunda que existe entre las comunidades, su ambiente, los ríos: a partir de este, ellos gestionaban su vida”.

Después de eso, en 2017, entró a trabajar como abogada en AIDA, cobijada por una idea: la lucha y la justicia climática no solo protegen la diversidad de ecosistemas, sino la “diversidad de pensamientos, de las formas de habitar el mundo y de construir las relaciones”, dice. “Eso es lo que me genera empatía y unas ganas de trabajar por eso, por hacerlo visible”.

Junto a AIDA, Ávila llevó a 20 defensores indígenas de América Latina a presentar sus recomendaciones para la construcción de la opinión consultiva sobre emergencia climática y derechos humanos que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) emitió este año. Ellos mismos – y no AIDA– expusieron sus casos en la audiencia previa en Manaos, Brasil. Les contaron a los jueces que las pérdidas y daños que les deja el cambio climático no son solo económicos. Que ellos están perdiendo algo tan invaluable, tan rico, tan vital, que no se mide en dinero: sus formas exclusivas e inteligentes de habitar la Tierra.

“Creo profundamente en la sabiduría que tiene la vida. Si dejas un pocillo con agua, en algunos días, de ahí saldrá vida”, dice Ávila al explicar lo que la lleva, una y otra vez, a volver a elegir la justicia climática como objetivo de su profesión. “Creo en esa fuerza vital, que me parece muy poderosa y es lo que me resignifica diariamente”.

Estudiar meteorología para evitar tragedias como la de su hija

Rafael Di Marco (Jesús María, Argentina; 58 años) es divulgador de información meteorológica de la provincia de Córdoba, alguien que miles de personas consultan cada día antes de salir de su casa. En sus reportes gratuitos y accesibles a través de sus redes sociales (Meteorafa), ofrece pronósticos locales y consejos de prevención: no quiere más fallecidos por cuestiones climatológicas. La suya es una historia de resiliencia, nacida del dolor por la pérdida de su hija en una inundación, y en la que lucha por anticiparse al próximo desastre.

Di Marco era el gerente de logística de un importante grupo empresarial cuando su hija Mariana, de 22 años, murió al ser arrastrada por la crecida de un río durante una tormenta que nadie había previsto. Mariana acampaba con amigos cerca del río Ascochinga. Dormía cuando el caudal aumentó seis metros y se la llevó. Su cuerpo fue hallado cinco días después, a pocos kilómetros del lugar. Aquel temporal provocó la peor catástrofe climática en cuatro décadas en Córdoba: 11 muertos, miles de evacuados y cientos de viviendas dañadas. Cinco meses después, con el duelo a cuestas, Di Marco decidió estudiar meteorología con dos objetivos claros: informar y prevenir para que ninguna familia viviera lo mismo y, luchar por políticas de Estado en materia de clima. “Casi de manera inmediata dije: ‘Esto no puede volver a pasar nunca más’”, recuerda.

El desastre fue una conjunción de factores meteorológicos, imprevisión y desidia institucional. Las 32 estaciones de alerta temprana de crecidas de ríos estaban fuera de servicio, en una provincia surcada por agua y expuesta a lluvias torrenciales. Tampoco hubo avisos a los habitantes ni pronósticos certeros. “Mariana me preguntó antes de salir de casa cómo iba a estar el tiempo. Le dije que, según el servicio meteorológico, no iba a haber nada, a lo sumo una llovizna. Después, pasó lo que pasó”, lamenta.

El temporal se formó en la provincia de La Pampa y tuvo un desplazamiento de 12 horas hasta llegar a Córdoba sin que nadie presumiera el peligro. El sistema de rescate también falló: no hubo coordinación y comunicación entre los organismos. “No estábamos preparados para nada. En ese momento, tuve que encargarme de la logística del desastre, de todo lo que hacía falta. Yo tendría que haber estado en otra cosa”, piensa.

Hoy, una década después, parte de ese escenario ha cambiado. Las alertas tempranas de crecidas de los ríos funcionan y se han multiplicado la cantidad de estaciones meteorológicas. Di Marco es asesor del Observatorio Hidro Meteorológico de la provincia de Córdoba, creado en 2017, dos años después de la inundación. Fue su primer pronosticador y actualmente supervisa los niveles de los embalses, el comportamiento de los ríos y monitorea las estaciones meteorológicas.

En paralelo, asesora en gestión climática a productores agrícolas, ganaderos y a empresarios industriales. Pero su mayor empeño es divulgar información meteorológica gratuita y accesible para toda la población. “Voy guiado por mi hija, eso está claro”, dice.

Sembró un jardín y crecieron defensores ambientales

Cuando se le pregunta por el punto de inflexión en su vida, por el momento en que decidió renunciar a todo lo demás y consagrarse al medio ambiente, Maritza Aurora Morales Casanova, 41 años, responde con una analogía muy bonita: “En realidad no tengo una explicación. No hay nada que haya pasado y detonado. Simplemente lo hice. Yo lo veo como cuando le pones música a un niño y en automático baila. Fue algo natural para mí”, dice la fundadora y presidenta de Hunab, una asociación civil en Yucatán, el sureste de México.

El proyecto inició en el traspatio de la casa de sus padres y, con el tiempo, cobró dimensiones estratosféricas, al haber recibido casi 60.000 niños, niñas y adolescentes que llegan con una vocación rotunda: la de ser ambientalistas. Desde que era apenas una niña, Morales invitaba a sus amigos a casa, en una colonia popular llamada San José Vergel, para que le ayudaran a cuidar su jardín. Luego de la faena, la madre alimentaba a todos y, ya con la barriga llena, ella hacía lo suyo: hablarles de educación ambiental. Ningún adulto le había enseñado a sembrar y nadie le dio clases de biología: era el puro instinto de una niña sensible en acción.

Esas charlas pronto escalaron a velocidades revolucionarias. Primero, los niños organizaron manifestaciones alrededor de la manzana para exigir que hubiera más árboles en la colonia y luego llegaron hasta al Palacio de Gobierno para protestar por la extinción rampante de especies en Yucatán. “Era chistoso porque todos los niños fuimos con féretros negros hechos con cajas de cartón. Variaba el tamaño. Algunos eran grandes porque eran de osos y otros más pequeños porque eran de aves”, se ríe Morales.

En 1998, a los 14 años, la hoy educadora ganó el primero de una veintena de reconocimientos por su destacada trayectoria en pro del medio ambiente: el Premio Nacional de la Juventud. Solo seis años después, le ofrecieron un espacio en la Feria Yucatán de Xmatkuil para que hiciera talleres y actividades ambientales para las infancias. En 2006, al tiempo en que se constituían como asociación civil, bajo el nombre de Hunab, la UNESCO los invitó a formar parte del Foro Mundial del Agua, celebrado en CDMX.

Un año después, en 2007, el Ayuntamiento de Mérida les donó un terreno para que tuvieran, por fin, un espacio fijo para realizar sus actividades. Y en 2010, tras viajar a Estambul y Suecia con sus proyectos, consiguen un financiamiento de 4.5 millones de pesos para construir lo que llaman “el parque de diversión ambiental”, un espacio donde se refuerzan los lazos de armonía entre la humanidad y la naturaleza a través del conocimiento sobre la “abuela Tierra”.

“Hay distintos pabellones que diseñamos en equipo con un sentido pedagógico”, comenta. “Uno de ellos es Busca HUNABve. Es el más simple. Escondemos más de 100 fotos de aves de la península de Yucatán entre los árboles. A los que participan les damos binoculares y le entregamos unas plantillas con pocas aves que tienen que buscar. Y eso nos sirve para explicarles qué es la biodiversidad”, explica Morales. “Es interesante porque la gente ya no sabe observar, ya no sabe ver hacia arriba, ya solo ve hacia el celular”.

En los informes de la organización se leen algunas cifras conseguidas desde 2017: 2,000 maestros capacitados, 300 personas de la comunidad involucradas, 161 animales rescatados y 7. 600 visitantes al parque. Pero lo más importante es que los menores que quieren ser ambientalistas encontraron un lugar para aprender a serlo, con una pedagogía que desmonta el adultocentrismo.

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