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En colaboración conCAF

El cambio climático potenció los factores tras las lluvias que han dejado 16 muertos en el centro de Argentina

En solo ocho horas, en Bahía Blanca cayó más agua que el promedio mensual para la ciudad. Sin el calentamiento global, este escenario sería “practicante imposible”, dicen los expertos de World Weather Attribution

Inundaciones Bahía Blanca
María Mónica Monsalve S.

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En solo ocho horas, llovió casi la mitad de todo lo que suele caer en un año. El pasado 7 de marzo, la ciudad argentina de Bahía Blanca, a 630 kilómetros al sur de Buenos Aires, vio caer en menos de un día 300 milímetros de lluvia. Una cantidad muy superior a lo habitual, aclara Juan Rivera, investigador del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales. Sobre todo si se tiene en cuenta que el promedio mensual está entre 60 y 70 milímetros. La consecuencia fue fatal: la ciudad se inundó, y afectó a más de 300.000 personas, desplazó a unas 1.400 y dejó pérdidas que se calculan en 400 millones de dólares. Se han reportado 16 fallecidos, y dos niñas de cinco y un año continúan desaparecidas.

Es el acontecimiento extremo más intenso que ha vivido Bahía Blanca desde 1956, según lo categoriza un reciente análisis realizado por World Weather Attribution (WWA), un grupo de científicos que busca responder prontamente cuál es el rol del cambio climático en este tipo de eventos. Aunque el estudio no ha sido aún revisado por pares, la metodología para hacerlo sí y, para el caso de estas lluvias torrenciales, todo indica que detrás sí hay signos que apuntan al calentamiento del planeta.

Rivera, que participó en la investigación, explica que para entender cómo se dio el fenómeno, se enfocaron en dos cosas. Primero, observaron los datos de lluvias tomados entre el 1 y el 7 de marzo no solo en la ciudad de Bahía Blanca, sino en las provincias de Buenos Aires, La Pampa, Córdoba y San Luis. Después, tuvieron en cuenta las condiciones de humedad y altas temperaturas que se estaban viviendo en toda la región desde diciembre, a lo largo del sur de Sudamérica. “Son eventos forzantes que pueden llevar a este tipo lluvias”, aclara.

Lo que encontraron es que, semanas antes del aguacero, en Bahía Blanca se instaló una masa de aire cálida y húmeda que venía desde el Amazonas. Y al encontrarse con otro frente frío e impulsado desde la Patagonia, se desataron las lluvias desproporcionadas. Además, esta suerte de combinación, se mantuvo allí, encima de la ciudad, por varias horas. “El frente cálido venía exacerbado, precisamente, por las altas temperaturas”, asegura el experto, soltando una pista sobre lo que concluye el estudio: el cambio climático sí está detrás tanto de las altas temperaturas, como de la humedad que presidieron las lluvias.

Una persona camina por una calle inundada, en Bahía Blanca.

A través de una metodología que utiliza patrones y tendencias del clima en regiones específicas, los investigadores determinaron que un calor tan extremo como el que se dio en el sur de Sudamérica desde diciembre, es algo que, bajo las condiciones actuales, puede ocurrir una vez cada 50 a 100 años. Sin embargo, si la Tierra no se hubiese calentado en 1,3 °C como ha sucedido desde la era industrial y gracias a la emisión de gases efecto invernadero, este escenario sería “practicante imposible”. Si la temperatura llega a ser 2,6 °C mayor a la era preindustrial, se tratarían, en cambio, de “acontecimientos comunes”.

Con las lluvias, específicamente, los científicos de WWA son más cautos. “La influencia del cambio climático en las precipitaciones es mucho menos clara”, aseguran. Aunque datos de las 25 estaciones meteorológicas que hay en el área que estudiaron apuntaban a que sí ha existido un aumento en la intensidad de las precipitaciones entre un 7% y un 30%, y está asociado al cambio climático, no fueron deducciones que pudieron validar a través de las metodologías usadas al modelar el clima. “Como los datos de las estaciones y los de las cuadrículas [metodología usada] no coinciden en cuanto al signo de la tendencia, no podemos conciliar ambos y hacer una afirmación concluyente”, explica el análisis.

Pero a la fatalidad de lo sucedido en Bahía Blanca se le suman otros factores. Los suelos, cuenta Rivera, ya estaban saturados antes de que cayeran las lluvias del 7 de marzo. El 28 de febrero, la ciudad presenció un aguacero con una carga cercana a los 80 milímetros que, a pesar de estar lejos de los 300 milímetros del desastre, siguen siendo casi el equivalente de lo que llueve en un mes. Los suelos no tenían cómo resistir más agua.

También hubo algunas debilidades en los sistemas de alerta temprana, agrega Karina Izquierdo, asesora Técnica del Centro del Clima de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. En Bahía Blanca, reconoce, sí se dieron advertencias. De hecho, el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) emitió alerta amarilla el 5 de marzo, subió a naranja el 6 y a roja el 7, durante las primeras horas del evento. “Pero además de reforzarlos, se necesita que estos sistemas de alerta estén coordinados con servicios de salud y educación. No solo es monitorear, sino qué se hace con esa información”.

La gente camina calles inundadas tras una tormenta, en Bahía Blanca.

A Rivera esto último le preocupa. Fortalecer las alertas implica ponerle más plata al SMN. Y bajo el Gobierno de Javier Milei, recuerda, es una entidad que ha visto recortes a su presupuesto.

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Sobre la firma

María Mónica Monsalve S.
Periodista de América Futura en Bogotá, Colombia. Antes trabajó en El Espectador. En 2020 fue ganadora del Premio Simón Bolívar por mejor reportaje. Máster en Cambio Climático, Desarrollo Sostenible y Políticas de la Universidad de Sussex (Reino Unido).

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