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En colaboración conCAF

Así recreó Netflix las 94 aves de Macondo que se escuchan en la serie ‘Cien años de soledad’

La empresa La Tina, junto al ornitólogo Diego Calderón Franco, grabaron y usaron la melodía de varias especies del Caribe colombiano para fortalecer la narrativa de la adaptación de la novela a la serie

Gulungo o mochilero, una de las aves que se escuchan en la serie ‘Cien años de soledad’ de Netflix.
Gulungo o mochilero, una de las aves que se escuchan en la serie ‘Cien años de soledad’ de Netflix.@MemoGomezFoto
María Mónica Monsalve S.

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Cien años de soledad sucede en algún lugar del Caribe colombiano. No es un lugar específico o terrenal. Pero sin duda, los sonidos del Macondo de Gabriel García Márquez no son los mismos que se escuchan en Alvarado, Tolima, el lugar que eligió Netflix para recrear el pueblo que fundaron y en el que vivieron durante todo un siglo los excepcionales Buendía. “Después de visitar el set, lo primero que dijimos es: ‘Necesitamos capturar sonidos de fauna local y acentos costeños de verdad”, recuerda Andrés Silva, de La Tina, la empresa colombiana encargada de hacer el diseño sonoro y producción de sonido de la serie.

Recrear una novela como Cien años de soledad y hacerlo, además, en un país que alardea en ser el de las aves, implicaba ser extremadamente minucioso. No solo porque su canto debía ser el de las que habitan la región Caribe, sino porque cada chirrido, silbido o trino sirve para dar pistas sobre el momento del día —si es la tarde o la noche— o para darle tensión, carácter o estética a lo que están viviendo los personajes de la serie.

Fue así como decidieron llamar al ornitólogo Diego Calderón Franco. “Lo teníamos referenciado por el documental The Birders”, agrega Alejandro Uribe, también de La Tina, “en el que lo siguen haciendo observación de aves”. En una reunión que hicieron, le dieron una guía de lo que buscaban: qué personajes y lugares en particular querían asociar al sonido de las aves.

Tras eso, Calderón, junto a Sebastián Martínez, viajó durante una semana por hasta diez lugares del Caribe colombiano —que dice que no puede revelar—, para hacer grabaciones no solo de los cantos de los pájaros, sino de otros animales y de sonidos naturales, como el de ríos y cascadas. Fueron cuatro días exclusivos para grabar. “Recopilamos 30 gigabytes de información”, cuenta el pajarero. En total, capturaron el sonido de 94 especies de aves, cinco anfibios y reptiles (entre los que están cuatro especies de ranas), cuatro tipos de insectos, dos monos y diez elementos típicos de las fincas caribeñas, como ladridos de perros, cerdos, chivos y aves enjauladas.

El canto del Bichofué fue usada en la melodía de la serie.
El canto del Bichofué fue usada en la melodía de la serie. @MemoGomezFoto

Entre las aves más icónicas para la serie están el bichofué (Pitangus sulphuratus), una especie con una vocalización estruendosa, de frases repetitivas, que suele cantar en duetos, por lo que, dice Calderón, parece que estuviera peleando. Su canto, para el equipo de La Tina, era importante porque es un pájaro que se asoma frecuentemente a las ciudades y casas, y por eso servía para dar una “sensación de hogar”.

Para asociar a Melquíades —el gitano que visita cada año Macondo vendiendo inventos—, eligieron el sonido que hacen las oropéndolas, gulungos o mochileros, del género científico Psarocolius, ya que sus vocalizaciones se asemejan a un sintetizador artificial. “Es un personaje que lleva la tecnología a Macondo, así que lo usamos para que lo acompañe en su carpa o cuando está en el laboratorio”, cuenta Silva.

Capturar esas melodías, en el mundo moderno, tan alejado de Macondo, fue un reto. En el Caribe real, la fauna ha perdido su hábitat, mezclándose con el humano, y las grabaciones de las aves no podían tener detrás motores, reggaetón o ruidos que no existirían en el mágico pueblo. Un ave, precisamente las oropéndolas de Melquíades, sirvieron para demostrarlo.

Las oropéndolas, recuerda Calderón, suelen ser fáciles de encontrar: son ruidosas. Pero el problema era ubicarlas en zonas remotas, sin sonidos humanos. “Casi por casualidad me metí en una carretera a la que suelo llevar a turistas a hacer observación de aves”, cuenta. “Me fui solo caminando, me alejé unos dos kilómetros de la carretera, y me encontré una colonia cantando feliz, sin ningún sonido artificial. Fue como realismo mágico”.

Cargabarro, ave que se encuentra en el Caribe colombiano.
Cargabarro, ave que se encuentra en el Caribe colombiano.Johnnier Arango @TheAndeanBirder

No fue el único momento en su vida en el que los pájaros lo han llevado a sentir que está viviendo un momento macondiano. Antes de saber que iba a trabajar para la serie de Netflix, se internó en la Sierra, por el lado del departamento del Cesar, para buscar a un colibrí que estuvo perdido por más de 50 años para la ciencia: el Campylopterus phainopeplus. Fue una cadena de coincidencias: el guía local que les marcaba el camino había observado varias veces al colibrí en su finca, lo que les permitió verlo. Y, entre ron y ron, el guía, Andrés Mendiola, le confesó a Calderón que había sido elegido por Netflix para interpretar a Aníbal, el músico de Macondo.

El detalle de la fauna local también se repitió con los sonidos de bullas, multitudes y ruidos de ambiente que aparecen en Cien años de soledad. Nada lo dejaron a la suerte. “En los estudios de Fox Colombia llegamos a reunir hasta a 150 actores de voz, todos costeños, para hacer esas grabaciones”, comenta Uribe, riendo un poco de que tuvieron que vetar algunas palabras muy modernas para que los actores no las usaran. Para ambientar el momento en el que llegan los gitanos, incluso llevaron a actores turcos y rusos.

“En la serie, como en cualquier tema audiovisual, 50% es imagen y 50% es sonido”, advierte Silva. “Y lo que se oye también le da un carácter estético a la serie”, dice, como afirmando que Macondo ahora no solo es un lugar que se puede leer, imaginar o ver, sino que se puede percibir, incluso, con los ojos cerrados.


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Sobre la firma

María Mónica Monsalve S.
Periodista de América Futura en Bogotá, Colombia. Antes trabajó en El Espectador. En 2020 fue ganadora del Premio Simón Bolívar por mejor reportaje. Máster en Cambio Climático, Desarrollo Sostenible y Políticas de la Universidad de Sussex (Reino Unido).
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