Mendoza, una ciudad bosque en el desierto gracias a las acequias urbanas
Los pueblos originarios americanos gestionaban el agua para habitar regiones áridas como la de Cuyo en Argentina
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El sistema de acequias es uno de los métodos tradicionales de aprovechamiento de agua más sofisticados y sostenibles. Lo han desarrollado diversas culturas del mundo. En América, algunos pueblos originarios lo utilizaban para habitar zonas secas; como mexicas, aztecas y purépechas en México; zunis, hopi, tewa y anasazi, en el sur de Estados Unidos o incas, mochicas, nazcas y tiahuanacotas en las regiones andinas.
La civilización inca manejaba el agua de manera exquisita y consiguió extenderse por territorios secos de la cordillera de los Andes hasta ser el mayor imperio prehispánico. Abarcó parte de los actuales Perú, Ecuador, Colombia, Bolivia, Chile y Argentina. Para la cultura inca, el agua es un recurso sagrado y está muy vinculado a la comunidad. Desarrollaron técnicas muy avanzadas de ingeniería y arquitectura hidráulica, idearon sistemas de riego eficaces y respetuosos con el medio ambiente. Cultivando la tierra con canales, acequias y andenes habitaron territorios escarpados y hostiles, como Machu Picchu, ciudad inca a 2.430 metros de altitud, considerada una de las siete nuevas maravillas del mundo moderno.
La actual Mendoza, ciudad argentina al pie de los Andes, fue el punto más austral del imperio inca. La región es muy seca; se llama Cuyo, tierra de arenas en lengua huarpe, el pueblo originario que la habitaba antes que los incas. Sorprende que hoy la Gran Mendoza sea la cuarta ciudad argentina más poblada, con 1.300 millones de habitantes, y que un territorio tan árido sea una de las zonas de producción de vino más importantes de América. El vino llegó con la colonia española, pero la gestión del agua, no. “Los huarpes crearon sistemas que proveían de riego y agua potable a la población, aunque parece que las principales acequias son incas”, afirma Jorge Ricardo Ponte, arquitecto especialista en historia urbana que investiga las acequias de su ciudad desde hace décadas.
En su libro De los Caciques del Agua a la Mendoza de las Acequias, Ponte recorre cinco siglos de manejo del agua en el oasis de Mendoza. Desmonta la idea generalizada de que los españoles, con su sabiduría hidráulica de origen romano y árabe, trajeron las acequias a Latinoamérica. “Fundaron Mendoza en 1561 desde la Capitanía General de Chile, pero los incas llegaron 80 años antes y además encontraron canales huarpes que ya aprovechaban el deshielo de los Andes. Por supuesto que los españoles ampliaron el sistema, pero posteriormente. Como buenos conquistadores, lo primero que hicieron al llegar al valle de Huentota fue cambiar los nombres. Sustituyeron los nombres indígenas por españoles para que la historia empiece con ellos”, afirma. Uno que le indigna es el del actual Canal Zanjón Cacique Guaymallén. “No existe ningún cacique Guaymallén, es un nombre de fantasía”, dice junto al canal por el que el agua fluye hacia el centro de la ciudad. Y propone recuperar el nombre original Goazap Mayu, que significa río del cacique Goazap. Lo cuenta a la altura del dique Carrodilla, en Luján de Cuyo, localidad que forma parte del Gran Mendoza. “Este lugar, probablemente escogido por los incas, es un centro neurálgico. Aquí se derivan canales que alimentan la planta potabilizadora, el parque público General San Martín y el norte de la ciudad. Con toda la tecnología y el avance científico actuales, no se ha encontrado un sitio mejor, lo que demuestra el enorme conocimiento hidráulico inca”, concluye.
En 1861, un terremoto devastó Mendoza y hubo que reconstruir la ciudad. El ingeniero y topógrafo francés Jules Balloffet fue responsable del nuevo diseño, un damero de 8x8 manzanas con cinco plazas centrales ante posibles nuevos terremotos. Toda la infraestructura hídrica se modernizó para optimizar el uso del agua, las acequias se integraron en la trama urbana y se plantaron árboles al estilo de las grandes ciudades europeas del momento, como París, con la idea de mejorar la calidad ambiental de una población en crecimiento.
Actualmente, el sistema de aprovechamiento de agua de los Andes se sigue optimizando. En 2003, se inauguró el embalse Potrerillos, crucial para regular el caudal que abastece a la población. Está a 30 kilómetros de la ciudad, cordillera arriba, 630 metros más alto que el centro urbano. Recoge el agua del deshielo que desciende por el río Mendoza y el dique la dosifica, evita inundaciones y genera energía hidroeléctrica.
Mendoza, la ciudad bosque
Pero lo que hace especial a Mendoza es que sus acequias son urbanas. Es habitual encontrarlas en áreas rurales o suburbanas, pero en Mendoza todas las calles tienen 950 kilómetros de acequias, según datos del Ayuntamiento. Las grietas que acompañan la calzada a ambos lados son hasta peligrosas para forasteros si no miran dónde pisan. Las hay de varios tipos: contenidas por muros de piedra o de hormigón, o directamente sobre terreno. Las personas que viven en Mendoza están tan acostumbradas que ni las ven, pero saben que les traen ese verde tan ansiado en el desierto, porque de ellas beben los árboles. En Mendoza hay más de 615.000, según datos oficiales. De ahí que se conozca como ‘la ciudad bosque’ y que sea un referente internacional, premiado en 2024 por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
“Tenemos un promedio de 45 metros cuadrados de espacio verde por habitante, muy por encima de los 15 que sugiere la Organización Mundial de la Salud (OMS)”, sostiene Sebastián Fermani, secretario de Ambiente y Desarrollo Urbano de Mendoza. A vista de pájaro, Mendoza es un tapiz vegetal colorido. En primavera y verano, verde; en otoño, amarillo y naranja. Las copas de los árboles se tocan y la sombra húmeda y continua que proyectan regula la temperatura de las calles. Algo que es cada vez más deseable en muchas ciudades, convertidas en islas de calor por el calentamiento global, la falta de vegetación y la contaminación atmosférica.
Pero esa ciudad bosque idílica no es para todos en Mendoza. El agua es un recurso cada vez más escaso y Argentina acaba de superar una de sus peores sequías. Y la mancha urbana de baja densidad se extiende en Mendoza. “Por más espectacular que sean los árboles frondosos en un desierto, tienen una guadaña”, piensa Elma Montaña, arquitecta que estudia la influencia del agua en la ordenación territorial. Esta investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), que lidera un equipo interdisciplinar de 15 personas, no es optimista con la situación ecológica y social: “La ciudadanía se enorgullece de haber creado un jardín en tierra seca, de vencer al desierto, pero el paradigma del siglo XIX, ‘el hombre controlando la naturaleza’, hoy es insostenible porque la demanda es inmensa”. Cree que es muy importante preservar el patrimonio de las acequias mendocinas, y reconoce que es agradable tener árboles frondosos, fuentes y vaporizadores, pero piensa que no puede ser a costa de que parte de la ciudadanía se quede sin suministro de agua.
El sistema tiene otros fallos, como que las especies plantadas no sean autóctonas. Necesitan agua regularmente y el caudal de las acequias es variable. “Aguantan con riego o porque las tuberías tienen fugas, pero es un desperdicio de agua potable”, dice Montaña. Una solución que se está empezando a implantar es ir sustituyéndolas por especies locales. “Se tiende a usar vegetación nativa como el árbol de la pimienta -Schinus molle- , sagrado para los pueblos originarios, incluso en barrios privilegiados”, algo que, según la arquitecta, fomenta que la ciudadanía se conciencie y valore las especies xerófilas. Y recuerda una anécdota en un barrio humilde de la periferia hace años: “Decían que les estaban poniendo árboles de pobres, porque no eran plátanos -Platanus × hispanica-, como en las grandes avenidas del centro”.
El agua tampoco alcanza para los pueblos originarios. “El sistema de gestión se basa en la ley de 1882, que no les dio derechos. Cuando se construyó el dique Potrerillos, se racionalizó mucho para consumo agrícola, pero los pueblos originarios arrinconados al fondo de la cuenca se quedaron sin las pérdidas que necesitan para subsistir”, explica Montaña. El sistema está al límite y es eficiente para ciertas actividades, pero no para toda la población. No lo es para las personas que viven en barrios desfavorecidos, o para quienes pertenecen a culturas que, con su gestión inteligente del agua, plantaron la semilla de Mendoza.
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