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En colaboración conCAF

De propietarios a guardianes: la apuesta de convertir tu casa en el campo en una reserva

Cada vez más personas que se mudan de la ciudad al campo están asumiendo responsabilidades con el territorio para conservar la biodiversidad

reservas ecologicas
Una vivienda en la reserva Yátaro, en Cundinamarca (Colombia).Cortesía Proyecto Yávaro

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Comprar un terreno cerca a la ciudad en un paisaje asombroso olvidado por todos ante los conflictos armados que lo cercaban; ver el terreno convertido en pastizal para las vacas y saber que ahí hay más posibilidades de que la vida que habita la montaña resurja; soñar con construir una casa, construirla con madera; comprar esa tierra para dejar que el pasto crezca, para que el que alguna vez fue bosque se regenere; sembrar algunos árboles nativos como el roble, el nogal y el corono para ayudar a que, en las próximas décadas, esa tierra recupere su memoria y su biodiversidad vuelva a dar un festín. El proyecto Yátaro, de 1,3 hectáreas, ubicado en el municipio de Choachí, cerca a la agitada ciudad de Bogotá, en Colombia, es solo una de las múltiples apuestas que tienen como escenario el campo colombiano que buscan que los propietarios de terrenos rurales se conviertan en verdaderos guardianes de la biodiversidad.

Después del encierro de la pandemia, Francisco Yemail y María Fernanda Gómez decidieron irse a vivir a un entorno más natural. Pero pronto se dieron cuenta de que no era suficiente con cumplir el sueño de tener una casa en el campo. A diferencia de otras generaciones citadinas que vieron en esa posibilidad un lugar donde tener una finca vacacional, ellos entendieron que la apuesta acarreaba unas nuevas responsabilidades. “Nos hicimos con este terreno en parte para restaurarlo. Estos eran potreros con vacas lecheras; sacamos las vacas, construimos una casa y dejamos preservar el bosque. Estamos alineados con otras iniciativas de pequeñas reservas de la sociedad civil que no están esperando que alguien preserve y reforeste por ellos, sino que han empezado a hacerlo con la tierra que tienen, sin importar si son unos cuantos metros”, explica Francisco Yemail, que en dos años ha visto todo lo extraordinario que ocurre solo con dejar que la vegetación palpite a sus anchas.

El estudio de arquitectura OPUS, en otra ciudad de Colombia, en Medellín, ha acompañado a otros en estas aventuras de regresar al campo con proyectos habitacionales que generen nuevos diálogos con la naturaleza y sus entornos. “En el municipio de El Retiro hicimos un pequeño ecohotel. Era un territorio ganadero que destinaba a la vegetación nativa solo 18%. Cuando terminamos el proyecto, nos dimos cuenta de que se había recuperado el 80% de la cobertura vegetal. Irónicamente es posible generar más diversidad con un desarrollo suburbano responsable”, explica Carlos Betancur, uno de los socios del estudio que apuesta porque en todos sus diseños la naturaleza esté en el centro. “Tenemos que entrar en una nueva pedagogía con los clientes. Soy propietario, pero también soy un guardián y tengo una responsabilidad. Así como la sociedad me permite tener un área para mi disfrute, cuáles son las responsabilidades que asumo para proteger esa tierra”.

En Yátaro, Francisco y María Fernanda han apostado por hacer restauración pasiva y activa. La pasiva consiste simplemente en dejar que el bosque se reproduzca. “La naturaleza es muy agradecida, dejamos el lote en paz, hicimos una huerta, un bosque comestible con árboles frutales y de resto lo que hemos hecho es dejar que se restaure solito”.

Un loro sobre un árbol en la reserva Yátaro.
Un loro sobre un árbol en la reserva Yátaro.Cortesía

Tras este experimento, en una reciente visita que les hizo el experto en biodiversidad Mateo Hernández Schmidt, se hallaron 220 especies de plantas vasculares creciendo en el terreno. “Con el tiempo seguramente se pueden llegar a registrar cerca de 300 especies. Una biodiversidad sorprendente para el área relativamente reducida de la finca. Todas estas especies juntas tienen ahora la oportunidad de crecer y entretejerse para formar un bosque nativo continuo, bien conectado con los ecosistemas de la región y albergue de gran cantidad de plantas y animales propios del lugar”, explica el experto en su informe.

La restauración activa, por su parte, implica sembrar algunas especias endémicas del lugar como el aliso o el pino romerón y cuidarlas. Una tarea más compleja de lo que suena, porque el reto no está en sembrar 5.000 árboles, como era el objetivo inicial en Yátaro, sino conseguir que esos árboles que vienen de un vivero sí logren sobrevivir.

“Dejar que la tierra haga su trabajo, recuperar la vegetación nativa y, sobre todo, ver su belleza es algo que es fundamental porque nuestro reto como país no es tanto dejar de contaminar como la deforestación. Desde OPUS, siempre pensamos cuando diseñamos los proyectos cómo partimos de la vegetación nativa, cómo hacemos que el cliente la elija. Ese discurso estético tiene una ética, hay unos modelos prefigurados de belleza que tenemos que cambiar porque traer vegetación foránea tiene un efecto para la conectividad ecológica”, explica por su parte Carlos David Montoya, otro de los socios del estudio de arquitectura, quien recuerda el experimento que hizo el artista Roberto Burle Marx en Brasil: “Este naturalista sacó las plantas de los bosques de su país para ponerlas en los contextos urbanos dándole otro valor a esa vegetación que era considerada maleza, matorrales, que era eliminada y que ahora, tras sus esfuerzos de reconfigurar el gusto, es lo que se entiende como vegetación tropical, y que es elegida por muchos para sus casas”.

En Yátaro, cuidar el bosque ha tenido ya un efecto visible y registrable en la diversidad. En pequeñas cámaras que María Fernanda Gómez, bióloga y experta en trabajo con felinos, ha puesto por los senderos que encuentra entre el monte de su terreno se han registrado ya armadillos, el cusumbo o coatí, comadrejas, pájaros rastreros que son difíciles de ver, e incluso un borugo, un mamífero que se sabía que habitaba la región, pero que no se había visto en años. “Hay dos temas de moda de cara a estos proyectos de restauración. El primero es secuestrar el carbono con reforestación, un mercado en donde hay mucho dinero. Pero detrás de este hay uno que en Yátaro nos parece más integral: el cuidado de la diversidad. De nada sirve capturar el carbono si no hay biodiversidad. Sin biodiversidad el planeta como sistema no funciona”, concluye Yemail que, con su casa enraizada entre los matorrales, aspira a seguir dejando que la vida se expanda.

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