Nos ahogamos: así nos mata respirar aire contaminado
Nueve de cada diez personas respiran partículas tóxicas que ponen en riesgo su vida. La contaminación ambiental es una emergencia sanitaria que no se percibe como tal. América Futura recorre la región para conocer los impactos y soluciones
EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
La ciudad costera mexicana de La Paz, en Baja California Sur, es un lugar perrón para selfies, dicen allí, por su imponente naturaleza. Sus playas de arena blanca —algunas Patrimonio de la Humanidad— bordean montañas salpicadas de cactus que han crecido con las formas más originales. Pero el esmog embarra este paraíso: las emisiones de sus dos termoeléctricas, el humo de los tubos de escape que no dejan de multiplicarse y la quema de residuos ahogan a sus habitantes. En la colonia Villas de Guadalupe, donde las emisiones de las centrales se cruzan, hay vecinos que dicen que notan “el diésel atorado en la garganta”. Esto no es solo una sensación. Las partículas contaminantes que aparecen a la izquierda en el gráfico inferior son las máximas que deberíamos respirar en 24 horas, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una cantidad muy inferior a la permitida por la normativa ambiental mexicana. Las de la derecha, las que algunos vecinos de La Paz llegaron a inhalar en el día más contaminado de 2022: casi el triple de lo recomendado por el organismo.
Las cifras de contaminación de La Paz son del Centro de Energía Renovable y Calidad Ambiental (Cerca), una organización local que creó en 2018 la primera red de monitoreo de calidad del aire de la zona ante la ausencia de una oficial. A diferencia de otros estados mexicanos, Baja California Sur no tiene datos de su Gobierno sobre la contaminación, lo que incumple con la normativa nacional, asegura el director general de Industria, Energías Limpias y Gestión de la Calidad del Aire de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales de México (Semarnat), Daniel López Vicuña. Aunque el funcionario advierte que los sensores de Cerca no dan los datos exactos por ser de bajo coste, no duda de que los números estén por ese nivel.
Raúl Vicente Figueroa dice que llegó antes que nadie, hace unos 30 años, a lo que es hoy la colonia Villas de Guadalupe, donde los vecinos llevan años padeciendo molestias y daños que atribuyen a la falta de aire limpio: “¿No ves cómo hablo?”, pregunta con la voz resquebrajada. Por las noches, cuando el tufo del humo industrial se hace más insoportable, él y su mujer intentan protegerse con telas remachadas al borde de las ventanas: “Uno, con su pobreza, no puede hacer nada. Esto de las termos es muy peligroso, pero es muy difícil que lo quiten. Son muchos los intereses, no son enchiladas [no es tan fácil]”, se lamenta. Ni las autoridades locales ni la Comisión Federal de Electricidad, la compañía nacional de energía encargada de las centrales termoeléctricas, han respondido a las solicitudes de América Futura para participar en este reportaje.
Como en La Paz, el 99% de la población mundial ya vive en áreas donde se emiten más partículas tóxicas de las permitidas por la OMS. Eso contribuye a que unos siete millones de personas pierdan la vida cada año prematuramente y a que muchos más se enfermen. Pero, a diferencia de la crisis hídrica o el calentamiento global, que constantemente ocupan titulares, agendas políticas y manifestaciones, este problema consigue escabullirse del escrutinio público: “Hemos normalizado respirar aire no saludable y que el Gobierno se contente con decir: ‘No hagan ejercicio, no salgan al recreo, cancelen las clases”, lamenta Areli Carrión, ciclista activista contra la contaminación atmosférica en Ciudad de México. En esta ciudad, la calidad del aire sigue siendo mala, a pesar de que la polución ha disminuido desde los 90.
En una sociedad obsesionada con lo que come, que filtra, de nuevo, el agua ya filtrada; y donde hasta hay quien se desintoxica con purgas de chía orgánica que aprendió en TikTok, muchos ciudadanos inhalan oxígeno contaminado sin ser muy conscientes de ello, pese a que es el elemento más abundante del cuerpo. Un ser humano puede pasar semanas sin comida, estar días sin tomar agua, pero no sobreviviría sin respirar más allá de unos minutos. El doctor Horacio Riojas, director de Salud Ambiental del Instituto Nacional de Salud Pública de México, cree que la urgencia para atender esta emergencia sanitaria, como la describe, debería ser total, algo que no ocurre.
Una región saturada
Las cifras existentes revelan una región saturada de partículas insalubres; en parte, por la débil regulación sobre las industrias contaminantes y el crecimiento urbano sin freno: más del 80% de la población ya vive en ciudades. En 2022, la mayoría de países latinoamericanos no solo rebasaron los límites de concentraciones de tóxicos que la OMS no recomienda pasar: también superaron los valores máximos que algunas naciones han determinado a su propia consideración, por lo general mucho más laxos. Ana María Stok, directora del Centro de Investigaciones en Patologías Respiratorias de Argentina, cree que no debería existir ningún tipo de límite porque “el valor permitido debería ser 0″. Pero eso sería difícil o imposible de conseguir, opina Horacio Riojas, entre otras cosas, porque “hay obstáculos económicos” debido a intereses empresariales y a la pasividad de los Gobiernos.
En cualquier caso, la red de monitoreo de calidad del aire es escasa, engañosa e ineficiente, a pesar de los esfuerzos por incrementarla y mejorarla, y esto impide saber con certeza qué tan contaminada está América Latina. Las estaciones suelen medir a una altura donde la concentración se dispersa, con la intención de poder estudiar un área más extensa; pero entonces, lo que respiramos directamente “puede ser mucho más grave”, explica el experto en ciencia ciudadana y activista colombiano Daniel Bernal: “A menos guías, menos problemáticas vas a exponer”.
Bernal lleva años midiendo la calidad del aire con sensores de bajo coste que él mismo importó a su país para entender el impacto “tremendo” del transporte en la capital de Colombia, Bogotá, una de las ciudades con más tráfico del mundo. Cuenta que los bogotanos respiran diariamente aire envenenado, una situación mucho más grave para quienes tienen padecimientos respiratorios como Dina Grajales. A sus 48 años, lleva casi dos décadas viviendo con hipertensión arterial pulmonar, una enfermedad crónica que limita la esperanza de vida a 2,8 años si no hay tratamiento. Ahora se dedica a ayudar a otros afectados desde las fundaciones Ayúdanos a Respirar y Lovexair: “Si vamos caminando, inclusive, recibimos toda esta contaminación”.
La polución del tráfico es uno de los principales problemas en las grandes urbes latinoamericanas. Ocurre en Ciudad de Guatemala, donde la flota pública de transporte es antigua y donde la inseguridad y las conexiones deficientes hacen que muchos habitantes opten por vehículos privados. Muchos solo tienen recursos para comprar los más contaminantes, lo que engrosa la capa de nata gris sobre la ciudad, apunta Rodolfo Girón, director general de Ecoquimsa, un laboratorio que analiza la calidad del aire. En ese país, “no existe ni una red de monitoreo oficial del Gobierno”, señala. Pero, según mediciones independientes, ocupa el tercer lugar de países más contaminados de la región.
Además, hay muchos otros problemas en la calidad del aire en América Latina, y no solo afectan a las grandes ciudades. En el sur de la cordillera de los Andes chilenos está Coyhaique, la quinta urbe más contaminada de Sudamérica en 2022, según IQAir, una organización especializada en el monitoreo. Los niños están entre quienes más lo sufren, ya que su sistema respiratorio está en desarrollo. Ese es el caso de Maite, de 3 años, quien padece asma desde que su familia se mudó allí por trabajo. “Empezó con irritación ocular, a vomitar flema constantemente, hasta costarle respirar”, explica su madre, Bárbara Campos.
Desde entonces, los viajes por urgencias médicas a Santiago de Chile, la capital, han sido constantes. Han tenido que comprar vuelos “casi de un día para el otro”, dice. Fue allí donde Maite recibió el diagnóstico de asma. En Coyhaique, les decían que era una bronquitis. “Tómese un Paracetamol y váyase para la casa”, les sugerían. La realidad de su hija la viven también otros compañeros de su jardín de infancia, el Aiken Yemel.
En más del 90% de los hogares de Coyhaique todavía se usa leña, un combustible considerado sucio pero más económico, y que a una continua exposición provoca mayores afectaciones que la contaminación atmosférica exterior. La ministra de Medio Ambiente de Chile, Maisa Rojas, reconoce que muchas casas usan leña húmeda, todavía más contaminante porque es más barata, pese a que cambiar a leña seca “reduciría en un tercio las emisiones”. Coyhaique está rodeada de montañas y eso hace que en invierno se agraven los problemas respiratorios porque ocurre la inversión térmica, un fenómeno que concentra la contaminación en las capas bajas de la atmósfera, las más cercanas a la gente, cuando hace frío.
Para Bárbara Campos, es “un hoyo lleno de partículas malas, con nubes negras”. La solución, dice la ministra Rojas, es dejar de quemar leña. Pero la ciudad sufre la pobreza energética como gran parte del sur del país. “Para que eso ocurriera, tengo que tener una alternativa de combustible que sea igual de económico, una casa que esté bien aislada y lograr un cambio cultural, porque la gente no solo calefacciona con leña, sino que cocina con leña”, reconoce Rojas a América Futura. Desde 2019, existe un programa de descontaminación en Coyhaique que, según la funcionaria, ha ayudado a disminuir los episodios de preemergencia y emergencia por contaminación a más de la mitad en tres años y en un 30% el material particulado fino, aunque admite que aún falta camino para llegar “a niveles saludables”. Sin embargo, al comparar los reportes de IQAir de calidad del aire de 2021 y 2022 en Coyhaique, se observa que estas partículas han ido en aumento, y no lo contrario.
Cómo afecta al cuerpo respirar aire contaminado
Los efectos de las partículas contaminantes para nuestro cuerpo son múltiples y van más allá de enfermedades respiratorias. Diversos estudios han vinculado la mala calidad del aire a fallas en el desarrollo cognitivo durante la gestación, cáncer, accidentes cerebrovasculares, cardiopatías, demencia o alteraciones en el sistema reproductivo. Una prolongada exposición a esta polución también se ha relacionado con una reducción en la esperanza de vida: unos 2,2 años menos de media, aunque unas áreas del mundo se ven más afectadas que otras. Comparado con otros problemas fatales mucho más divulgados como el alcoholismo o los accidentes de tráfico, las cifras son más devastadoras.
A pesar de los riesgos, esta polución no suele atribuirse como causa directa de enfermedad o muerte en los diagnósticos médicos o autopsias, donde se considera un factor multicausal. En 2020, la justicia británica determinó el primer fallecimiento de la historia por contaminación del aire siete años después de que Ella Adoo-Kissi-Debrah, de 9 años y quien padecía asma, perdiera la vida. Su muerte también provocó que en Reino Unido se impulsara un proyecto de ley sin precedentes, la Ley Ella, para garantizar el derecho a un aire limpio. “Imagínate, para los Gobiernos, que se diga que tenemos tantas enfermedades y muertes producto de la contaminación ambiental: puede provocar juicios y problemas muy grandes”, dice la doctora Ana María Stok.
Sin embargo, ante la falta de mediciones y regulaciones, la impunidad impera. El abogado ambientalista Fernando Ochoa, quien coordina la primera demanda climática contra el Gobierno mexicano iniciada por un grupo de jóvenes en 2019 y que todavía no tiene resolución, dice que, aunque haya normativas ambientales, suelen estar desactualizadas. O, como en México, “no son garantía de nada”. Y por lo general, no hay consecuencias para quien sobrepasa los niveles de contaminación: “Es más un castigo moral, saber que tu ciudad no está cumpliendo”, dice Daniel López Vicuña, de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales de ese país.
Además, los impedimentos para denunciar, explica Ochoa, son muchos. Es casi imposible para los ciudadanos recaudar datos; si logran llegar al sistema judicial, la falta de sensibilización lleva a los jueces a desestimar la mayoría de casos. Si una demanda llega a hacerse efectiva, en el camino le espera “una negligencia terrible, una corrupción rampante”, advierte. “Se siguen emitiendo toneladas de gases contaminantes y los ciudadanos no tenemos la posibilidad efectiva de reclamar”.
En Chile, Loreto Stambuk, directora de la organización Aires Nuevos para la Primera Infancia, la mayor red ciudadana de calidad del aire de América Latina, coincide con Ochoa: “Es una clara violación a nuestros derechos humanos”. En su país, la normativa también permite que se emitan muchas más partículas contaminantes de las que delimita la OMS, “y aun así rebasamos nuestros propios límites” sin que haya una sanción contundente, sostiene.
Aire limpio: ¿una posibilidad?
Los esfuerzos para mejorar la calidad del aire en América Latina todavía están lejos de acabar con un problema que le cuesta al mundo 16 veces más de lo que se invertiría en mitigar esta emergencia, según el Banco Mundial. Mientras tanto, la ciudadanía busca alternativas para protegerse por sus propios medios. En la ciudad mexicana de La Paz, organizaciones sociales ganaron el primer amparo de la historia para establecer más controles al humo de los vehículos. La calidad del aire es hoy uno de los problemas que más importan allí, algo que antes solo ocurría en las grandes urbes como Ciudad de México o Monterrey, dice Jaqueline Valenzuela, directora de operaciones de Cerca.
Bogotá sigue atascada en las emisiones de los vehículos privados, pero se percibe un cambio de paradigma en el transporte público. Activistas científicos como Daniel Bernal llegaron a registrar hace cuatro años niveles de polución muy por encima de los permitidos en los autobuses Transmilenio. Él mismo recuerda casos de pasajeros habituales con problemas respiratorios e incluso a un conductor que trabajó décadas en la compañía que murió “por cristales de carbono en su interior”. Su fallecimiento nunca se analizó como posible consecuencia de inhalar repetidamente la fumarada negra de los tubos de escape, explica Bernal. Al ser consultada, la compañía dijo a este periódico que nunca ha recibido reportes de personas con problemas de ese tipo. Su gerente general, Orlando Santiago Cely, aseguró que Transmilenio está migrando a vehículos menos contaminantes como los eléctricos y que hoy cuenta, dejando a un lado las urbes chinas, con “la mayor red de buses eléctricos de América Latina y del mundo”. Esto ha posibilitado que reduzca en casi un 90% las emisiones tóxicas de su flota en los últimos años, afirma. Pero Transmilenio no ha facilitado documentación que así lo demuestre.
En Chile, la red de monitoreo de contaminación atmosférica es ya una de las más extensas de toda América Latina y eso permite enfrentar mejor el problema, dice la ministra de Medio Ambiente: “Nosotros sabemos lo que estamos respirando porque tenemos datos, y con datos uno puede tomar decisiones informadas”, afirma Rojas. También se está instaurando por primera vez la calidad del aire en los currículos educativos, desde en los jardines de infancia como el de la pequeña Maite en Coyhaique hasta en el plan de estudios nacional, gracias a los esfuerzos de organizaciones como Aires Nuevos para la Primera Infancia. Un ejercicio titánico de concientización ciudadana que se extiende cada vez más de norte a sur, pero que, para el abogado mexicano Fernando Ochoa, todavía no late con la fuerza necesaria en la población. “Este es un tema de delitos ambientales que impacta en la salud pública. El derecho a un ambiente sano es el más importante para preservar nuestra vida y la del planeta, pero no lo estamos exigiendo”.