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En colaboración conCAF
Disputa marítima Colombia-Nicaragua
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Duermevela miskitu y raizal

La investigadora y poeta Ruby Jay-Pang Somerson interpreta en este relato la última sentencia de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) por la disputa limítrofe entre Colombia y Nicaragua desde la perspectiva raizal

Vista general del islote de coral de Johnny Cay en la isla colombiana de San Andrés.
Vista general del islote de coral de Johnny Cay en la isla colombiana de San Andrés.John Vizcaino (Reuters)

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Aquella mañana, vigilante, me agitaba en un entresueño de combates feroces. Estaba en las costas miskitu, ahí, al lado de mis islas raizales en el Caribe suroccidental. Gozábamos de un stew de tortuga y el dios supremo de la nación miskitu masticaba las carnes y me las ponía en la boca para alimentarme. También yo le buscaba esa boca encantada de silvidos y caracoles, para que él también se alimentara de la mía. Se me pegó más cerca y murmuró en palabras de nuestro idioma indígena: dem de kum (ahí vienen ellos).

Se fue poniendo así, pensativo, atribulado. Y entonces, musitó, reveló que tratados y litigios y, pseudodefensas dividirían al gran reino miskitu y al gran reino raizal, que el pueblo originario y hermano de sangre, idioma e historia, seguramente serían cayos enclavados en su azar. Que nadie se acordaría de estos. Quizás de las 75.000 millas marinas ricas en pesca con el suelo y el subsuelo y la soberanía alimentaria que habían sido regaladas en el año 2012 como ofrenda para no tenerlos frente a Cartagena de Indias con la plataforma continental extendida. Borrado de la memoria colectiva quedaría también el Tratado Esguerra-Bárcenas, de casi una centuria y comienzo del desmembramiento territorial creole.

Y agregó, imitando a un clarividente, que desnutridos iríamos por rumbos diferentes, que yo no peinaría más su cabello ennochecido, que nos miraríamos pero con miradas de estrabismo. Y que los guisos de tortuga no juntarían más nuestras bocas. Yo sentía cómo arrancaban de mí al dios supremo de la nación miskitu. Doliente e iracundo rugía con garganta ciclópea y se iba transformando en ojo de ciclón.

Así, zarandeada en ese entresueño, pero ya no por la pesadilla-inventada sobre la plataforma continental extendida, sino porque frente a todos los raizales estaba el ejercicio consuetudinario del trueque milenario, entonces de cayos desenclavados por plataforma para la alegría de la pesca pero no se les ocurría la idea.

Entre brumas supe que la solución no era entre Estados sino entre los pueblos, así conversaríamos nuestros afanes limítrofes y restableceríamos relaciones geopolíticas y culturales, ejercitando diplomacias ancestrales como hace pütchipü'üi, el palabrero del pueblo wayuu.

En vela, este abril del 2023 me sorprendió que el canciller colombiano Álvaro Leyva Durán en un festejo soberano en cayo-Serrana-territorio-enclavado, perteneciente al archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, nos dijera que “las prácticas y los derechos de las comunidades son propias del ius cogens (de normas imperativas de derecho internacional) como principio universal y que la protección y la garantía de estas prácticas y de estos derechos no son prerrogativa del Estado ni de institución alguna, sino que son un mandato universal”. En este contexto, se infiere que se refería a la autodeterminación de los pueblos como norma imperativa. Desde ahí se validan las medidas que debemos tomar de manera endógena y hermanada.

Ahora bien, este 13 de julio se nos leyó en La Haya el último fallo del litigio en el mar Caribe. El Tribunal Internacional de Justicia de Naciones Unidas (TIJ) falló a favor de Colombia en el diferendo marítimo y rechazó la pretensión nicaragüense de ampliar la plataforma continental más allá de las 200 millas marítimas que le corresponden.

Lo interesante es que pareciera que hubiéramos ganado algo por no habérsele concedido a Nicaragua lo que solicitaba. Sin embargo, fue la ratificación real del fallo del año 2012 pero, sobre todo, el clamor de la Corte Internacional de Justicia para que entre los afectados mitiguemos el impacto devastador que le causa al pueblo indígena raizal, en la medida en que realicemos acuerdos, cooperaciones y tratados que solucionen, entre otros, la pérdida de derechos ancestrales de los faenadores del arte de la pesca artesanal.

Desde la perspectiva de la nación raizal, este fallo nos recuerda que los nudos primigenios de solidaridad nunca se han soltado y que será un asunto de diplomacia local raizal en armonía con una diplomacia nacional transparente para trabajar desde enfoques integradores y políticas multilaterales pensando, con la altura de los acontecimientos, no solo en sista (hermana) Nicaragua sino también en las West Indies y en la Confederación Gran Caribe, una acción transfronteriza propuesta por el gobierno actual de Colombia para unir a todos los Estados vecinos y que tendrá como centro el territorio indígena raizal.




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