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Petrit Baquero, historiador: “Desde el comienzo algunos individuos del mundo de las esmeraldas fueron narcos”

El autor de ‘La nueva guerra verde’ explica que el sector se ha empeñado en legalizarse, pero que noticias como el sofisticado asesinato del empresario Juan Sebastián Aguilar recuerdan los antiguos vínculos con el crimen organizado

Petrit Baquero en Bogotá, en agosto de 2024.
Petrit Baquero en Bogotá, en agosto de 2024.ANDRÉS GALEANO
Lucas Reynoso

Petrit Baquero (Bogotá, 45 años) tiene en su mente una lista inagotable de delincuentes colombianos. En pocos minutos, puede mencionar al bandolero conservador Efraín González (1933-1965), al narco y paramilitar Gonzalo Rodríguez Gacha (1947-1987) o a Carlos Castaño (1965-2004), el máximo líder de las Autodefensas Unidas de Colombia. También puede relatar con detalle cómo cada uno de ellos fue asesinado. Sus historias le aficionan desde niño, porque creció en los ochenta, en los tiempos en los que las atrocidades de Pablo Escobar y el Cartel de Medellín eran muy visibles. Cuenta que cuando llegó a la Universidad de Los Andes a estudiar Historia y Ciencia Política ya sabía todos “los chismes e historias de estos personajes”. Después, convirtió ese saber en académico y publicó El ABC de la mafia (Planeta, 2012) y La nueva guerra verde (Planeta, 2017).

El segundo libro no tuvo mayor repercusión al momento de su publicación, pero las investigaciones y narraciones que contiene sobre las guerras esmeralderas en los últimos 60 años han adquirido especial relevancia en estos días. El pasado 7 de agosto, el asesinato del empresario Juan Sebastián Aguilar volvió a poner el foco de atención en la violencia que desde hace décadas ha rodeado la explotación de esmeraldas en Colombia. Aguilar había sido el jefe de custodios del poderoso Víctor Carranza (1935-2013), conocido como el zar de las esmeraldas. Ahora era dueño de una empresa que provee servicios de seguridad a minas que desde hace años están en manos de compañías extranjeras. Su asesinato, en una zona pudiente de Bogotá y con un francotirador, recordó que la violencia aún arrecia en el sector.

“Recientemente han matado a gente más importante y no ha habido tanto revuelo. Quizá tuvo que ver la espectacularidad del crimen”, comenta Baquero antes de enumerar una larga lista de esmeralderos asesinados en los últimos años. En una entrevista en su casa en Bogotá, rememora las disputas por las minas en la segunda mitad del siglo XX y los vínculos que algunos patrones —no todos— establecieron con el narco. Comenta que la gran diferencia es que ahora la propiedad de las concesiones mineras ya está establecida y las tensiones son por negocios que se han expandido más allá de las esmeraldas. “A cada rato nos encontramos noticias sobre esmeralderos extraditados por narcotráfico”, señala.

Pregunta. ¿Qué tiene el mundo de las esmeraldas que causa tanta violencia?

Respuesta. Son muy apreciadas entre las piedras preciosas: son escasas, bonitas, durables. Pero, además, son territorio fértil para lavar capitales. A diferencia del oro, las esmeraldas no tienen valores establecidos. Yo puedo sacar una y vendértela en 20 millones de pesos... luego tú se la puedes vender a otro en 50 millones y él venderla en 1.000 millones a alguien más en Japón. Una esmeralda vale lo que alguien esté dispuesto a pagar por ella.

P. La explotación esmeraldera siempre ha estado ahí, pero es en los años sesenta que la violencia brota con fuerza en el occidente de Boyacá. ¿Por qué?

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R. Hay varios factores. Para empezar, esa zona siempre fue un lugar sin Dios ni ley, propenso a que surgieran patrones que en muchos casos estuvieron relacionados con actividades delincuenciales y violentas. Es en ese contexto que se descubren las minas de Peñas Blancas y se consolida La Pesada como grupo de minería clandestina e informal. Ellos llaman a Efraín González, un antiguo bandolero de la violencia bipartidista de los años cincuenta, para que imponga orden. Y él lo hace, pero luego lo matan y su sucesor enfrenta más dificultades. El Ganso Ariza empieza a confrontar con esmeralderos que eran amigos del presidente Misael Pastrana y que querían formalizarse. Se dieron durísimo: hubo entre 700 y 1.200 muertos en la primera guerra.

P. El grupo que ganaba luego conseguía formalizar títulos y llegar a acuerdos con el Estado...

R. Sí, las guerras se dan entre grupos emergentes y establecidos. La guerra de los ochenta, que es la única que se declaró formalmente, fue entre el grupo establecido de Muzo y el emergente de Coscuez. Con Rodríguez Gacha [un narco y paramilitar], hubo expresiones de violencia nunca antes vistas. Recién cuando él muere desaparece el factor de perturbación y Víctor Carranza, de Muzo, firma la paz con sus antiguos enemigos y los convierte en socios. Después, en 1998, Carranza es detenido y se produce un vacío de poder. Mientras, se descubre la mina La Pita en Maripí y se consolida un grupo rival con los hermanos Rincón. Cuando vuelve Carranza en 2001, los derrota. Lo llamativo es que después la justicia les dio con todo a los de Maripí: los capturaron, extraditaron y condenaron. Pero a los de Muzo, con los mismos pecados, no les pasó nada. Carranza fue absuelto y el Estado incluso tuvo que indemnizarlo por los años que estuvo preso.

P. ¿Qué importancia tenía Carranza, el zar de las esmeraldas?

R. Era un padrino, un hombre hábil y astuto como Vito Corleone. Fue respetado en el alto mundo, en la política, y penetró la institucionalidad: veía jóvenes con inteligencia y astucia y les pagaba la carrera para que se convirtieran en jueces y en abogados suyos. Y también fue temido en el bajo mundo, en el delincuencial. No gritaba ni hacía alarde de su poder armado, pero lo tenía y sabía leer los diferentes momentos. Apeló a la violencia cuando hubo que hacerlo y a la negociación y conciliación cuando fue más conveniente, tanto con narcos y paracos como con el Estado. Por eso sobrevivió a diferentes expresiones de violencia durante 60 años y nadie lo derrotó: se murió en la cama de un hospital, a salvo y en paz con la justicia.

P. Hoy en día la mayor parte de las minas ya no está en manos de esos patrones, sino de empresas extranjeras. ¿Cómo es que Carranza y otros esmeralderos lo permitieron?

R. Carranza fue muy hábil para entender que las cosas estaban cambiando. Vio que el Estado quería modernizar la explotación y que iba a apoyarse en la inversión extranjera, a la cual muchos gobiernos han visto como la panacea y como una forma de tener más control del territorio. Además, estaba enfermo de cáncer y era consciente de que sus herederos no tendrían las mismas habilidades que él para lidiar con sus enemigos. Entonces vendió su concesión de Puerto Arturo a la Minería Texas Colombia, hoy Esmeraldas Mining Services. Y funcionó: las empresas extranjeras trajeron tecnología de punta y grandes inversiones que permitieron llegar más a fondo en montañas que parecían agotadas. Se han sacado muchísimas esmeraldas en estos años y el negocio sigue boyante. Por otro lado, no es que los patrones hayan desaparecido. Cedieron a las empresas extranjeras, pero conservan algunas acciones, continúan explotando en otros lados y mantienen su influencia en la política.

P. ¿Y los pequeños mineros?

R. Hay un gran conflicto social muy grande. Las empresas extranjeras han traído una cierta formalidad legal, con derechos laborales y prestaciones, pero son pocos mineros de la zona los que consiguen convertirse en empleados. La mayoría sigue en la informalidad y han tenido que ver cómo les cierran predios a los que antes iban con facilidad. Los antiguos patrones, al menos, permitían la minería ilegal y repartían riquezas: botaban restos de las minas al río para que la gente raspara. Ahí es que uno se pregunta qué es mejor: ¿Patrones tradicionales, arcaicos y violentos? ¿O empresas que pagan regalías mínimas, se llevan todo y no dejan nada en la región?

P. En el medio de estos dos mundos estaba Juan Sebastián Aguilar, el esmeraldero asesinado el 7 de agosto. Fue jefe de custodios de Carranza, pero ahora tenía acciones en Esmeraldas Santa Rosa y lideraba una empresa que provee servicios de seguridad a las compañías extranjeras. ¿Cómo lo describiría a él?

R. Aguilar era mucho más grande de lo que pensé originalmente. Me sorprendió el impacto que causó su muerte en la región, propio de un arraigo que otros esmeralderos no tienen hoy en día. Parece que tenía un don de gentes, que era generoso y emprendía obras sociales. Además, estaba curtido en lidiar con factores de violencia grandísimos por haber estado en el medio de las guerras de su jefe. Y no solo heredó una parte del poder económico de Carranza, sino que se quedó con el poder armado. Su cercanía a Sandra Ortiz [ex consejera presidencial para las Regiones] muestra también que ya estaba cerca del poder político nacional.

P. ¿Cómo interpreta el asesinato?

R. Llamó mucho la atención por su espectacularidad: un francotirador, con un arma larga de guerra, asesinó en un lugar más o menos protegido a una persona que tenía como tres anillos de seguridad. Ocurre en el contexto de una confrontación muy grande que desde hace años produce asesinatos y atentados a figuras muy relevantes en el gremio. Pero creo que no hay que atribuir estos hechos al contexto de las esmeraldas. Hoy en día la propiedad de las concesiones ya está más o menos establecida entre las empresas extranjeras y Esmeraldas Santa Rosa [la compañía local de la cual era socio Aguilar]. Hay una excepción con una mina que se disputan Hernando Sánchez [socio de Aguilar] y el clan Triana, pero realmente no creo que esa sea la causa.

P. ¿A qué lo atribuye entonces?

R. Creo que hay rencillas personales, una pelea entre narcotraficantes. Algunas personas estuvieron extraditadas, dieron información y ahora regresaron a reclamar negocios que consideran que les pertenecen. A pesar de que algunos pueden haber empezado en el negocio de las esmeraldas, tienen actividades económicas que ya no pasan principalmente por ellas.

P. ¿El narco ha tomado mayor protagonismo?

R. Sí, pero desde hace mucho tiempo que está presente. Puede que algunos patrones de antes tuvieran, culturalmente, el gusto por las esmeraldas, pero a la ahora de la verdad necesitaban otras fuentes de ingresos para mantener el estatus. Y el narcotráfico era una opción fácil. No todos los esmeralderos son narcos, pero algunos lo fueron desde el comienzo. Isauro Murcia, por ejemplo, hizo negocios con Pablo Escobar en los setenta. Y esto se mantiene. Pese a que ha habido intentos de limpiar el nombre de las esmeraldas y ha habido empeño en legalizar el negocio, hechos como el asesinato de Aguilar son contundentes. A cada rato nos encontramos noticias sobre esmeralderos extraditados por narcotráfico. Entonces uno dice, así haya gente a la que no le guste escucharlo, que estos vínculos todavía están vivos y que todavía hay demasiadas cosas que están muy oscuras.

P. Ahora los ataques son más focalizados contra los empresarios esmeralderos, más individualizados que las grandes guerras de antes...

R. Son mayormente por fuera de la región y no afectan al grueso de la población. La violencia se ha sofisticado y se buscan acciones específicas. Creo que estos actores ahora entienden que atacar a población inocente no beneficia a nadie y les puede traer profundas dificultades, sobre todo con la institucionalidad.

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Lucas Reynoso
Es periodista de EL PAÍS en la redacción de Bogotá.
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