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Secuestros
Columna
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Formas de llamar un crimen

Es llamativo que a estas alturas del partido se esté debatiendo en Colombia sobre la justificación de una práctica tan injustificable como el secuestro

Cilenis Marulanda, madre del futbolista Luis Díaz, se une a una marcha para exigir la liberación de su esposo, el 31 de octubre.
Cilenis Marulanda, madre del futbolista Luis Díaz, se une a una marcha para exigir la liberación de su esposo, el 31 de octubre.Leo Carrillo (AP)
Juan Gabriel Vásquez

El comunicado de “Antonio García”, que los colombianos conocimos en días pasados, es un termómetro inmejorable de todo lo que se ha roto en Colombia después de sesenta años de enfrentamientos con esas guerrillas antediluvianas. En una veintena de párrafos inverosímiles, el comandante niega de plano que su guerrilla se haya comprometido a no secuestrar, y sugiere que dejará de hacerlo sólo cuando se le asegure su financiación; pero lo más lamentable no es ni siquiera eso, sino la naturalidad con la que se refiere a un crimen de los más atroces, de los más deleznables, que hayan marcado esta guerra nuestra. Ya no hay que recordar siquiera que en el lenguaje de la guerrilla no existe el secuestro: se llama “retención con fines económicos”, uno de los eufemismos que engordan el diccionario donde se encuentran también los “falsos positivos” y los “homicidios colectivos”. Nunca es fácil descubrir qué viene primero, si el deterioro moral de una sociedad o el deterioro de su lenguaje, pero aquí están estas perlas, síntomas del infierno al que nos han arrastrado los actores de esta guerra.

Para el comandante del ELN, instalado firmemente en su realidad particular, la condena del secuestro es un invento de los medios de comunicación. Luego ha salido el Gobierno Nacional a decir que no va a entrar en una discusión pública sobre estos temas, pues “los acuerdos son claros y están por escrito”, según leo en un titular: cuando lo evidente es que, si el comandante de la guerrilla se permite estas palabras, es porque las cosas no están tan claras, aunque estén por escrito. Supongo entonces que le corresponde a la sociedad civil, sea lo que sea eso, encontrar la manera de responder que no es cierto lo que dice el comandante guerrillero: que el repudio del secuestro no es un invento de los medios, sino una de las pocas cosas en las que esta sociedad desorientada, donde la mitad se ha acostumbrado a justificar los crímenes que afectan solamente a la otra mitad, parece estar más o menos de acuerdo. Le tocará a la sociedad civil, repito, decir que lo que el artículo de marras llama “retenciones con fines económicos” es lo mismo que el informe de la Comisión de la Verdad llama “una muerte suspendida en el tiempo”, y que las palabras de la Comisión describen mejor la realidad que las del comandante.

Es más: puesto a hacer recomendaciones inútiles, me permito recomendar (no sé muy bien a quién: a todo el mundo, tal vez) la lectura de ese documento. Allí se cuenta cómo la guerrilla de las FARC, que durante años negó el impacto del secuestro, comenzó a reconocerlo después de un encuentro con las víctimas de sus propios horrores en un espacio creado por esa Comisión que cierta derecha colombiana tanto ha denostado. Y se cuentan otras cosas que pueden ser valiosas para las negociaciones de paz que marcarán el año que viene. “El secuestro no tiene fecha de vencimiento”, dice en ese informe una de las 50.000 personas que lo han padecido desde 1990. “El secuestro no se acaba el día de la liberación. El secuestro es una realidad que se vuelve genética –si se quiere, del secuestrado– y que va a cambiar totalmente su manera de ser, su manera de ver la realidad, de comunicarse”. El secuestro no es una realidad transitoria: se queda para siempre. En ese sentido decimos que destroza una vida. Cuando “Antonio García” escribe sobre sus “retenciones con fines económicos”, “¿habrá mirado a los ojos a los secuestrados? ¿Habrá oído sus palabras?

Yo creo que no, pero eso no importa. Lo más llamativo de todo este asunto es que eso sea necesario: que a estas alturas del partido se esté debatiendo en Colombia sobre la justificación de una práctica tan injustificable como el secuestro; y que algunos señalen que la guerrilla tiene otros medios de financiación, no sólo éste, como si eso fuera lo que hace que el secuestro sea abominable; y que el mismo comandante de la guerrilla haya aclarado, tras el secuestro del padre de un futbolista, que había sido un “error” en vez de un nuevo caso de un crimen monstruoso; y que un funcionario del Gobierno haya dicho hace unos meses, sin que se le moviera una ceja, sin que pareciera darse cuenta de los abismos éticos que se abren bajo sus palabras, que es necesario asegurarle el sustento a la guerrilla si les vamos a pedir que dejen de secuestrar; y que estemos recordando que a fin de cuentas la guerrilla no tiene “derecho” a secuestrar, pues se lo prohíben las reglas del Derecho Internacional Humanitario. El jurista Rodrigo Uprimny tuvo que escribir hace unas semanas una columna entera para probar que el Derecho Internacional Humanitario sí prohíbe el secuestro. Muchos le agradecimos la columna, pero la conversación misma debería llenarnos de preocupación, por no decir de vergüenza.

Sin embargo, ésta y otras conversaciones son posibles en Colombia, donde ha habido durante años una emisora de radio dedicada al secuestro, o creada con el único fin de que las familias destrozadas de los secuestrados puedan mandar mensajes de cariño a los secuestrados, y donde no hay un solo ciudadano que no haya conocido de cerca o de lejos este crimen infame. Nos hemos acostumbrado a hablar de una práctica que destroza vidas, que hiere y traumatiza, que deja a sus víctimas marcadas para siempre. Nos hemos acostumbrado al paisaje del dolor, al daño y al sufrimiento como ruido de fondo, incluso al hecho de que tantas palabras –“secuestro” es una de ellas, pero no es la única– dejen de nombrar realidades humanas (o inhumanas, para ser precisos).

Es lo que pasa en la convivencia con la guerra, que nos deshumaniza en más de un sentido: no sólo porque vuelve a algunos incapaces de reconocer el sufrimiento que causan, como le sucede al comandante del ELN, sino porque hace de algo intolerable algo corriente para toda la sociedad. Yo entiendo que nuestra capacidad para la conciencia del dolor ajeno sea limitada: de otra forma enloqueceríamos. Pero a veces hay que abrirse paso a través de las palabras, sobre todo cuando las palabras quieren engañar o distorsionar, y tratar de ver a los seres humanos que las palabras describen. El secuestro es inhumano, incluso si lo llamamos de cualquier otra forma. Eso es lo único que hay que saber. Lo demás es retórica, y de eso los colombianos hemos tenido demasiado.

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