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“Chamanismo” o medicina ancestral: la polémica que llega a Colombia con cuatro décadas de retraso

La medicina tradicional indígena y afro no es una novedad, pues ya está contemplada en normativa médica nacional e internacional, y se practica a diario no solo en regiones apartadas sino en ciudades como Bogotá

Martha Rentería, sabedora, curandera y partera afro que atiende en el Kilombo Niara Sharay, en Bogotá.
Martha Rentería, sabedora, curandera y partera afro que atiende en el Kilombo Niara Sharay, en Bogotá.NATHALIA ANGARITA
Emma Jaramillo Bernat

Lo primero que hace Martha al llegar a su consulta es echarles agua a las plantas porque en las noches sueña con ellas, con que tienen sed. Saluda al orégano y al “dolorán” antes de que la interrumpan y comiencen a preguntar por sus servicios en la entrada del centro local de atención a víctimas de Bosa, en el suroccidente de Bogotá. “Yo las amo, yo las quiero, yo hablo con ellas”, dice de sus matas.

Martha Rentería es sabedora, curandera y partera. Son palabras que recientemente generaron una nueva polémica en Colombia luego de que se conociera que los médicos ancestrales —también se mencionan yerbateros, taitas, sobanderos, pulsadores y guaraleros, entre otros— estarían incluidos en el modelo preventivo del sistema sanitario que propone la reforma de la salud del Gobierno de Gustavo Petro.

Así lo indicó la saliente ministra de Salud, Carolina Corcho, en respuesta a un derecho de petición presentado por el senador liberal Alejandro Carlos Chacón. Fue una de sus últimas actuaciones antes de que las dificultades alrededor de la aprobación de la reforma que abanderaba le costaran su puesto. Otros seis ministros fueron retirados de sus cargos en medio del segundo remezón de gabinete de Petro, desencadenado durante el difícil trámite por el Congreso de esa reforma.

Los términos “chamánicos” avivaron el descontento entre algunos opositores a la reforma, inspiraron memes y alimentaron las suposiciones. “No puede ser. Un sobandero en vez de un ortopedista para atender una fractura; o un veterinario para una cirugía de corazón abierto. El manicomio”, cuestionó la senadora de oposición María Fernanda Cabal, una de las más visibles del uribismo.

Pese a la aparente novedad del tema, la discusión no solo no es nueva sino que, de acuerdo con especialistas consultados por este diario, es casi obsoleta. Desde 1978, cuando la Organización Mundial de la Salud emitió la Declaración de Alma-Ata sobre atención primaria en salud, se estableció la necesidad de que los sistemas incluyeran a los saberes tradicionales indígenas. Al fin y al cabo eran estos saberes —que no tienen nada que ver con las medicinas alternativas como la homeopatía, las esencias florales o la bioenergética —, los que habían cuidado la salud antes de que la medicina occidental se extendiera por el mundo, y los que seguían atendiendo a la población en las regiones más apartadas.

“Es un llamado mundial: en Estados Unidos, en Canadá, en Australia o en Nueva Zelanda ya es un imperativo constitucional. Creo que eso en Colombia está haciendo falta”, asegura Germán Zuluaga, médico de la Universidad del Rosario que ha dedicado su carrera a combinar la medicina moderna occidental con la ancestral.

Según dice, “el tema tal vez se está discutiendo de una manera muy primaria, desde la descripción política superficial. Simplemente lo que se está intentando, y eso lo debe hacer cualquier Gobierno, no importa si es de derecha o de izquierda, es promover por un lado la interculturalidad en salud y por el otro el decreto 1953 de 2014, que ya había promulgado la obligatoriedad de reconocer los sistemas tradicionales indígenas”. De hecho, hoy en Colombia funcionan cinco Empresas Promotoras de Salud Indígena (EPSI) que trabajan con las comunidades para crear un modelo de atención propio e intercultural.

El doctor Zuluaga cuenta que en su momento también fue un incrédulo. Formado en la escuela clásica occidental, al terminar sus estudios fue enviado a hacer una práctica médica en el Caquetá, departamento que da entrada a la Amazonía, y allá se encontró con un médico curandero indígena. “Fue toda una sorpresa —relata— porque a pesar de mi escepticismo frente a su saber y conocimiento, me fui dando cuenta de que tenía una gran capacidad para la medicina. Después de un par de años venció mi incredulidad. Me rendí y entendí y acepté que esa medicina tiene un conocimiento profundo y muy sabio”.

El resto de su vida profesional ha estado marcada por aquel encuentro imprevisto. Del recelo pasó a dirigir un grupo de investigación en la Universidad del Rosario, avalado por Colciencias, que ha logrado probar científicamente la eficacia de muchos tratamientos tradicionales. Por eso se atreve a afirmar que “la medicina tradicional sí sirve, tanto en la prevención como en la curación de muchas enfermedades”.

Su tesis de doctorado está dedicada a mostrar cómo los pacientes con asma, que con la medicina occidental están sometidos a usar inhaladores durante muchos años, con la tradicional han podido curarse en cuestión de meses. Para él, “la medicina occidental es excelente en el tema de grandes cirugías, reemplazos de cadera, trasplantes de corazón, atención de accidentes graves. Pero en el manejo de enfermedades crónicas es muy limitada. Pacientes con problemas crónicos de hipertensión, de diabetes, de osteoartritis, no encuentran en la medicina occidental una buena respuesta”.

Los tratan con medicamentos que deben tomar todos los días, asegura, lo cual deriva en el grave problema de salud pública que es la polimedicación. En el Simposio Nacional de Farmacología se abordó el tema: “un adulto por encima de los 50 años está tomando en promedio cinco medicamentos diferentes todos los días de su vida”. A todos les están recetando lo mismo.

Pero, planteaban los detractores de la entonces ministra, ¿cómo regular o diferenciar un médico ancestral de un charlatán? En la respuesta al derecho de petición, el Ministerio esbozaba que deben ser cuidadores “reconocidos y avalados por las formas organizativas y colectivos del área de influencia donde se van a desarrollar las actividades”. Pero no especificaba que el decreto 1953 ya define las reglas del juego mediante la creación del Sistema Indígena de Salud Propio Intercultural (SISPI).

Los kilombos, el comienzo de un modelo híbrido

Desde el 2014 en Bogotá empezó a funcionar oficialmente un modelo de medicina ancestral que da algunas luces sobre cómo puede trabajar de la mano con la institucionalidad. El secretario de Salud y médico Alejandro Gómez asegura que esta simbiosis solo puede lograrse a través del respeto y del reconocimiento. “No podemos pretender, con los retos que tenemos, que tenemos un único conocimiento y que las únicas personas que sabemos de la recuperación somos los médicos occidentales”.

Con respecto a las certificaciones, Gómez explica que “una persona que se diga médico o médica ancestral de una comunidad debe tener la validación de su comunidad, de sus autoridades propias. No podemos exigir un certificado académico que no existe. Nos reunimos con las autoridades tradicionales; solo aquellas personas que la comunidad reconoce como parteras, como médicos ancestrales, entran a jugar un papel de ese tipo en el sistema distrital de salud”, explica Gómez. “Existe un riesgo de charlatanería, por supuesto, pero también en la medicina occidental existe”.

En ese sentido, asegura, Bogotá ha avanzado mucho: “El sistema distrital público de salud tiene vinculadas 125 personas de las diferentes etnias —población afro, indígena, raizal, palenquera y gitana o rom—. Dentro de estas, catalogamos 32 como médicos ancestrales, 25 como parteras, y 39 como gestores comunitarios; también 29 técnicos en salud”.

Quizá el modelo más representativo de medicina ancestral en la ciudad son los Kilombos, centros donde la población puede recibir tratamientos basados en saberes tradicionales afro. El primero en empezar a funcionar, en el 2012, fue el Kilombo Niara Sharay, a donde llega Martha Rentería cada día a regar sus plantas. Solo descansa cuando percibe que comienzan a despedir un olor que solo ella reconoce y que le indica que “sus hijas” ya están satisfechas, que han recibido el agua necesaria.

Un intenso olor a clorofila les da la bienvenida a los visitantes. Allí mismo ella elabora los aceites, pastillas y brebajes ancestrales que habrá de recetar. De fondo se escucha música instrumental del Pacífico, que con el sonido de la marimba prepara a sus pacientes para iniciar su proceso de sanación, que consiste en “varias formas de atención, todas encaminadas a la escucha”.

Martha Rentería
Martha Rentería riega sus plantas medicinales, que usa para tratar distintas enfermedades.NATHALIA ANGARITA

“El 80% o el 85% de las personas que atendemos aquí son víctimas del conflicto —cuenta Martha—. Uno escucha de todo. Vienen niñas que han sido violadas, y lo primero que hacemos es un trabajo de corte —una especie de limpieza energética—. Lo otro es en el cuerpo físico, un tratamiento interno con plantas medicinales, con vahos, con baños, y también con marinillos (un óvulo natural) para que ella se sienta bien en su adentro, porque una violación daña mucho el adentro. Son huellas que jamás se borran”.

“Lo bueno de este kilombo es que somos estudiosas. Por ejemplo, yo busco el origen de la enfermedad. ¿Cómo lo encuentro? A través del diálogo, a través de palpar y de comenzar a preguntar, y la persona sacar. Entonces voy encontrando el origen, porque toda enfermedad, su origen es emocional”, asegura. Estas experiencias la han llevado a elaborar un nuevo concepto: lo “etno-psico-ancestral”, una mezcla de medicina afro, plantas y escucha con la que busca darles a sus pacientes un tratamiento integral. Los estudiantes de psicología de la Universidad Javeriana que acuden al kilombo para hacer sus prácticas universitarias han documentado en sus tesis de grado cómo este lugar ha ayudado a mejorar la vida de las víctimas del conflicto.

“Es que usted viene enfermo de la guerra, —aclara Martha—. Quiere ser escuchado, escuchado con toda la paciencia, que es lo que hacen mis estudiantes los jueves y los viernes. Yo luego las limpio [con plantas medicinales], hago que se descarguen. El que escucha se enferma también, porque hay cosas que son terribles: una violación a una mujer, con vejámenes y cosas, te daña a ti el cuerpo como mujer que lo padeces, pero también a la que escucha”.

La mujer es el eje central de la medicina afro y Martha no teme referirse a sí misma como matrona. “Cuando esclavizaron a los negros, ¿quién atendía a las señoras? ¡Las mujeres! En la medicina ancestral afro, las guardianas son las mujeres”. Cuenta que lo que sabe lo aprendió de su abuela, Dolores Florinda Barreiro. “Tengo mucha familia que es curandera [en Tumaco, sobre el Pacífico colombiano]. Mi abuela era partera, muy cuidadosa y responsable. Todos nacimos en la casa. Ella, una mujer muy sabia, sobaba, hacía sus cremas. Yo eso lo aprendí de ella, mirándola”. Hoy, es su nieta la que la observa e imita sus masajes.

Martha no se opone a la medicina occidental. “En Bogotá, si atiendo a una mujer preñada, con mis ejercicios, con el cariño, atención, el compadrazgo, la solidaridad, voy mirando cómo va funcionando el embarazo. Si veo que no funciona bien, debo remitirla a que se haga sus exámenes. Ella debe tener las atenciones y el control médico de la occidental”.

Lo que en cambio se le dificulta es su relación con la institucionalidad. Cuando se dan estas fusiones —a veces porosas— evidencia que sigue existiendo el problema de cómo conciliar dos universos tan diferentes: uno oral, otro de documentos; uno ancestral, otro vinculado a lo moderno; uno empírico; otro de pruebas de laboratorio; uno ligado a las plantas y al territorio; otro a los químicos y a la industria farmacéutica.

El que la medicina ancestral ingrese en el sistema de salud más ortodoxo implica que de una u otra manera estará sujeta a sus reglas. “Es una llenadera de papeles”, cuestiona Martha. También critica la prevalencia de la atención “en cabeza de una enfermera superior. Si ella no está, no se atiende en el kilombo, pero si no está la partera y la curandera, el kilombo sigue funcionando con una gestora que no sabe de medicina ancestral”.

Para Martha, al integrarse al sistema público de salud, los kilombos se han convertido en “más de lo mismo”, en “obtener determinado número de firmas diarias. Eso implica atender a toda velocidad, sin la debida escucha que se requiere en un proceso de sanación”. Por eso decidió declararse autónoma. La palabra kilombo —con k— hace referencia precisamente a eso: es uno de los nombres de las comunidades libres fundadas por africanos y sus descendientes que escaparon de la esclavitud.

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Sobre la firma

Emma Jaramillo Bernat
Es periodista de la edición de El PAÍS en Colombia. Ha trabajado en 'El Tiempo', como editora web, y en la Agencia Anadolu, de Turquía, como jefe de corresponsales para Latinoamérica. Graduada de Comunicación Social de la Universidad Javeriana de Bogotá y máster en Creación Literaria de la Universitat Pompeu Fabra.

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