No hay milagros en la tierra de los milagros
Latinoamérica, la tierra de las vírgenes y los señores de los milagros, tiene escasamente un solo milagro económico, ocurrido en Venezuela entre los años cuarenta y cincuenta
México tiene su Virgen de Guadalupe. En Colombia, la Virgen de los Milagros es la patrona de Tunja. En Lima, los Hermanos Vicentinos tienen una Parroquia dedicada a la Señora del Milagro de Lima. En Argentina, en la provincia de Salta se venera al Señor y la Virgen del Milagro. En Brasil, la patrona del país es la Señora Aparecida, cuyo culto se remonta a 1717 en la Villa de Garatingueta, donde unos pescadores hallaron primero su imagen y tras de ella a una pesca literalmente milagrosa. Encontramos vírgenes y señores de los milagros en todo el continente latinoamericano.
No obstante, los economistas y los políticos de Latinoamérica han sido menos eficaces en producir milagros económicos. Se dirá con razón, que la ciencia económica y la práctica política poco o nada tienen que ver con las creencias populares.
Al mirar las cifras sobre milagros económicos, el premio Nobel de Economía Robert Lucas, de la Universidad de Chicago, y el profesor Luis Felipe Sáenz, de la Universidad de Carolina del Sur, encontraron que desde principios del siglo pasado a lo largo y ancho del mundo se ha producido un número considerable de milagros económicos. Definen como “milagro” un episodio en que el PIB o valor agregado por habitante de un país se duplicó comparado con 10 años atrás.
Comparan el desempeño frente a la economía de Estados Unidos, por una razón que se puede explicar con el fútbol. Es evidente que un país está jugando mucho mejor cuando clasifica al Mundial, y no solamente porque los equipos locales lo hagan bien en el campeonato nacional. De forma similar, una economía está haciendo algo notable, cuando cierra su brecha con la economía más avanzada del mundo, no solamente cuando sus empresas locales hacen dinero.
Un hecho demoledor es que Latinoamérica, la tierra de las vírgenes y los señores de los milagros, tiene escasamente un solo milagro económico, ocurrido en Venezuela entre los años cuarenta y cincuenta.
El contraste con otras regiones no puede ser más descorazonador: en África 11 países tuvieron milagros económicos. En Europa del Este, 11 países los experimentaron, la mayoría en los últimos 20 años. En Oriente medio hubo ocho milagros económicos, algunos de ellos ligados al boom petrolero de los años sesenta y setenta, y otros tan recientes como 2005 (Irak y Emiratos Árabes Unidos).
En Europa occidental los milagros ocurrieron en los años cincuenta en casi todos los países, a excepción del Reino Unido y España. Irlanda tuvo el suyo en el cambio de siglo y Ucrania en 2007.
Los tigres asiáticos exhiben los milagros más duraderos, con Corea del Sur a la cabeza, entre 1971 y 1995, tres décadas espectaculares para ese país, más largo inclusive que el de Japón, cuyo milagro sucedió entre 1959 y 1974. Singapur y Taiwán tuvieron su década dorada en los años setenta y China alrededor en la primera década del siglo XXI.
Lucas y Sáenz buscan la explicación para el crecimiento súbito en: 1) el acceso a la tecnología, especialmente la que desarrolla rápidamente la productividad de sectores modernos y atrae masivamente personas a las industrias y las ciudades; 2) la transición demográfica, que lleva a tener menos hijos y a invertir más en su educación. Y, fascinante, 3) la participación de las mujeres en la fuerza laboral, que participan mucho al principio del desarrollo, cuando el país es pobre, luego se sustraen del mercado laboral, y en la medida que el país se enriquece vuelven masivamente a trabajar y le dan un impulso notable.
Volvamos a la tierra sin milagros. ¿Qué pasó en América Latina? ¿Por qué es un continente con tan pocos episodios de crecimiento súbito y espectacular? Desde finales del siglo XIX hubo una marcada diferencia entre dos grupos de países. Argentina, y Chile, que empezaron el siglo XX muy por encima del resto de la región. Argentina gozó hasta 1940 de un PIB por habitante cercano al 60% del de Estados Unidos, y Chile, de uno entre 40% y 50%. Nada similar se veía en nuestro continente.
Al inicio del siglo XX Venezuela y México apenas alcanzaban una quinta parte de lo que producía un estadounidense medio. Ni qué decir de Brasil, Colombia y Perú, cuya productividad por persona era cerca del 10% de un norteamericano.
Pronto empezaron a ocurrir cosas interesantes, si bien lejos de ser milagrosas. Colombia y Perú crecieron vertiginosamente entre 1910 y 1940. A mediados de los años treinta, Venezuela tuvo un despegue espectacular que no cesó hasta 1960, momento en el que el ingreso de un venezolano promedio era alrededor del 70% del PIB per cápita de Estados Unidos, único país latinoamericano en levantar esa copa.
Al tiempo que Venezuela despegaba hacia el firmamento, se inició el declive de Argentina y Chile, hasta ese momento los de mostrar de la región. Chile declinó hasta mediados de los años setenta y Argentina hasta mediados de los ochenta, cayendo ambos a ser la cuarta parte de la productividad de un norteamericano.
¿Qué pasó en ese período para Brasil, Perú y Colombia? Brasil partió de un punto muy bajo en los años cuarenta y creció de forma notable hasta 1980. Durante esas cuatro décadas Colombia y Perú se mantuvieron estables, ni fu ni fa, ni crecían ni caían en comparación con la productividad de los norteamericanos.
Justo en ese momento llegó la llamada “década perdida”, de la mano de un tsunami económico mundial causado por el aumento de las tasas de interés de la Reserva Federal Americana, orientada a controlar la inflación, lo mismo que trata de hacer ahora.
En adelante, el que más sufrió fue Venezuela, que en las últimas dos décadas del siglo pasado perdió todo lo ganado desde 1930. Argentina también se hundió. Brasil, Chile y México cayeron, pero con menos dramatismo. Perú se desplomó al último lugar de la región. Y finalmente Colombia, con nadadito de perro, como dicen los locales, salió indemne de la debacle de los años ochenta, pero, de nuevo, en un nivel de producción por habitante poco auspicioso.
Tendríamos que esperar hasta la llegada del siglo XXI para un renacer económico. En efecto, el dinamismo chino de principios del presente siglo subió el precio de las materias primas y la demanda por todo lo que producía la región. Entre el año 2000 y el 2014 hubo un despegue económico a lo largo y ancho de la región. El empuje de China levantó todos los barcos.
Mención especial merece Chile, que saliendo rápido de la crisis de los ochenta experimentó una notable transformación (que no milagro, de acuerdo con la definición citada), y logró mantenerla por tres décadas. Para 2015, Argentina, Chile y Venezuela lideraban a América Latina en términos de valor agregado por habitante, cercano al 40% del de Estados Unidos. Les seguían Brasil y México con 30%. Y cerraban el grupo Colombia y Perú con cerca de 25%.
Esta historia de pronunciadas subidas y bajadas no ha terminado. A mitad de la década pasada, China perdió dinamismo, lo cual afectó a la demanda de muchas materias primas. Adicionalmente, el fracking de petróleo y el gas de Estados Unidos hundió los precios del crudo de forma absolutamente dramática.
Venezuela se desplomó al último lugar de la región. Argentina y Brasil también cayeron, aunque con menor severidad, al punto que podemos decir que estos tres países perdieron otra década. La situación es tan dramática para Argentina y Venezuela, que se puede decir que perdieron no décadas, sino un siglo entero.
La historia reciente ha sido menos dura para Chile, México, Colombia y Perú. Los cuatro países que conformaron la llamada Alianza del Pacífico lograron mantenerse a flote sin ganar ni perder frente a Estados Unidos, claro está, en distintos niveles. Chile arriba, México en medio y los otros dos un poco más abajo.
Al buscar patrones de comportamiento en esta difícil historia económica de 120 años, para explicar la ausencia de milagros podríamos acudir a Lucas y Sáenz y enfatizar: 1) la falta de consistencia que truncó los periodos algunas veces prolongados de prosperidad. 2) Las incompletas transiciones del campo a la ciudad, y de pasar de tener muchos a pocos hijos, con acceso a buena educación. 3) El limitado acceso a tecnología y a los mercados del mundo entero, para productos no primarios. 4) El atrapamiento de millones de mujeres en labores de cuidado familiar, que las mantuvo por fuera del mercado laboral.
Otros autores culpan a la poca consistencia de nuestras instituciones, o la incompleta conexión con el comercio internacional; otros al insuficiente acceso a las cambiantes tecnologías de punta; y otros dan peso de una geografía desafiante, que, con el Amazonas, Los Andes, el istmo de Panamá y las enormes distancias que caracterizan al continente, hacen muy costosa su integración interna y limitan el contacto a bajo costo con el resto del mundo. Finalmente algunos señalan a la cultura y la política.
Hipótesis es lo que hay para este lamento borincano. Vírgenes patronas y señores de los milagros, al mismo tiempo que los economistas y líderes políticos no han lo grado dar con la clave del despegue en la región. Cada episodio esperanzador, inclusive si se prolonga por un par de décadas, es seguido de un descalabro o, a lo sumo, de una insufrible y prolongada meseta. Detenemos lo que nos está haciendo progresar, frenamos de manera prematura los retoños de crecimiento, o peor, incurrimos en errores crasos que devuelven a veces medio siglo de avance.
Rezar claramente no basta. Pero la ciencia económica aplicada y la práctica política tampoco. ¿Cómo evitar otros ciento veinte años de soledad? ¿Se podrá mantener a raya al populismo? ¿Puede haber otro superciclo de materias primas, como a principios de este siglo? ¿Pueden los llamados minerales críticos, como litio y cobre, entre otros, hacer una diferencia? ¿El fenómeno de nearshoring y la industrialización se quedará en México? ¿Hay algún futuro en la integración de la región, como plantean Lula, López Obrador o Petro? Son preguntas que debemos responder cada día, pero a las que dedicamos menos tiempo que a pelear por ideologías.
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