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El día que los hijos de firmantes de la paz cantaron sobre las armas fundidas de la guerra

La Orquesta Filarmónica de Bogotá creó un coro de Hijos e Hijas de excombatientes de las extintas FARC. Para sus padres, ratifica la decisión de haber dejado las armas

Lanzamiento del coro Hijas e hijos de la paz, organizado por la Filarmónica de Bogotá.Vídeo: Juan Carlos Zapata
Catalina Oquendo

Pocos meses después de haber firmado la paz y entregado las armas que cargó durante una vida en las FARC, Paulina Cardoso tuvo que huir del Tolima con su hijo Wenyer Cardoso, de 11 años, y un bebé en la panza. Sin nada más que la ropa de clima caliente que tenían puesta, aterrizaron en el frío bogotano después de escuchar una sentencia que le heló el cuerpo a Paulina. “Tienes que aportar tu hijo para la causa”, le dijeron los excombatientes que luego se fueron a las disidencias de la guerrilla.

Había logrado reencontrarse por fin con su hijo y no estaba dispuesta a perderlo de nuevo. La amenazaron en la tarde y en la noche ya había decido irse. “Yo no iba a permitir que le tocara vivir lo que a mí. Entré a la guerrilla a los 11 porque sufrí abuso en mi casa y no tuve infancia”, dice emocionada hasta las lágrimas por ver a Wenyer, hoy de 17 años, y a Juan Andrés, ahora con cinco años, participar de un proyecto que integran hijos de excombatientes, el Coro de Hijos e Hijas de la Paz.

Cantan, junto a otros 50 niños y niñas, en un escenario impensable y tremendamente simbólico: sobre las armas fundidas que entregó esa guerrilla y que fueron convertidas en la obra de arte Fragmentos, dirigida por la artista Doris Salcedo. Wenyer destaca en el coro. Es un muchacho de pelo muy negro y rasgos indígenas que mueve la cabeza y el cuerpo con cadencia, y que canta con potencia. Adelante del coro, Juan Andrés mueve una paloma blanca, como los niños más pequeños.

Wenyer Cardoso, su hermano y Paulina Cardoso, su madre, excombatiente de la extinta guerrilla de las FARC.
Wenyer Cardoso, su hermano y Paulina Cardoso, su madre, excombatiente de la extinta guerrilla de las FARC.Juan Carlos Zapata

“Me alcanzó a tocar toda esa alma de la guerra”, dice Wenyer después de cantar y al recordar que la reinserción como familia a la vida civil no ha sido fácil. “Pero uno intenta hacer paz. Mami firmó la paz en 2016. Desde ese momento creímos que íbamos a vivir bien, que íbamos a intentar reconciliarnos. No a borrar el pasado porque pueblo que olvida su pasado es susceptible a repetirlo, pero sí a intentar cambiar el rumbo de nuestra historia”, dice el muchacho.

Su historia revela también las dificultades que han enfrentado los excombatientes en los últimos años. Al menos 343 han sido asesinados y muchos debieron salir de los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), donde vivían. “Lastimosamente existen personas con odio y rencor en el corazón que asesinan a los firmantes de paz. Por eso yo quiero hacer un llamado, podemos no tener las mismas ideologías, pero mientras nos respetemos podemos vivir en paz. La paz para mi significa eso, respetar ideologías y creencias”.

Wenyer habla con tal serenidad que sus palabras no dejan traslucir la dureza de lo vivido. Después de huir de Tolima para evitar ser reclutado por las disidencias, Paulina y sus hijos han pasado penurias. Los primeros días en Bogotá estuvieron solos. Sin familia o amigos, ella cuenta que conseguía comida en las centrales de abasto. “No me da pena decirlo, tenía que sacarlos adelante”. Luego logró conectarse con un “facilitador” de las extintas Farc, una figura para ayudar a la reinserción, y mejoró su situación. Ella empezó a estudiar Administración Pública y a hacer manualidades para sobrevivir. Y una tarde llegó un mensaje de texto que los invitaba a un coro por la paz.

Lanzamiento del coro Hijas e Hijos de la paz, conformado por hijas e hijos de excombatientes de la extinta guerrilla de las FARC.
Lanzamiento del coro Hijas e Hijos de la paz, conformado por hijas e hijos de excombatientes de la extinta guerrilla de las FARC.Juan Carlos Zapata

“Yo dije que sí, y acá estoy. La música me ha abierto muchas puertas, nunca pensé que me llevara tan lejos. Me ayuda, canto, me libero. Me dejo llevar tanto que se me olvida que no debo mover tanto en el escenario. Con esa pasión con que canto hacia la paz”, dice Wenyer.

El coro de Hijos e Hijas de la Paz empezó por iniciativa de la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Su director, David García, recuerda que invitaron a los firmantes a llevar a sus hijos cada semana a talleres y, ante el entusiasmo, decidieron crear el coro que es “un laboratorio de paz”. Se sumaron la Misión de Verificación de Naciones Unidas y la Fundación Ford, y tuvieron su primera presentación en noviembre de 2021 para conmemorar los cinco años del Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las ex FARC. “Vamos a consolidar este coro, luego apostamos a que los niños puedan acceder al estudio de los instrumentos, los elementos teóricos y musicales; y después, que surja una Filarmónica de la Paz. Ese un proceso a largo plazo, pero tiene que quedar en el tiempo como un símbolo”, agrega García.

El coro también es una muestra del baby boom de los excombatientes. No hay cifras exactas, pero según datos de la extinta guerrilla, han nacido al menos 3.500 niños tras la entrega de armas. Carlos Villarraga, que pasó 21 años de su vida en esa guerrilla, es uno de los excombatientes que tuvo hijos después de firmar la paz. Ahora Nasly Maité, que conserva el nombre que su madre usaba en la guerra, es una de las integrantes del coro. “Yo creo que en estos niños que cantan sobre estas baldosas está reflejada la esperanza de que jamás la juventud vuelva a transitar por escenarios de la guerra como lo hicimos nosotros”, dice el hombre, que cada semana lleva a su hija a las clases con la profesora Sandra Rodríguez, de la Filarmónica.

El excombatiente de la extinta guerrilla de las FARC, Carlos Villarraga, junto a su hija, en Bogotá, el 18 de agosto de 2022.
El excombatiente de la extinta guerrilla de las FARC, Carlos Villarraga, junto a su hija, en Bogotá, el 18 de agosto de 2022.Juan Carlos Zapata

Verla a ella levantar la paloma en el escenario es, para Villarraga, un acto esperanzador. “Nos da más fortaleza para saber que, efectivamente, la firma del acuerdo de paz fue la mejor acción que pudimos hacer para cerrar ese ciclo de violencia”, dice. Más allá de los discursos, como dijo durante el lanzamiento Javier Ciurlizza, director de la Fundación Ford en la región andina, la música llena la paz de significado. “Lo que escuchamos en este coro es la expresión más hermosa de la promesa de la paz”, dijo.

Para la familia de Wenyer el coro ha significado también la posibilidad de recuperar el tiempo perdido. Mientras Paulina estuvo en la guerra él quedó al cuidado de una tía. El reencuentro con su madre fue doloroso y la relación aún está en construcción. Pero la música les ha ayudado. Ahora Paulina tiene a Wenyer, a Juan Andrés, y a otro hijo, de tres años. Para ella es la oportunidad de ser una madre más presente. “Los tres me arman concierto en la casa, se ponen a ensayar juntos y eso me sube el ánimo. Tengo tres cantantes que yo no imaginaba que fueran a salir de mí”, dice Paulina, que está en búsqueda de empleo.

Después de presentarse, los niños jugaban y corrían por las baldosas de lo que fue la guerra, mientras los padres, todavía impactados por estar sobre sus antiguas armas, hablaban del futuro. “Bajo los pies de cada uno de los que estamos aquí está la historia de una guerra dolorosa, pero también el compromiso de construir, un mensaje no centrado en la añoranza del pasado sino del futuro”, decía Manuela Marín, madre, firmante del acuerdo y una de las creadoras del Coro de hijos e hijas de la Paz.

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Sobre la firma

Catalina Oquendo
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia. Periodista y librohólica hasta los tuétanos. Comunicadora de la Universidad Pontificia Bolivariana y Magister en Relaciones Internacionales de Flacso. Ha recibido el Premio Gabo 2018, con el trabajo colectivo Venezuela a la fuga, y otros reconocimientos. Coautora del Periodismo para cambiar el Chip de la guerra.

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