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NEWSLETTER AMERICANAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La cocina de lo femenino es la cocina de lo colectivo

Luego de muchos años de lucha, hoy puedo dejar atrás la cocina masculinizada, un modelo de negocio donde solo entraban los más fuertes, donde debíamos adoptar energías masculinas para pertenecer y hacernos camino

La chef colombiana Jennifer Rodríguez.
La chef colombiana Jennifer Rodríguez.

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Nací en Mesitas de El Colegio, un municipio de Cundinamarca a dos horas de Bogotá, hace 37 años. La mayor parte de mis días los he pasado en este territorio montañoso, al lado de toda mi familia. Durante los últimos 15 años, he dirigido un proyecto que me apasiona y me ha brindado grandes satisfacciones: Mestizo Cocina de Origen. Esta es una larga historia en la que he ido encontrándome y definiéndome como cocinera/chef, no solo al cocinar mi legado, sino también al cocinar mi territorio, mi vida y mis sueños. En el camino, nos hemos adaptado a múltiples cambios: ambientales, sociales y económicos. Y hemos convertido este restaurante en una resistencia que nos recuerda que Colombia es mucho más que su capital.

En línea con esta forma de entender la cocina, hemos creado la Cooperativa Colegiuna para el Buen Vivir (Coco). Esta es una cooperativa que lleva meses transformándose con el fin de abogar por la posibilidad de pensar en una vida más comunitaria, consciente y cuidadosa de todos los seres que habitan este territorio. Además, quienes pertenecemos a este colectivo podemos unir nuestras capacidades para proteger aún más nuestros procesos culturales y ancestrales, como alternativa a un mundo que avanza tan rápido, tan competitivo y que olvida la posibilidad de vivir en paz con su entorno y ecosistema.

Como dice Marisol Leal en su poesía: “Vengo de la querencia cotidiana y compartida de una casa de solar con matas de plátano, bore, yuca, maíz y calabazas. De tardes de sol ardiente, de tierra caliente y de viento que refresca. Donde la leña crepita, el humo dibuja sombras y la olla cuece el caldo de la gallina, el cilantro y la cebolla larga. Amo ser colombiana y habitar mi territorio del Tequendama, y el reto que significa permanecer aquí”.

Después de mucho tiempo sintiéndome ajena a un espacio temporal, la vida me conduce a lugares donde me siento bienvenida, donde mi alma, mi ser y mi cuerpo encuentran una alineación horizontal. Son esos lugares en los que parece que ya he estado. Escuchar mi cuerpo, mi sentir —que trasciende el pensamiento— y dejarlo ser no ha sido tarea fácil. En este camino de descubrimiento sensitivo, vivencial y colectivo, observé una cocina que va más allá de un simple negocio; una cocina que expresa todo aquello que no tiene palabra, que habla del placer de caminar entre montañas, valles y ríos. Competir no es el espacio donde quiero estar; no es el lugar de mi cocina ni del alimento. Entonces, me pregunto: ¿qué significa cocinar juntos en tranquilidad y amor?

Hemos vivido años bajo sistemas masculinos, jerárquicos, de superioridad, de cuidado individual en lugar de colectivo, de competencias sin sentido, de pérdidas culturales y de desconocimiento de nuestros territorios. La idea de la cooperativa es fruto de tardes en enero de 2021, observando los mangos en los árboles, el trabajo campesino y la comercialización del mismo, que me llevó a conversaciones con mi amiga Mari y su hijo José Miguel. Juntos, bajo el ejemplo del movimiento del mago, buscábamos una respuesta que permitiera dar un paso hacia la igualdad. Sabíamos que ese era el camino para la reivindicación de la cocina y la tierra; del cuidado y la semilla, adoptando una perspectiva como la de la gente del campo: genuina y accesible.

Somos el resultado de muchos otros. Desaprender y aprender no es tarea fácil, pero es evidente que esa venita indígena que tenemos no puede resistirse a aceptar que este es el territorio donde nació, igual que nace un árbol nativo que crece acompañado de otros, para encontrar su complemento y compartir entre sí el cuidado de la vida.

Pensamos en proyectos comunitarios donde todos son bienvenidos. No es un banco, tampoco un espacio para la comercialización y explotación de un producto. Es un lugar donde entendimos que la confianza en el otro es fundamental para vivir en plenitud con el ecosistema. Que la conversación y la colaboración sean la semilla de un espacio donde los modelos sociales que nos han impuesto se transformen. Para muchos, esto puede parecer romántico; para mí, es lo femenino, de lo que me aferro con fuerza para no dejarme llevar por el “deber ser”. Esa esencia femenina me dice que todo sería mejor si lo vemos desde ahí.

Es que toda esta energía que nace desde ese otro lado, esa sensibilidad que me recuerda a diario la importancia del cuidado colectivo, el cocinar es mi lenguaje y mi forma de dar amor a otros. Y, a pesar de que Mestizo nace como una idea propia, siempre en el fondo en su actuar resonaba lo comunitario, que luego de muchos años de lucha hoy puedo darle paso a eso que soy, dejar atrás la competencia, la cocina poco asequible, la cocina como masculinizada, que solo es un modelo de negocio más, donde solo entraban los más fuertes, donde debíamos adoptar energías masculinas para pertenecer y hacernos camino, donde la comida solo sabe a ego y no a hogar, y es que ser consciente en un mundo con tanto ruido, tomar otro camino es complejo, equilibrar las energías parece que es cuestión de darle paso a la vulnerabilidad y abrirse al mundo, ser nosotros como un ser vivo más que habita esta tierra, desde el respeto y el entendimiento del cuidado.

Nunca entendí qué significa “ser alguien”, solo quiero pensar que lo que he elegido será el disfrute de los años que aún me quedan por vivir. Hoy soy la suma de mis ancestros, de la montaña, del valle, del río, de mi cocina, de los seres que me alimentan, del aire que respiro; soy todo de ellos. Por esta razón, elijo la cocina del cuidado consciente y cocinar con lo que hay.

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