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Migración, seguridad, Venezuela, Panamá: Latinoamérica se mide al Trump más fuerte

El presidente electo de Estados Unidos toma posesión el 20 de enero con una serie de frentes abiertos que van del posicionamiento ante el chavismo a las relaciones con Sheinbaum, mientras Milei se perfila ya como su gran valedor en la región

Donald Trump en la Convención Nacional Republicana, en Milwaukee, Wisconsin, en julio pasado.
Donald Trump en la Convención Nacional Republicana, en Milwaukee, Wisconsin, en julio pasado.Callaghan O'Hare (REUTERS)

La ruta que parte de Venezuela y que llega a la frontera con Estados Unidos después de atravesar Colombia, la selva del Darién, Centroamérica y México encierra también el hilo conductor de los principales frentes de Donald Trump en América Latina. La migración, eje de la campaña del presidente electo, es el fenómeno que sirve para explicar el resto de los desafíos de la próxima Administración republicana en la región: el grave conflicto político venezolano, los problemas de seguridad generados por las organizaciones criminales, en su mayoría cárteles de narcotraficantes que se dedican a la trata de personas, la relación con la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, e incluso las tensiones comerciales que han desembocado antes de Navidad en la amenaza de retomar el control del Canal de Panamá. A la espera de la toma de posesión programada para el 20 de enero, Latinoamérica contiene el aliento ante el regreso de Trump a la Casa Blanca.

Investidura en Caracas

Todo lo que se decide en Washington tiene un impacto profundo en los más de 11.000 kilómetros que separan el Río Bravo y la Patagonia, pero casi nunca sucede lo contrario. Estados Unidos suele vivir de espaldas al resto del continente, con algunas excepciones. Venezuela es una ellas. La toma de posesión del próximo presidente, prevista para el 10 de enero, tendrá repercusiones directas en el tablero geopolítico internacional. Nicolás Maduro está decidido a comenzar un nuevo mandato después de proclamarse ganador de unas elecciones manchadas por sospechas de fraude. Su principal contrincante, el diplomático Edmundo González Urrutia, hoy asilado en Madrid, prometió volver para asumir el cargo que le corresponde, según las actas de los comicios del pasado 28 de julio difundidas por la oposición. La investidura abre la puerta a un recrudecimiento de la crisis, agravada en los últimos meses por la represión de las protestas y una oleada de detenciones.

Una de las primeras decisiones de Trump en política internacional será su posicionamiento ante el chavismo. La intransigencia de sus hombres fuertes designados para América Latina, el secretario de Estado Marco Rubio y el enviado especial Mauricio Claver-Carone, no garantiza, sin embargo, carta blanca a la causa opositora. El fracaso del experimento de Juan Guaidó, que fue reconocido como presidente interino por Trump durante su primera Administración, y la capacidad de resistencia de Maduro, pueden limitar el respaldo de la Casa Blanca. A eso se añaden argumentos económicos, como los vínculos del magnate republicano con el sector petrolero, y el hecho de que la crisis sociopolítica sigue expulsando a venezolanos que huyen en busca de oportunidades y que, según Naciones Unidas, ya superan los ocho millones de personas. Cualquier paso del Gobierno estadounidense será, en todo caso, decisivo para el futuro de Venezuela, al igual que pasa con el principal aliado de Maduro, el régimen cubano de Miguel Díaz-Canel.

México y las deportaciones

El Ejecutivo de Claudia Sheinbaum ya se está preparando para hacer frente a una de las principales promesas electorales de Trump, esto es, poner en marcha deportaciones masivas a México. El cruce de mensajes con Washington comenzó justo después de las elecciones del 5 de noviembre. El presidente electo ha amenazado con una guerra arancelaria, como hizo a finales de la pasada década con Andrés Manuel López Obrador, con intervenir en el territorio del país vecino para desmantelar a los cárteles del narcotráfico y, en definitiva, ya ha activado todos los mecanismos para presionar a su homóloga.

La presidenta, una científica ecologista de izquierdas que se sitúa en las antípodas ideológicas del republicano, siempre se ha mostrado prudente y desde el principio ha manifestado su disposición a colaborar con la nueva Administración en seguridad y lucha contra el crimen organizado. Las condiciones, sin embargo, son claras: no admitirá ningún atropello a la soberanía mexicana. “Nunca nos vamos a subordinar”, recordó la semana pasada ante el anuncio del magnate de declarar a los cárteles como “organizaciones terroristas”, lo que abriría un escenario lleno de incógnitas por las posibles actuaciones de Estados Unidos.

Sheinbaum envió hace semanas una carta a Trump en la que resumió su enfoque: “Allá se consume la droga, principalmente; de allá vienen las armas, y aquí ponemos las vidas”. Con estas premisas, México es el primer interesado en cooperar con la Casa Blanca, de cuyas decisiones depende además la estabilidad de su economía, pero no a cualquier precio. Lo mismo ocurre en materia de política migratoria. El Gobierno asegura que el país está en condiciones de recibir a los deportados, en su gran mayoría procedente de terceros países. No obstante, lleva años reclamando que para afrontar el fenómeno a largo plazo se necesita una inversión más ambiciosa de Estados Unidos y una apuesta más clara por el desarrollo en el triángulo norte de Centroamérica y en Chiapas.

El Canal de Panamá: cuestión de economía

La amenaza aireada en vísperas de la Nochebuena de retomar el control del Canal de Panamá por considerar abusivas las tarifas refleja otra de las grandes obsesiones del mandatario electo: la economía. Sin embargo, el uso político de las quejas económicas o comerciales de la futura Administración estadounidense ha hecho saltar las alarmas en casi toda la región. Más allá de la improbable sugerencia sobre la vía interoceánica, que violaría los tratados firmados en 1977 por Jimmy Carter y Omar Torrijos, la idea de Trump tiene una carga de profundidad precisamente por lo que plantea sobre la soberanía en Latinoamérica.

La mayoría del continente salió en apoyo de Panamá y su presidente, José Raúl Mulino, rechazando las declaraciones del republicano. Pero el mandatario colombiano, Gustavo Petro, hizo una reflexión más amplia que encierra una de las grandes preocupaciones de la comunidad internacional. “Si el nuevo Gobierno de Estados Unidos quiere hablar de negocios, hablaremos de negocios, de tú a tú y en beneficio de nuestros pueblos, pero jamás se negociará la dignidad”, enfatizó Petro, que insta a Trump apostar por el bienestar de los países latinoamericanos también como estrategia para paliar el flujo migratorio. “Si no nos quieren en Estados Unidos, hay que volver prósperas todas las Américas”, escribió el presidente de Colombia, un país que siempre ha sido aliado estratégico de Washington en la región y que ahora puede serlo incluso más ante la crisis venezolana.

La excepción de Milei

Trump tiene a su principal aliado político, sin duda, en Argentina. Javier Milei se deshace en elogios al republicano, al que en repetidas ocasiones consideró el principal líder mundial en la lucha contra la izquierda, solo comparable con él mismo. Trump retribuyó la devoción del argentino con una invitación personal a la celebración de su triunfo en Mar-a-Lago, su mansión en Palm Beach. Milei se sacó fotos, cantó, bailó y dio un discurso que lo mostró notablemente emocionado. Pero Milei espera aún más de su amigo estadounidense: una ayuda ante el Fondo Monetario Internacional (FMI) para la concesión de un crédito que aporte unos 15.000 millones de dólares a las reservas del Banco Central, hoy en negativo.

El país sudamericano negocia con el Fondo un acuerdo que reemplace al firmado por el Gobierno de Alberto Fernández en enero de 2022, cuando se acordaron nuevos plazos de pago para el crédito de 44.000 millones de dólares que Mauricio Macri había recibido en 2018. El Gobierno ultra cumplió con las metas de ajuste de aquel pacto, pero necesita ahora fondos frescos. Milei está convencido de que Trump saldrá al rescate, como ya hizo en el pasado con el expresidente Mauricio Macri, porque considera a Argentina “un socio estratégico” y un “aliado confiable”, según dijo días atrás en una entrevista con The Wall Street Journal.

Milei asegura que su objetivo final es firmar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos por fuera del Mercosur, el bloque que integran también Brasil, Paraguay y Uruguay. Pero su entusiasmo podría verse frustrado si Trump, como ha prometido, decide profundizar la guerra arancelaria con China y Europa.

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