Sindicato de Luz y Fuerza: “Yo nací en el paraíso, pero el paraíso no es perfecto”
Cada domingo, el artista cubano Ronaldy Navarro pinta un vibrante cartel en Nueva York con una frase que extrae de conversaciones o libros, llenando el espacio urbano de poesía visual
“Dicen que murió de frío, yo sé que murió de amor”, es la frase que aparece en una de las obras de Ronaldy Navarro (Matanzas, Cuba, 1972) presentada, como es habitual en su estilo, en dos carteles, cada uno con una frase o verso. A veces son frases más poéticas, otras más humorísticas —“Si Bad Bunny puede, nosotros también”—, pero todas están arraigadas a una conversación profunda, que resuena con el inconsciente colectivo. Unos se emocionan. Hay quien le escribe para darle las gracias por lo que hace. Más que un artista, él se considera un mensajero, un canal o como dice bromeando “un guajirito iluminado”. Son frases de alguien que observa sin juzgar, alguien que ha experimentado todo tipo de situaciones y ha conseguido sortear los obstáculos del camino consciente de que no todos lo logran.
Navarro, formado en pintura hiperrealista, salió de Cuba en 1996 con destino a Buenos Aires. A Nueva York llegaría mucho después, en el 2007. En la Gran Manzana trabaja como técnico de arte, montando y desmontando obras valiosísimas. Un trabajo que le ha permitido seguir dedicándose a su pasión, que es conectar con los demás. Lo consigue a través de su proyecto Sindicato de luz y fuerza, que se basa en el arte de lo efímero. Sus carteles son una mezcla de pintura y lenguaje y en ellos plasma la poesía de la sabiduría popular, convirtiéndola en un bálsamo. Lo más singular de su trabajo es que cada semana vuelve a pintar un nuevo cartel sobre el anterior, lo que lo convierte en el autor de innumerables obras y, a la vez, de ninguna. Navarro se mueve a contracorriente de los valores que imperan en la sociedad actual y que alimentan tanto la cuenta bancaria como el ego. En su lugar, apuesta por un arte callejero que se difunde de boca en boca. Su obra, siempre cambiante, puede encontrarse en distintos puntos de la ciudad.
Pregunta. ¿Cuál es su relación con el arte?
Respuesta. Yo dibujaba desde que tenía cinco años, con carbón que me daban. Dibujaba en todas partes, en la calle, en los muebles, en las servilletas. Solo dibujaba. Mi madre me llevó al médico porque decía que no escuchaba, tan inmerso: estaba dibujando. Entonces fue cuando el médico le dijo que yo no era autista, que era artista. Esa ha sido siempre mi condición. Yo no tengo nada material que dar, solo mi esencia. Pero yo soy el producto de lo que dijo Kant, que muchos noes consecutivos terminan siendo un sí rotundo. No porque sea un artista perfecto, sino porque he persistido haciendo aquello en lo que creía y por eso, creo, que me ha ido bien.
P. Y siempre ha estado muy conectado con la literatura.
R. Siempre. Yo era un niño muy solitario y recuerdo meterme en la biblioteca que había en el campo donde crecí. El primer libro que leí fue uno con las poesías completas de Federico García Lorca. Tenía nueve años y me voló la cabeza.
P. No conozco a nadie que se llame como usted, Ronaldy.
R. A mi madre le gustaba Ronald Reagan y quiso llamarme Ronald. Pero cuando fue al registro le dijeron que no aceptaban nombres capitalistas, así que mi madre les pidió que agregaran una “y”. Fue así como se inventó mi nombre, Ronaldy. Hay gente que piensa que soy griego, nada que ver.
P. Cuando salió de Cuba fue para irse a Argentina, ¿cómo fue su experiencia allí?
R. Conseguí salir en 1996 con una visa por dos semanas para hacer una exposición en Buenos Aires. Pero acabé casándome y teniendo a mi hija, Candela. Me nutrí mucho del arte de allí. Trabajaba haciendo murales, set de filmaciones. Me regaló muy buenos amigos. Pero luego la situación estalló cuando el presidente, Fernando de la Rúa (sí, el padre del que por entonces era novio de Shakira) salió en helicóptero del país. La llamaron la crisis del 2001 [El Corralito]. Fue una debacle.
P. ¿Y qué hizo?
R. Le dije a mi pareja que nos fuéramos, pero ella no quería renunciar a su puesto de trabajo y la relación comenzó a disolverse. Intenté buscar formas de irme, pero a los cubanos nos veían como posibles inmigrantes y era difícil conseguir visas. En un plazo de dos semanas me detuvieron dos veces en el aeropuerto por documentación falsa. A la segunda, por ser reincidente, me metieron en la cárcel. Pasé cuatro meses en un calabozo de 2 x2 con otros cinco reclusos. Allí me hice un estudioso del lunfardo, que es maravilloso. Pero vivíamos hacinados. No nos daban de comer, la policía nos pegaba. Pero a mí los reclusos me respetaban porque les enseñé a leer y escribir. ¡Poeta! Me decían. Ya sabes, la pluma es más fuerte que la espada.
P. ¿Cómo empezó el proyecto del Sindicato de Luz y Fuerza?
R. Surgió a raíz de la pandemia, como una manera de canalizar la ansiedad que me producía estar encerrado. Yo quería hacer un proyecto para aquellos que no van a los museos ni a las galerías de arte, para hacer sonreír a los que se levantan a las tres de la mañana para ir a trabajar. Y ya sabes, la magia de la vida. Una amiga me cedió un espacio en Williamsburg, al lado de mi casa, para colgar en la calle mis carteles. Primero los exponía únicamente ahí, pero ahora también los hago para el restaurante mexicano Aldama, en la galería Chinatown Soup (LES) y la estación del metro F de Jackson Heights–Roosevelt Avenue/74th Street, en Queens. Allí la emisora de radio Los herederos me ha cedido parte del espacio comunitario que tienen.
P. Cada semana pinta sobre los mismos carteles para crear otros, ¿por qué borra su obra?
R. Sí, tengo muchísima obra y a la vez no tengo ninguna. A veces accedo a mantener un cartel cuando hago un trueque artístico con alguien. Pero yo pienso como Joseph Beuys, que el arte tiene que ser efímero como la vida.
P. ¿Y de dónde saca las frases que utiliza para sus carteles?
R. Yo no invento nada, soy como Lorca, que fue un catalizador de toda una cultura. Yo escucho hablar a la gente y me convierto en un mensajero. Escojo cosas que para otros pueden pasar desapercibidas y hago poesía en mi idioma, que tengo miedo de que se pierda. Soy un comunicador social, mi arte es para la calle. Esa es su esencia. No uso puntuación, porque me encanta la fluidez de lo sencillo. Para mí la palabra es como un dibujo, yo digo que hago haikus tropicales.
P. ¿Cómo consiguió llegar a Estados Unidos?
R. Llegué a México con una visa para hacer una exposición. Y de ahí crucé la frontera en autobús, confiando en que mi pinta de gringo no me delatase. El ejército paró el autobús tres veces, pero a mí ni me bajó ni me registró. Como si fuera un fantasma. Crucé la frontera un 11 de noviembre (11) a las 11 de la noche. No sé cómo he sobrevivido a tantas cosas, a veces pienso que soy el preferido del universo.
P. ¿Ha regresado a Cuba alguna vez?
R. Regresé solo una vez, hace mucho tiempo. Era lo que llamo “el viaje necesario” donde poder comparar quién era cuando me fui y quién al regresar. Y hacer balance. Pero fueron las vacaciones más horrendas que tuve porque fui con mi hija, que tenía dos años. En Cuba no había pañales, se golpeó y no había medicinas para darle y se pasó todo el viaje con diarrea. Uno se da cuenta de que puede sobrevivir, pero no imponer a un niño a que pase vicisitudes en pleno siglo XXI, cuando ya existen tantos recursos. Nunca volví. Siento una tristeza inmensa por Cuba. Yo nací en el paraíso, pero el paraíso no es perfecto.
P. ¿Qué es lo que más echa de menos de Cuba?
R. Mi madre, mi hermano y mi padre murieron, uno tras otro. Así que lo que echo de menos de Cuba es la luz. En mi isla hay una luz de un amarillo intenso que ilumina todas las cosas y refracta. No hay una luz igual en ningún otro sitio. Mi patria es mi niñez.
P. ¿Cuál es su siguiente proyecto?
R. Estoy haciendo una colección de arte para una amiga que vive en Alemania y no sabía cómo decorar su casa. Yo le voy mandando cuadros de artistas que me gustan y que me dan una pieza a cambio de una mía. Tengo cientos. Yo no quiero nada, en mi casa las paredes están vacías. Es un regalo que le estoy haciendo a ella. Yo ya he desacralizado el arte, lo he desmitificado.
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