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COLUMNA
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‘The Way’ es mucho más que nostalgia de la lucha obrera

La miniserie británica relata un conflicto en una acería de Gales que desata el caos, la espiral represiva y la huida de una familia traumatizada. Por desgracia, las revueltas ya no apuntan a los poderosos, sino a los parias

Callum Scott Howells, en una imagen de la serie 'The Way'. Vídeo: FILMIN
Ricardo de Querol

El planteamiento de la miniserie británica The Way es chocante: una revuelta de trabajadores de una acería desata el caos, y la represión, primero en Gales y luego en el resto del Reino Unido. Sorprende porque el sindicalismo está de capa caída en todo Occidente, como resultado de la desindustrialización, de la precariedad, de lo que llaman desclasamiento: cada vez menos población se define como clase trabajadora. Sigue habiendo huelgas, hasta han repuntado en años de inflación, pero queda lejos la conflictividad que se vivió en los años ochenta en el Reino Unido, y que plantó cara a Margaret Thatcher, así como en la España de la reconversión industrial y en otros lugares. El malestar social sigue ahí, pero ahora surge en formas diferentes. Y con objetivos muy lejanos a la noble causa de los derechos sociales.

The Way es el debut como director de una serie de Michael Sheen, un actor y dramaturgo galés muy comprometido que también hace un papel. Producida para la BBC en cuatro capítulos, y disponible en Filmin, hace explícita la nostalgia de la fuerza que tuvo el movimiento obrero a través de uno de los personajes, un viejo sindicalista. Pero narra un conflicto del presente: el cierre de una acería que planean sus nuevos dueños asiáticos desemboca en la toma de la planta por los trabajadores y choques con la policía. A partir de ahí, la trama se mueve entre la distopía política tan frecuente hoy (Civil War, Years and Years, El colapso, El cuento de la criada) y el realismo social tan arraigado en el audiovisual británico (a lo Ken Loach). La respuesta del poder al conflicto se va deslizando al autoritarismo, las protestas obreras se extienden, hay mareas de refugiados y seguiremos a una familia que se agrietaba en su huida de Gales, en toque de queda y con las fronteras cerradas. En el viaje se enfrentarán a la persecución del aparato del Estado, pero también a sus propios traumas.

Mali Harries, en una escena de la serie.
Mali Harries, en una escena de la serie.Filmin

Es una historia dura, que se puede atragantar, con algunos baches en su desarrollo, pero impactante y bien interpretada. Y que trasciende el punto de partida, la revuelta en la acería, porque nos hará pensar sobre otras cuestiones bien actuales. En su afán por llegar a una Inglaterra donde tampoco estarán a salvo, nos hacen ver a los que salen de la decadente ciudad industrial de Port Talbot como se ven los inmigrantes en tantas fronteras y mares del mundo. Sientes lo abrupto de convertirte en fugitivo, en alguien que dicen ilegal, que sobrevive con lo puesto. Se nos habla también lo opresivo de la tecnología: cámaras en todas partes, reconocimiento facial, la manipulación de internet, los drones. Y las historias de la familia a la fuga nos remiten a un plano más íntimo: el desgaste de las parejas maduras, los viejos secretos que afloran, el drama de la salud mental y de las adicciones, el dilema entre cumplir órdenes o hacer lo correcto. También invita a reflexionar sobre el riesgo de involución en las democracias, sobre la brutalidad del poder cuando se enfrenta al desorden público. Incluso se mira con amargura el Brexit: Europa ahora queda más lejos.

Desgraciadamente, los conflictos callejeros más recientes en el Reino Unido no han sido de carácter laboral. Ya no es la lucha de clases el motor de las algaradas: lo son los bulos y la xenofobia. En este verano que acaba, varias ciudades británicas han vivido disturbios muy violentos contra los refugiados e inmigrantes movidos por los agitadores ultras en las redes, con el entusiasta apoyo de Elon Musk, el dueño de X, que escribió: “Una guerra civil es inevitable”. Las revoluciones del siglo XXI no apuntan como enemigos a los poderosos, sino a los otros parias. Tan bajo hemos caído.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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