‘Nos vemos en otra vida’, de delincuente callejero a facilitador del 11-M
La serie de Disney+ creada por Alberto y Jorge Sánchez-Cabezudo narra la historia de Gabriel Montoya Vidal, el primer condenado por los atentados, y da voz a las víctimas
El primer condenado por los atentados del 11-M fue un menor. Gabriel Montoya Vidal, Baby, tenía 15 años cuando conoció a Emilio Suárez Trashorras en las calles de Avilés y 16 cuando transportó en una mochila explosivos desde Asturias hasta Madrid. En apenas unos meses, pasó de fumar porros en el portal de su casa con sus amigos a estar involucrado en el mayor atentado yihadista en territorio europeo. Veinte años después de la tragedia que se cobró 193 víctimas mortales, la serie Nos vemos en otra vida (estreno el miércoles 6 en Disney+) cuenta su historia y lleva a la pantalla el testimonio de las víctimas de aquella tragedia.
Alberto y Jorge Sánchez-Cabezudo (Crematorio, La zona) son los creadores de esta producción de seis episodios sobre la trama asturiana del 11-M que bebe de dos fuentes fundamentales. La principal es el libro Nos vemos en esta vida o en la otra (Planeta) que el periodista de EL PAÍS Manuel Jabois publicó en 2016 con su entrevista con Gabriel Montoya Vidal. La otra gran fuente es el sumario del macrojuicio del 11-M que se celebró en 2007. Una de las principales preocupaciones de los creadores era cómo recibirían las víctimas su propuesta. Por eso y por la complejidad del rodaje, la preparación de esta serie se mantuvo en la discreción. “No queríamos reconstruir el atentado, sino que las víctimas, con lo que dijeron en el macrojuicio, fueran las que contaran lo que pasó. Queríamos que fueran ellos los primeros en verlo y que no hubiese filtraciones”, explica Alberto Sánchez-Cabezudo. “Compartíamos el mismo objetivo, que era contar lo que pasó y que se asentara el relato de los hechos como sucedieron y como quedaron probados en un macrojuicio”, añade su hermano Jorge Sánchez-Cabezudo.
Nos vemos en otra vida comienza como la historia de unos criminales de barrio, pero gracias a diversos saltos en el tiempo, el espectador sabe que el destino de esas balas perdidas estará vinculado a la tragedia. Las bombas del 11 de marzo de 2004 sobrevuelan la trama como un destino inexorable hacia el que se encaminan los personajes. Jabois llegó a la historia de Baby a través de un contacto que le facilitaron en El Mundo, donde trabajaba en 2014. Intentó entrevistarle entonces, por el décimo aniversario de los atentados, pero Gabriel Montoya Vidal lo rechazó.
Cuando el periodista ya trabajaba en EL PAÍS, el propio Baby le contactó. “Mi miedo era que el relato fuera exculpatorio y que yo pusiese el foco en un condenado del 11 de marzo que dijera que la culpa era de otros y le blanqueara. Pero no ocurrió eso, fue muy honesto”, recuerda Jabois. De su historia, al periodista le interesó la velocidad a la que ocurrió todo, “cómo en octubre de 2003 era un tipo normal de una calle de Avilés con una familia desestructurada y condiciones precarias, y acaba en cuestión de meses en un banquillo como el primer acusado del 11-M”. El libro tuvo antes otros interesados en adaptarlo. Y los Sánchez-Cabezudo llevaban años detrás de él. Hasta hace tres años no se cerró el trato que ha logrado que esa transformación fuera un hecho.
Libro y serie comparten un tono austero y crudo en la narración, con un distanciamiento consciente para evitar valoraciones y lecciones morales. “¿Cómo seguimos a alguien que sabemos que es culpable de algo tan terrible? No podemos prejuzgarle, pero tampoco queremos que el espectador le siga empatizando con él”, reflexiona Jorge Sánchez-Cabezudo. Para mantenerse en equilibrio en esa línea, tanto el guion como la cámara siguen de cerca a Baby para mostrar su evolución y anticipar el futuro con saltos temporales a su entrevista en el futuro con Jabois y destellos de momentos del juicio, que cobra protagonismo en el tramo final de la serie.
“Hay un primer tono muy descriptivo de la historia criminal donde el personaje todavía no conoce lo que va a pasar y descubrimos su universo. Hacia la mitad, la serie gira y ya sabe que lo que está transportando son explosivos. El tono se vuelve más grave y gira hacia el drama y el terrorismo yihadista”, continúa Jorge Sánchez-Cabezudo, que describe su serie como una “tensión permanente entre la banalidad de la vida en el barrio y la gravedad de las consecuencias, un juego de magnitudes entre lo pequeño y lo tremendo”. Eso también se refleja en la duración de los episodios, que rondan los 45 minutos cuando la historia es más ligera y se acortan hasta cerca de los 30 minutos cuando la tragedia gana peso.
Era esencial para ellos lograr un gran naturalismo tanto en la puesta en escena como en los diálogos. “En todo, el tratamiento del arte, el vestuario… hay un trabajo para generar una distancia moral a todos los niveles. Ese ha sido el trabajo de más discusión y meditación”, cuenta Jorge Sánchez-Cabezudo. Los hermanos mencionan las películas francesas Los miserables y Un profeta y la serie Gomorra como algunos de los referentes visuales para Nos vemos en otra vida. De la naturalidad en los diálogos se encargaron Pablo Remón, Daniel Remón y Roberto Martín Maiztegui, que trabajaron sobre la escaleta que diseñaron los creadores con Guillermo Chapa, quien se ocupó de recabar la documentación para que todo se ajustase a la realidad. Porque otro reto estaba en cómo ficcionar esta historia. “Hay una cosa que te tienes que preguntar: ¿pudo ser así? Y sí, pudo ser así”, dice Jorge Sánchez-Cabezudo. “El sumario cuenta muchas cosas que nos permiten llegar de un punto a otro, incluso hay mucho diálogos. Eso permitía tener una base de lo que sucedió y un tono de los personajes”, añade su hermano Alberto.
Otra clave era el reparto, compuesto por caras no muy reconocibles. La pieza fundamental sobre la que se construyó el resto fue el protagonista. A Roberto Gutiérrez, que encarna al Baby de 15 y 16 años, le encontraron a la salida de un McDonald’s. “Habíamos visto a 150-200 niños, pero apareció Roberto, con pelo mohicano y un descaro tremendo. Tenía una mirada muy potente”, dice Alberto Sánchez-Cabezudo. Trabajó junto a una profesora dos meses para, en esencia, aprender la profesión. A su alrededor se construyó el resto del reparto. “La idea era buscar un equilibrio entre un actor no profesional y actores profesionales”, dice Alberto Sánchez-Cabezudo.
Entre ellos, destaca Pol López como Emilio Sánchez Trashorras, el exminero con problemas mentales condenado a 34.175 años de cárcel, un personaje tan excesivo que parece ficticio. Sin embargo, sus actitudes y algunas de sus frases están sacadas del sumario del juicio. Todos contaron con un coach para cuidar el acento asturiano. “El guion estaba escrito de una forma muy natural, muy cotidiana, era muy preciso. Tenía que sonar a improvisación sin serlo en absoluto”, añade Jorge Sánchez-Cabezudo. “Es una serie que parece que no está dicha, sino que está hablada en el ámbito de lo cotidiano, en la calle, ese era otro de los grandes restos”, agrega.
Jabois ha seguido en contacto con Gabriel Montoya Vidal. “Él cambia mucho de teléfono, estuvo una época en Melilla y ahora está en el norte de España. Hablé con él hace un par de semanas para ver cómo iba y para decirle que la serie no glorifica nada”, cuenta el periodista. Aunque varias televisiones están detrás de Baby, sigue viviendo como una persona anónima. Los Sánchez-Cabezudo creen que, 20 años después, ya hora de hablar de un momento tan doloroso. “Creo que las víctimas agradecen recuperar esto para la memoria histórica”, dice Alberto Sánchez-Cabezudo. “Es necesario tener un relato. Eso es lo que piden las víctimas, tener un relato”, concluye su hermano Jorge.
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