Huelga de integridad artística
Pero está claro que los guionistas de Hollywood han sido muy dóciles y obedientes con las directrices del gran mercado
Me contaba una persona tan mayor como aislada, que su único anhelo era no padecer en exceso la devastación física y mental, que su muerte fuera tan rápida como indolora. Y su mayor temor era perder la vista. No tenía el menor interés en conocer a nueva gente ni en contemplar la naturaleza. Los ojos le servían para leer, un gozo y un refugio que le habían acompañado siempre. Pero desde hacía años solo releía unos cuantos libros que marcaron su vida, que le otorgaron ensimismamiento y emoción. No le quedaba tiempo para arriesgarse con los descubrimientos. Y, por supuesto, jamás sintió la necesidad de sentirse acompañado por la televisión. Le provocaba hastío.
En mi caso, amando también la literatura, recurro todos los días y en noches de insomnio a revisar películas antiguas que me fascinaron desde mis primeros encuentros con ellas. Algunas han envejecido regular, no muchas, pero la mayoría me siguen contagiando sensaciones hermosas. Y no me agotan, aunque me las sepa de memoria. Por ello, no siento excesivo temor ante la actual huelga de guionistas e intérpretes, comprendiendo su rebelión en nombre del ancestral interrogante “¿Qué hay de lo mío?”. Única, aunque disimulada premisa de renovadas máscaras del poder, protestas, manifiestos, solicitudes pedigüeñas, manifestaciones y esas cositas tan humanas.
Hace demasiado tiempo que las películas y las series me resultan frecuentemente insoportables, clónicas, previsibles, abarrotadas de consignas y estereotipos que disfrutan de la bendición política, afiliadas estratégicamente al signo de los tiempos. Comprendo que les exijan a los tiburones del negocio su parte del pastel y que sientan pavor por ser reemplazados por la inteligencia artificial. Pero está claro que han sido muy dóciles y obedientes con las directrices del gran mercado. Todo por la pasta y no por la integridad artística. Normal.
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