Hoguera
Alucino gratamente ante la inmensa cultura, la renacentista inteligencia, la forma de expresarse sobre las personas y los libros, el sentido del humor y de la ironía de aquel hombre prodigioso, Umberto Eco
Durante un mes no veo televisión, ni ojeo la prensa (leerla puede ser muy arduo), ni, dada mi numantina o suicida resistencia a las redes sociales, sigo sin enterarme de las noticias del mundo. Es una sensación liberadora, no me asalta el síndrome de Estocolmo, mi decaído ánimo agradece enormemente la huida de la información. Y en el retorno, al encender el televisor, busco que mi bienestar se prolongue. Nada de cosas chungas, retahílas monotemáticas, publicidad, adoctrinamiento, histeria. O sea, veo en Filmin un hermoso documental dedicado a la impagable biblioteca de Umberto Eco.
Alucino gratamente ante la inmensa cultura, la renacentista inteligencia, la forma de expresarse sobre las personas y los libros, el sentido del humor y de la ironía, la lucidez de aquel hombre prodigioso. Te ilustra, jamás es previsible ni dogmático, te hace reír. Y comprendes que se inventara en la abadía medieval de El nombre de la rosa que el gran peligro para el orden establecido, y por lo cual aquel monje ciego y anciano asesina, sea que alguien tenga acceso a un libro impío que reivindica la risa como motor de humanidad. Él la considera subversiva y sacrílega, puede socavar la fe, atentar contra lo establecido y lo impuesto, alejar el miedo en los creyentes, proporcionar alegría, crear la duda y la subversión.
También llegará otro tipo de terror al monasterio. Es la Inquisición husmeando brujas y brujos, quemando herejes reales o imaginarios. Es el poder absoluto, la tortura, la policía del pensamiento. Qué pavor y qué grima da la Inquisición. Y lo peor es que no corresponde a una época determinada. Es que siempre ha existido y existirá.
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