Ojalá tu vida no tenga una serie
Al comprensible anhelo de verse representado lo separa una línea muy fina de la necesidad narcisista de ver únicamente el propio reflejo de uno. Hay quien no quiere series, quiere selfis
Un día cualquiera no sabes qué hora es. Te sientas frente a Netflix sin saber por qué. Rebuscas en su catálogo y de pronto te topas con una imagen que te sobrecoge: eres tú. Vamos, no tú, una actriz interpretándote, con tu misma pinta. Das a play entre curiosa y asustada, y la cosa no mejora: efectivamente, es tu vida, como diría Lydia Bosch en Motivos personales, la que está en el aire; una ficción que reproduce tus avatares casi a tiempo real. Esta es la premisa de Joan Is Awful, el estupendo primer capítulo de la última temporada de Black Mirror, un juego de matrioskas con reflexión incorporada sobre la ficción, la IA y el tráfico con nuestra intimidad. De Seis personajes en busca de autor a una personaja en busca de plataforma para pedirle cuentas.
De entre la colección de reacciones que provoca salir del armario como guionista, una muy común es la de los que creen que sus circunstancias tienen una serie. A mí me ha pasado en el banco, en la notaría y hasta a punto de dormirme anestesiada en los minutos previos a una colonocospia. Al comprensible anhelo de verse representado lo separa una línea muy fina de la necesidad narcisista de contemplar únicamente el reflejo de uno. Hay quien no quiere series, quiere selfis.
Pero cuidado con lo que deseas, responde Joan Is Awful, porque tal vez la imagen que te devuelva el espejo no tenga filtro. La paradoja es que con el tiempo que pasamos delante de nuestras pantallas, al final la serie de muchos sería la de una persona en un sofá frente a la tele viendo la serie de una persona en un sofá frente a la tele, y así in aeternum. Quieres una serie, vale, ¿pero qué quieres contar?
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