Semiconductores: la batalla del futuro entre China y Estados Unidos acaba de comenzar
Washington y Pekín rivalizan por la hegemonía en la industria, clave en el desarrollo tecnológico mundial
Mire, si es tan amable, a su alrededor. Todos y cada uno de los dispositivos electrónicos con los que interactúa de manera constante –empezando, quizá, por el que emplea para leer estas líneas– tienen algo en común: ninguno funcionaría de no ser por unos materiales conocidos como semiconductores. Su importancia en nuestro modo de vida ayuda a entender por qué su producción y comercialización se ha convertido en uno de los ámbitos en los que la rivalidad entre Estados Unidos y China es más enérgica. Su evolución, además, ilustra cómo los lazos entre las dos superpotencias han pasado de la colaboración a la competición para adentrarse ahora en un tercer estadio, la confrontación. China aspira a desarrollar una industria autosuficiente para convertirse en líder mundial. EE UU, por el contrario, quiere evitar que esto suceda.
El más reciente de los golpes en esta batalla tuvo lugar a finales de agosto, cuando EE UU limitó las exportaciones al mayor productor chino, SMIC. El Departamento de Comercio alertó a los proveedores norteamericanos de que sus componentes corrían un “riesgo inaceptable” de ser empleados “con fines militares”. Este movimiento es el último en una serie de acciones destinadas a reducir el alcance de la tecnología china; con Huawei, TikTok y Wechat como sus víctimas más prominentes. Las sanciones todavía no son específicas, como en ocasiones anteriores, ni tan duras como podrían serlo, dado que ciertas empresas podrán seguir tratando con SMIC previa solicitud de una autorización oficial.
“No tenemos vínculos con las fuerzas armadas chinas ni fabricamos con finalidad militar”, respondió la firma en un comunicado, denegando las acusaciones. “Esta medida va a suponer un golpe muy fuerte para la actividad de SMIC”, apunta por teléfono Vito Hsu, analista especializado en semiconductores de la agencia taiwanesa Isaiah Research. Más de la mitad de su equipamiento industrial, por ejemplo, procede de EE UU, según cálculos de la empresa de servicios financieros Jefferies. SMIC, además, ya se había visto afectada por las sanciones contra Huawei, las cuales le obligaron a seccionar la relación con su principal cliente y origen de un quinto de sus beneficios. “Pero las consecuencias irán más allá”, continúa Hsu. “SMIC produce para muchas otras grandes firmas, para las que será muy complicado encontrar alternativas. Esto creará un efecto de cuello de botella en la cadena de producción global”.
Los semiconductores saltan de un lado al otro del Pacífico, también más allá, a lo largo de su intricado proceso de manufactura. Lo hacen, además, varias veces: la cadena de producción que atraviesa SMIC tiene empresas estadounidenses en ambos extremos. Por delante, Qualcomm es su segundo cliente, solo superado por Huawei. Por detrás, Applied Materials y Lam Research son dos de sus principales proveedores. Donald Trump, al estilo de Alejandro Magno –"es lo mismo quebrarlo que desatarlo"– amenaza con romper este intricado nudo en dos circuitos independientes, obligando a todos los actores involucrados a elegir: o EE UU o China.
Las fricciones en este ámbito no son nuevas, tampoco la sombra de una disyuntiva forzosa. En noviembre de 2019 fue la holandesa ASML quien se encontró entre la espada y la pared. Esta firma juega un rol clave, ya que es la única productora mundial de una máquina que emplea una tecnología conocida como litografía ultravioleta extrema (EUV, por sus siglas en inglés), herramienta indispensable para diseñar semiconductores. Por aquel entonces, EE UU ralentizó la entrega de una licencia para exportar, precisamente, a SMIC. Cuando el caso salió a la luz, ASML se comprometió a tratar a todos sus clientes por igual. La mayor parte de sus proveedores son norteamericanos, la mayor parte de sus clientes chinos. Los equilibrios en el alambre de la equidistancia, no obstante, cada vez resultan más complicados.
Colaboración, competición, confrontación
La evolución de los acontecimientos ilustra el giro rupturista que han tomado las relaciones bilaterales entre las dos superpotencias. “En la era post-Mao, EE UU ha sido de largo, al menos hasta la elección de Trump, el facilitador indispensable del ascenso de China”, escribía Richard McGregor, investigador del Lowy Institute en un ensayo reciente titulado Xi Jinping: The Backlash. “El despliegue del ejército estadounidense en el este de Asia mantuvo la paz en una región plagada de conflictos sin resolver que involucran a China (...), lo que permitió a Pekín concentrarse en el desarrollo económico. Cuando se incorporó a la Organización Mundial del Comercio en 2001, Pekín pudo conectarse a un sistema global que no había hecho nada para construir. EE UU ha formado a muchos de los estudiantes más brillantes de China en sus mejores universidades. Ayudó a establecer numerosas industrias chinas, como la aviación. Durante largos periodos, EE UU fue el mayor mercado de exportación de China”.
Sin embargo, la naturaleza colaborativa de su simbiótica relación viró en competición, y más recientemente en confrontación, a medida que China daba gestos orientados a desafiar la hegemonía americana. En materia tecnológica, esto se hizo explícito en el plan Made in China 2025, publicado en 2015 como parte del 13º Plan Quinquenal. “En esencia, Made in China 2025 aspira a la sustitución (...). China pretende intercambiar gradualmente la tecnología extranjera por nacional dentro de sus fronteras, y sentar las bases para que las empresas tecnológicas chinas entren a los mercados internacionales”, resumía entonces un informe del laboratorio de ideas MERICS. La base de la tecnología son, claro, los semiconductores.
A pesar de esta ambiciosa estrategia, la realidad es que a día de hoy el sector de semiconductores chino no se sostiene por sí mismo. Solo en 2018 China realizó importaciones por valor de 312.000 millones de dólares (266.500 millones de euros) según datos de las aduanas del país, casi un 25% más de lo que gastó en petróleo. “Las vigorosas exportaciones [de EEUU] de semiconductores y maquinaria de producción son producto de un esfuerzo por parte de China para sacar a EEUU de su cadena de producción”, comentaba Brad Setser, investigador del Council on Foreign Relations. O lo que es lo mismo: comprar mucho para no tener que comprar más. EEUU cayó en la cuenta del peligro que suponía facilitar este proceso y en 2019 implantó los primeros controles a las exportaciones con la apertura del caso contra Huawei.
La respuesta de China ha sido redoblar su afán por alcanzar la deseada autosuficiencia. “Estamos en medio de cambios sin precedentes en este siglo (...), debemos hacernos independientes en nuestra búsqueda de la innovación”, proclamó Xi Jinping el pasado jueves durante su visita a la ciudad de Shenzhen, uno de los polos tecnológicos del país. La persecución de dicho fin ha comenzado con una lluvia de billetes. En octubre del año pasado el gobierno instauró un fondo específico para la industria, cargado con 204.000 millones de yuanes (26.000 millones de euros). Esta medida fue muy criticada por EEUU, por suponer una forma de capitalismo de estado que otorga a las empresas chinas una ventaja injusta frente a sus competidores internacionales.
Uno de los principales beneficiarios de esta campaña ha sido el campeón nacional, SMIC. El pasado mes de julio, sin ir más lejos, protagonizó la salida a Bolsa más copiosa del país en una década: su debut en el parqué de Shanghái le reportó 45.000 millones de yuanes (5.700 millones de euros). Apenas dos meses antes había recibido 2.200 millones de dólares (1.800 millones de euros) de dos empresas estatales. En los documentos presentados ante las autoridades, SMIC advertía del riesgo de una hipotética sanción por parte de EEUU. Sus acciones valen ahora un 30% menos que a principios de agosto, síntoma del pesimismo de los inversores.
Una ruptura inevitable
A día de hoy, lo más probable es que China no alcance la meta establecida por el Made in China 2025, según la cual el 70% de los semiconductores empleados en el país deberían ser de producción nacional para dicho año. Un informe reciente de la firma de investigación de mercados IC Insights estima que en 2019 la cuota fue del 15,7%, lo que arroja un tímido repunte en el último lustro: en 2014 marcaba el 15,1%. “China tiene dos problemas a la hora de alcanzar la autosuficiencia”, apunta Hsu. “El primero es que carece de la maquinaria necesaria, toda procede de EEUU y es muy complicada de replicar”. La herramienta producida por ASML, por ejemplo, tiene el tamaño de un autobús y su manufactura requiere a su vez –la serpiente se muerde la cola– de semiconductores específicos. “La segunda es que carece del talento humano”.
“Calculamos que China necesitará, como mínimo, entre cinco y diez años para alcanzar una autonomía significativa. Las sanciones a SMIC han retrasado este plazo, pero no demasiado”, concluye el analista. EE UU todavía puede colocar muchas piedras en el camino por el que el gigante asiático le persigue. China, por su parte, también cuenta con recursos para contraatacar. El primero pasa por publicar su propia lista negra de empresas, con la que ya ha amagado en repetidas ocasiones: Cisco y Oracle podrían ser las primeras víctimas. El segundo, por bloquear la venta de la británica Arm a la norteamericana Nvidia, que amenaza con arrinconar aún más su industria naciente. Ambas posibilidades ahondarían la brecha entre dos ecosistemas tecnológicos, la cual ya parece inevitable. La guerra del futuro solo acaba de empezar.
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