Pizza, ramen y café robóticos
Las cadenas de alimentos hechos sin humanos comienzan a extenderse
La inteligencia artificial amplía su campo de acción. No todos son algoritmos y previsiones, detección de patrones y gestión de alternativas. Los usos más cotidianos llegan a la comida, al mercado de consumo de manera más o menos natural en Silicon Valley.
Todo se prueba con gran interés. Desde Eatsa, pionera en este tipo de comercios, han surgido más microlocales que proponen comida, bebidas o caprichos hechos sin la necesidad de que un humano intervenga en el proceso.
Zume es una pizzería con local en Mountain View, la misma localidad donde está la sede de Google. No es un lugar en el que se espere que vayan los clientes, sino que piden sus creaciones a través de una aplicación y un brazo automatizado amasa, echa la salsa de tomate y el queso, después van los pepperoni, el jamón, el bacon o la polémica piña. Todo depende de lo que se escoja en la pantalla del móvil. La entrega no se hace en la típica caja cuadrada de cartón, sino en un recipiente redondo de sustancia blanca biodegradable. Lo llaman pizzapod. La startup acaba de levantar 48 millones de dólares para optimizar su sistema y seguir experimentando.
En el Metreon, centro comercial en el corazón de San Francisco, junto a los jardines Yerbabuena, hay dos propuestas sorprendentes. Una máquina de ramen, Yo-Kai. Sí, la fiebre de la sopa de fideos japonesa, en dos sabores, lista en apenas un minuto. Abierto 24 horas, los siete días de la semana. El único problema es la demanda, tan alta que apenas permite funcionar unas horas al día. Las redes sociales se encargan de alertar cada vez que el contenedor verde de ramen está en funcionamiento con los cuencos listos y humeantes. Ya han plantado tres máquinas similares en el aeropuerto y una más en Plug and Play, una incubadora de hardware en Sunnyvale, al sur de Silicon Valley.
Cafe X no tiene trabajadores. El barista es un brazo automatizado que, tras recibir la orden y el pago en un iPad, prepara lo que se le pida: Capuccino, Cortado, Late… Con un toque de vainilla o avellana, con leche o sin ella… Después, cuando el cliente recibe un mensaje con un código en su móvil, lo pone en el iPad frente al cristal donde está el brazo trabajador y recoge la bebida no sin antes saludar al operario virtual. Sabe rico, tiene aroma y no se distingue del que haría un profesional.
¿Cambia esto el rumbo de la humanidad? No, al menos no por ahora. Pero sí abre las puertas a que llegue a más lugares. ¿Genera empleo? Sí y no. Quita empleados no cualificados, pero sí multiplica la cantidad de ingenieros y programadores con creaciones que impactan el mundo más cotidiano. Abre un debate, eso sí, sobre los empleos del futuro, la interacción y la artesanía. Y, algo indudable, es muy divertido ser consumidor de este tipo de servicios. Una mezcla entre magia, elogio de la experiencia y fascinación por el futuro, que se da desde que se aprieta el botón con la elección hasta que se lleva el café, la porción de pizza o los fideos del cuenco a la boca.
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