El fiasco de Juicero
Una licuadora de 400 dólares deja al descubierto las carencias de Silicon Valley
Invertir porque el equipo es increíble, porque estudiaron en una universidad de renombre o fueron de los primeros empleados de una de las empresas de moda. Quizá porque un dibujo en una servilleta hizo volar la imaginación o porque uno de los fondos de referencia ya entregó su cheque y nadie quiere quedarse fuera de la lotería de un hipotético nuevo unicornio (como se llama en el argot a las startups cuya valoración supera los 1.000 millones de dólares). Los motivos son variados, pero casi siempre encajan con alguno de los enumerados. La fiebre por poner el capital a trabajar hace que en muchas ocasiones se relajen los controles. Juicero es el último escándalo en Silicon Valley, un fiasco que evidencia la voracidad del sistema y los vicios adquiridos.
Juicero es una empresa que ofrece una máquina para hacer zumos naturales, una licuadora que a cambio de 700 dólares, precio que después bajó a 400, prometía un mejor rendimiento. Algo así como la versión inteligente del aparato tradicional. Su capacidad de seducción hizo que grandes del valle, como el fondo de inversión de Alphabet (matriz de Google) o Kleiner Perkins Caufield & Byers (KPCB, las siglas que todo emprendedor sueña con tener en su consejo), invirtieran 120 millones de dólares en lo que la compañía consideró el fruto del futuro: un líquido lleno de bondades que se puede disfrutar en cuestión de segundos en la comodidad del hogar, sin tener que ir hasta el centro comercial para ello. Sin mancharse los dedos con el exprimidor. Sin comprar fruta que puede terminar pudriéndose. Juicero aspiraba a ser el Nespresso del zumo. La empresa ofrecía compras por paquetes o por suscripción de sus cartuchos de concentrado de frutas. Al introducirlo en la máquina, como sucede con la tinta de las impresoras, se podía contrastar la fecha de caducidad. En pocos segundos Juicero tenía listo el zumo, de una sola fruta o de una combinación de varias previamente escogidas, bajo la promesa de un chute de vitaminas para superar las adversidades de la primavera.
¿Dónde estaba el timo? En que los cartuchos, una bolsa con la fruta ya troceada y comprimida, se pueden abrir con unas tijeras, y, en apenas dos minutos, obtener el mismo resultado en un vaso empujando con los dedos el contenido.
Jeff Dunn, fundador y consejero delegado de la empresa, ha escrito un post en el blog de su invento, restando importancia a la situación: “No es sencillo ver cómo durante una semana los titulares y las críticas se dirigen a un mismo sitio, pero estamos aprendiendo, escuchando y mejorando. Confiamos en superar la situación y mantener nuestra promesa para ayudar a la gente en su viaje hacia un estilo de vida saludable”.
Ante el escándalo, la empresa se ha ofrecido a recoger la máquina y devolver el dinero, pero mantiene que sus paquetes siguen teniendo sentido: “Hemos creado el primer circuito seguro de alimentado que hace este tipo de paquetes, desde el productor al consumidor. Además, calibramos el sabor para que siempre tenga la calidad deseada. Por último, tenemos datos conectados y trabajamos de cerca con la cadena de suministro, cuando un producto tiene más de ocho días, te avisamos”. Precisamente ese fue uno de los puntos que más ha molestado a los consumidores, las alertas en el móvil para consumir los paquetes, o bien desecharlos, y, por supuesto, para invitarles a seguir comprando más.
El aval de Dunn fue su origen. De directivo en Coca-Cola a un enamorado de las zanahorias, según él mismo explica en el blog.
En Silicon Valley, además de imaginación, sobra el sarcasmo. De manera coloquial se repiten dos comentarios. El primero, que lo importante es que sepas vender y a quién conoces. El segundo, que los negocios de éxito en Silicon Valley suplen las tareas que hacían las madres de los millennials antes de desplazarse a la Bahía: comida a domicilio, limpieza del hogar, recados, coches bajo demanda, la colada a través de una aplicación… Ambas aciertan por completo en esta sonrojante situación.
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