Alonso García de la Puente, psicólogo: “Donde primero se enteran de que estamos malos es en la farmacia y en el bar”
El director psicosocial del centro de paliativos del Hospital Centro de Cuidados Laguna comenta que nadie quiere morir solo, pero cuando la muerte es un tema tabú, no se aprende sobre esta
Es la hora de la merienda, y como luce el sol un lunes de octubre en Madrid, la terraza del Hospital Centro de Cuidados Laguna está llena de familias que meriendan y conversan. Hablan de recetas de cocina, del sorteo de la Bonoloto, detallan anécdotas de conocidos. Lo de todas las meriendas, solo que en estas uno de ellos lleva gotero. Aparece sonriente Alonso García de la Puente (Mérida, 40 años), director psicosocial del centro de paliativos, con la bata y el logo de la Fundación La Caixa. Lleva casi 11 años trabajando en el hospital, pero desde hace tiempo atiende a domicilio. “Cuando estaba en la universidad leí un poema de Manuel Machado Ars moriendi que habla del arte del buen morir. A partir de ahí descubrí que en la Antigua Roma existía una figura que acompañaba a las personas hasta sus últimos días, así que me encaminé por esa especialidad”, cuenta.
Pregunta. Su currículo dice que es psicólogo y director del Programa Final de Vida y Soledad. ¿Cómo se gestiona la soledad del paciente para que tenga un buen morir?
Respuesta. Nadie quiere morirse solo, y a veces el paciente intenta ponerle una sonrisa a todo esto, el familiar también, pero al final cada uno está en su isla sufriendo y solo. Donde primero se enteran de que estamos malos es en la farmacia y en el bar. El abuelillo que baja a diario al bar y deja de ir, el de la farmacia lo mismo. Nuestro trabajo es acompañar en todo momento, al paciente y a su entorno.
P. Estamos saturados de información, pero la muerte es el elefante en la habitación. ¿Qué pasa cuando alguien cruza la puerta de este centro?
R. Lo primero es conocer al paciente. Saber de dónde viene, cuál es su historial de enfermedades, pero también el familiar. Los hay que quieren ocultar lo que está sucediendo, otros están deseando contarte su vida. Poca gente llega con el trabajo hecho, porque vivimos dándole la espalda a esa realidad. Cuando conviertes la muerte en tabú, no la aprendes. Has visto ahora en la terraza a unas niñas, eso es maravilloso.
P. La merienda de tres generaciones, pero con un ingrediente extra: el gotero.
R. A veces cuando pregunto a los padres por qué no vienen los hijos me responden: “Es que no quiero que vean así a su abuelo”. Y les digo: “Pues el siguiente en la lista eres tú. Le has enseñado a montar en bici, a andar, a comer, enséñale también a cuidar”. Los que trabajamos aquí no somos unos especiales y unos sádicos, hay mucha belleza que aflora en esta etapa de la vida. Llevo tanto aquí porque eso es lo que me sostiene.
P. Dice también que hay historias que le sostienen.
R. Tengo una siempre en la cabeza, la más especial que he vivido. Se llamaba Isabel, fue prostituta, toxicómana, en su haber tenía haber pasado por todas las cárceles de España y lo contaba con cierto orgullo. Llegó aquí como todos, muriéndose, a los 57 años, con su pareja, Juan. Un tipazo. Venía muy enfadada con la vida, porque le había quitado la custodia de sus hijos, la habían violado de pequeña y se había tenido que fugar de su casa. Una historia terrible. Y aquí se dio cuenta de que nadie la miraba como una drogadicta o una prostituta, tú me dirás aquí quién tiene buen aspecto.
P. Llegó aquí y perdió las etiquetas.
R. Aquí te ponen el mismo camisón azul y la habitación es igual de grande que la del director de un banco, vengas por privado o por público. El personal que te trata es el mismo, te mira a la cara y te pregunta qué necesitas. Isabel empezó a sentirse mirada, querida, formando parte del mundo. Me decía: “Alonso, tiene cojones que me tenga que morir para empezar a vivir”.
P. ¿Qué se ha encontrado en los domicilios a los que acude?
R. Que los cuadros de encima de la cama vienen muy bien para colgar los goteros, y que si doblas una percha de las de la tintorería, las pones en una alcayata y te sirven para lo mismo. Me encuentro casas donde la gente vive arrestada, un cuarto piso sin ascensor, de muy pocos metros cuadrados, muchas camas de pacientes puestas en los salones, para estar todos juntos. Morir bien es cosa de ricos.
P. ¿Quién cuida de quien cuida?
R. Lo que encontramos en las familias es tristeza, es claudicación en la capacidad de cuidar, miedos, una soledad hasta administrativa. Aquí intentamos darles tiempo y un espacio al que llamamos ventilación emocional. Para que si quieren rompan a llorar, porque cuidar es cansado física y emocionalmente y porque los pacientes se vuelven un poco tiranos, y vuelcan sus cosas en aquellos que les cuidan, quienes más los quieren. La vergüenza que les da pensar que cuando se mueran les supondrá un alivio.
P. ¿Por qué tiene un cuadro del hijo pródigo en su despacho?
R. Lo puse cuando me tocó tratar a un violador. Él era el enfermo, y su hija era una cuidadora extraordinaria. Y un día, después de vernos mucho tiempo, me contó algo que no le había contado a nadie: “Mi padre me estuvo violando hasta los 14 años”. En ese momento, lo único que quieres es ir a esa habitación y estrangular a ese hombre, vengarte. Pero tu papel es el de sostener todo aquello, acoger. El hecho de contarlo y de que yo no la juzgase le supuso una liberación, porque la culpa siempre recae en las víctimas.
P. ¿Qué se hace con ese secreto de confesión laico?
R. En el caso de que estuviese pasando en ese momento, lo que puedo hacer es ayudarla a que si para su reparación es necesaria es la denuncia, lo haga. Pero lo tiene que ver ella. En este caso, había pasado mucho tiempo. Es verdad que he tenido caso de abusos, no físicos, que estaban sucediendo en ese momento, y lo he puesto en conocimiento de Servicios Sociales para que ellos pongan en marcha el protocolo de actuación. Lo que sí he descubierto durante todo este tiempo es la cantidad de gente que ha sido abusada en su infancia es brutal. Y cómo de adultos tienen numerosos duelos no resueltos.
P. En La habitación de al lado, Almodóvar dibuja la eutanasia. ¿Cree que es otra forma de buen morir?
R. Podría decirte que estoy en contra, pero no me gusta decirlo así porque da la sensación de que estoy en contra de la persona que la pide y de la persona que la práctica, y nada más lejos. Para mí ha sido un camino y un descubrimiento saber que por suerte yo no tengo que participar de eso porque no soy médico. Me toca acompañar a la persona a la que practican la eutanasia y lo hago igual que el resto. Ante la persona que desea morir no tengo nada que decir, entiendo que quieran porque tienen un sufrimiento intolerable. Como profesional yo pongo todos mis mecanismos para aliviar ese dolor, entendiendo que jamás lo voy a erradicar.
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