La reproducción asistida como última bala para ser madre: “Supone un esfuerzo económico y emocional enorme”
España superó por primera vez los 40.000 bebés nacidos mediante estas técnicas, según el registro de 2021 de la Sociedad Española de Fertilidad, lo que supone el 12% del total
Cada vez es más común que un bebé nazca por reproducción asistida en España. Mientras los nacimientos caen hasta mínimos históricos, estos tratamientos siguen en auge y han superado por primera vez la barrera de los 40.000 bebés, lo que supone el 12% del total de los nacimientos en España, según los datos cruzados del Registro Nacional de Actividad de 2021 de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF) y los del Instituto Nacional de Estadística.
La bebé de la malagueña Nieves Sánchez pertenece al grupo de los nacidos por reproducción asistida. Tras varios intentos infructuosos y un viaje emocional de altibajos interminables, consiguió quedarse embarazada en febrero del año pasado y tuvo a su hija cumplidos los 43. “Cada vez que te dicen que no se ha conseguido, te planteas dejarlo. Supone un esfuerzo económico y emocional enorme”, recuerda Sánchez.
La edad juega un papel clave en la fertilidad de las mujeres: a medida que esta aumenta, las probabilidades de quedarse embarazada descienden, sobre todo a partir de los 35. Y España es el país de las madres mayores, ya que uno de cada 10 nacimientos en 2021 fue de una mujer que ya había cumplido los 40, la mayor proporción de la Unión Europea. De media, las mujeres en 2022 tuvieron hijos a los 32,61 años.
La precariedad laboral de los jóvenes, las dificultades para encontrar una vivienda o la brecha de género son para la doctora en Demografía por la Universidad Autónoma de Barcelona Clara Cortina tres de los principales motivos que desencadenan una maternidad tardía. “Cuando se quedan embarazadas, muchas mujeres pierden oportunidades en el trabajo o ven reducido su salario. Por ello, esperan a tener una posición más consolidada”, argumenta Cortina. La también demógrafa Teresa Castro, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, añade que “todas las transiciones de la vida adulta se han retrasado, como la emancipación o el tener un trabajo estable”, lo que provoca que el primer hijo también se demore.
El presidente de la Sociedad Española de Fertilidad, Juanjo Espinós, añade además otro factor a la ecuación. “Hace unas décadas, tener un hijo era una obligación social; ahora es una elección”, apunta. Se medita mucho si tenerlo y cuándo hacerlo. A veces, cuando se toma la decisión, biológicamente ya es tarde. El presidente de la Asociación para el Estudio de la Biología de la Reproducción, Antonio Urries, remarca que “se está normalizando” ver madres de 50 años. “La gente se ve estupenda pasados los 40 y piensa que no va a tener problemas para quedarse embarazada”, razona, y añade que “el cuerpo no se ha enterado de los cambios sociales”.
La fecundación in vitro, que consiste en unir los óvulos y los espermatozoides en un laboratorio para transferir los embriones resultantes al útero, es la técnica más habitual y representa el 88% del total de nacimientos por reproducción asistida, según el registro de 2021 de la SEF, último año del que se tienen datos disponibles. El resto se produce mediante inseminación artificial, en la que esta unión se realiza en el cuerpo de la mujer.
Aunque no es una ciencia exacta, se estima que a partir de los 35 años y sin donación ovárica, la probabilidad de lograr un embarazo natural es de solo un 14% por cada ciclo menstrual y, a partir de los 40, baja hasta un 4%, según la Sociedad Americana de Medicina Reproductiva. A los 25, en cambio, la probabilidad es de un 25%. En los hombres, se calcula que a partir de los 45 años desciende la calidad del semen, según la doctora en Biología y experta en reproducción asistida Rocío Núñez. Aunque matiza que esto “no es suficiente para que en reproducción asistida no se consiga el embarazo, ya que con un único espermatozoide válido es suficiente”.
Núñez considera una trampa que únicamente se centren los esfuerzos en mejorar las técnicas de reproducción. “Hay que favorecer que la mujer se quede embarazada en su edad fértil, antes de los 35”, expresa.
Sánchez no tuvo más remedio que utilizar los óvulos de otra mujer, una decisión que no fue sencilla. “Tienes en la cabeza que, al no llevar tus genes, no es tuyo”, comenta, y recuerda que tuvo que solicitar asistencia psicológica para superar el “duelo genético”.
Aunque la media de edad a la que las parejas acuden para realizarse alguno de los tratamientos se sitúa alrededor de los 39 años, cada vez son más las mujeres que optan por congelar sus óvulos para poder utilizarlos más adelante. Es el caso de Marisol, valenciana de 43 años que prefiere no dar su apellido. Ella decidió hacer la congelación ovárica a los 37 porque su ritmo de vida laboral como enfermera era incompatible con ser madre en ese momento y ahora está embarazada. “Cuando mi hija cumpla los 25 años le voy a insistir en que haga una reserva”, cuenta.
Negocio de las clínicas
La legislación española permite acceder a los tratamientos de reproducción asistida mediante la sanidad pública, aunque con una serie de condicionantes. La edad límite a la que se pueden someter a estas técnicas son los 40 años en la mayoría de las autonomías —en la Comunidad de Madrid se amplió hasta los 45 y en otras es hasta los 38— y se permite la transferencia máxima de tres embriones. Las largas listas de espera, que en algunos casos son de más de un año, suponen una barrera añadida.
Agotada la vía pública, muchas mujeres optan por seguir intentándolo en la privada, donde el gasto económico se dispara. El precio final depende de variables como las clínicas, el tratamiento aplicado o el número de intentos, pero se estima que la inseminación artificial cuesta entre 700 y 1.700 euros y la fecundación in vitro alrededor de unos 5.000 cuando es con óvulos propios y de unos 8.000 cuando es con ajenos. La malagueña del inicio del reportaje, por ejemplo, se vio obligada a pedir un préstamo y tuvo que recurrir a la ayuda de sus padres para poder costear todo el tratamiento.
El negocio de las clínicas privadas de reproducción asistida no ha dejado de crecer en la última década. De los 360 millones de euros de facturación obtenidos en 2014 se pasó a los 570 en 2022, con un único año de decrecimiento a causa de la pandemia, según el Observatorio Sectorial DBK. El fondo de inversión KKR ha visto en estas empresas un nicho de negocio y a principios de 2023 decidió comprar la compañía española Instituto Valenciano de Infertilidad por 3.000 millones de euros.
Infertilidad
Pero acudir a una clínica de reproducción asistida no asegura el embarazo. Hay mujeres para quienes este proceso se alarga durante años y termina agotándolas mentalmente. Así lo cuenta Cristina Malta, de 41 años y oriunda de Seseña (Toledo), que ha realizado múltiples intentos desde que, hace cinco años, decidió ser madre junto a su pareja.
Primero probó la vía de la sanidad pública, pero el resultado fue negativo. Una vez extinguida esta vía pasó a la privada, donde realizó tres transferencias. En la primera se quedó embarazada, pero a las seis semanas tuvo un aborto; en la segunda no consiguió que fecundara y en la tercera también se quedó encinta, pero a las nueve semanas ya no había latido. “Fue un momento de mi vida bastante traumático, emocionalmente me vine abajo”, recuerda Malta, que tras cada resultado negativo se ha planteado abandonar el proceso definitivamente. “He sentido estrés, frustración, ansiedad y envidia”, relata.
Tanto Esther Segura, barcelonesa de 37 años, como Haridian Pérez, tinerfeña de 31, relatan secuelas psicológicas similares a las de Malta e inciden en la falta de tacto de algunos de los profesionales con los que se han encontrado. “Médicamente están superpreparados, pero para el tema emocional falta formación”, resume Segura.
Las tres mujeres, que acudieron a la asociación Red Nacional de Infértiles, también mencionan la dureza de los comentarios que personas de su entorno realizan sin maldad, pero que pueden llegar a ser “hirientes”. “Te preguntan si le vas a dar un nieto a tu madre”, cita Malta. “Ver a una mujer embarazada me duele”, lamenta Segura.
A pesar del desgaste emocional y económico acumulado, Malta todavía ha sacado fuerzas para hacer un intento más. “De esto tengo que sacar algo. No sé si voy a ser madre, pero si mi testimonio sirve para ayudar a una sola mujer, habrá valido la pena”, sentencia.
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