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Una de cada seis personas tiene infertilidad: “Esta enfermedad es un duelo continuo”

Cuatro mujeres relatan su experiencia y critican que un problema con tan alta prevalencia siga siendo un tabú

Helena Fernández, presidenta Red Nacional de Infertiles
Helena Fernández, presidenta de la asociación para pacientes Red Nacional de Infértiles, a la izquierda, y Paula Nistal, el viernes en Madrid.Santi Burgos
María Sosa Troya

Una de las tantas veces que Helena Fernández se refugió en internet, llegó a un blog en el que comenzó a leer su historia: su tristeza, su sentimiento de culpa, su angustia, su enfado, su soledad. No se lo podía creer. Era otra mujer quien escribía y relataba su propia experiencia, pero ella sintió que estaba leyendo sobre sí misma. “Esta enfermedad es un duelo continuo”, cuenta. Empieza con cada regla que rompe la ilusión de que, esta vez sí, iba a haber un embarazo. Cada tratamiento de fertilidad que no da resultado es un golpe. Cada aborto, la pérdida de un hijo que ya no va a nacer. La infertilidad afecta a una de cada seis personas en el mundo, hombres y mujeres, y la Organización Mundial de la Salud la considera un problema de salud pública. Sin embargo, Fernández sentía que nadie la comprendía cuando dio con aquel texto en la red. “Todos pensamos que esto es algo que les pasa a otras personas, que no te va a ocurrir a ti”. Pero ocurre. “Y sigue siendo un tabú”.

El relato de aquel blog podría haberlo escrito la propia Fernández. También Paula Nistal, María del Carmen Reyes o Míriam Aguilar. Son las cuatro protagonistas de este artículo. Todas han lidiado con la infertilidad. Con la frustración, el dolor y la desesperanza. Fernández y Nistal finalmente fueron madres, Reyes sigue en tratamiento, Aguilar decidió dejar de intentarlo. El problema afecta a hombres y mujeres, “pero se sigue pensando que no poder tener un hijo es responsabilidad de la mujer, es a ella a la que se le dice que se le va a pasar el arroz, es a ella a la que se le dice que se estresa [y por eso hay dificultades]”, se queja Fernández. La presión social es mayor. De aquella necesidad que tenía ella de que alguien le cogiera la mano y la ayudara a sostenerse nació hace ya nueve años la asociación de pacientes Red Nacional de Infértiles, que ahora tiene 2.700 socios, la mayoría mujeres. Este sábado marchan en Madrid para concienciar sobre la enfermedad.

En la web de la Sociedad Española de Fertilidad se explica que en un tercio de los casos, la infertilidad es consecuencia de factores femeninos; en otro tercio, masculinos, y en el resto de las ocasiones, la causa es de origen desconocido o una combinación de factores entre el hombre y la mujer. Según sus datos de 2019, basados en los registros de quienes recurrieron a la fecundación in vitro con óvulos propios, la indicación fue por un factor femenino en el 40% de las veces; masculino en el 20% de las ocasiones, por causas de ambos en un 21% y por origen desconocido en un 11% (no suma el 100% porque también hay otros casos a tener en cuenta, como por ejemplo parejas con enfermedades infecciosas).

La OMS describe la infertilidad como la enfermedad del sistema reproductivo masculino o femenino consistente en la imposibilidad de conseguir un embarazo después de al menos 12 meses de relaciones sexuales sin métodos anticonceptivos. En el mayor informe efectuado hasta la fecha, hace solo unos meses, el organismo internacional pidió a los gobiernos que incrementen “urgentemente el acceso a servicios de fertilidad asequibles y de alta calidad para quienes los requieren”. La Red Nacional de Infértiles, que preside Fernández, presentó en abril en el Congreso de los Diputados su decálogo de peticiones. Entre ellas, el “acceso igualitario a los tratamientos de fertilidad de todos los usuarios de la Seguridad Social, independientemente de su lugar de residencia, que se revise el límite de edad en el acceso y el número de intentos” en el sistema público. Además, un programa de prevención y que se reduzcan las listas de espera.

“Hay frases brutales”

Fernández y su pareja comenzaron a buscar el embarazo cuando ella tenía 32, y llevaban un año intentándolo cuando un test dio, al fin, positivo. “Se lo dijimos a todo el mundo”. A las pocas semanas, lo perdió. Vivían en un pueblo pequeño, había gente que no lo sabía y seguía dándole la enhorabuena. “No te preocupes, es el primero, ya volverás a quedarte embarazada; mujer legrada, mujer embarazada”. Eso tuvo que escuchar por entonces. “Hay frases brutales, que fueron haciendo mella y llegó un momento en que dejé de compartir la situación en la que estaba. Me sentía juzgada, no entendida”. Tuvo que ir al hospital y la experiencia la marcó. “El médico me dijo que podía sacarlo con unas pinzas y así no teníamos que entrar en quirófano. Cogió los restos, los tiró en un cuenco metálico y dijo: ‘Esto ya está'. Se quitó los guantes y se fue”. Allí se quedó ella, mirando aquel cuenco, devastada.

Después de aquello comenzó el tratamiento de reproducción asistida, por el sistema público. Pasaron los meses y los años, y entretanto, tratamientos que no dieron resultado. Pinchazos, medicación, un sinfín de consultas médicas. Un segundo aborto. Antes del tercer tratamiento, sintió que había llegado su límite. “Emocionalmente, ya no podía más. Acordé con mi pareja que sería el último”. Pero llegó el embarazo y, pese a las complicaciones que la tuvieron más de 30 días ingresada, hace nueve años nació su hijo. “Cuando le oímos el latido del corazón por primera vez, lloramos como locos, hasta la ginecóloga, la responsable de medicina interna…”, recuerda Fernández, que hoy tiene 45 años, vive en Zaragoza y ha cambiado de profesión: ya no es directora de formación, se dedica plenamente a la presidencia de la asociación.

En 2020, el último año para el que hay datos, se llevaron a cabo en España —tanto por el sistema público como por el privado—, 152.236 tratamientos de reproducción asistida, un 16% menos que en 2019, según los datos de la Sociedad Española de Fertilidad. El bajón se atribuye a la pandemia, pero su presidente, Juan José Espinós, afirma que ya se han recuperado los niveles previos a la covid. Cuenta que cada vez llegan personas más mayores. “Prácticamente, el 80% de los tratamientos se hace en centros privados”, dice. Tanto a parejas que tienen dificultades como a mujeres que deciden ser madres en solitario. Él sostiene que quienes llegan a la privada lo hacen debido a las limitaciones que se encuentran en la pública. Por ejemplo, las listas de espera, que la Red Nacional de Infértiles asegura que pueden llegar a los dos años en algunas comunidades. “Existe una norma genérica por la cual se limita el acceso a técnicas de reproducción asistida a las mujeres de más de 40 años, pero cada comunidad fija sus máximos; eso es lo que permite, por ejemplo, que en Madrid se haya subido a los 45. La donación de ovocitos no se lleva a cabo en la mayoría de las autonomías. Hay regiones donde se excluye de los programas [a mujeres] por tener una baja reserva ovárica”, detalla Espinós.

María del Carmen Reyes, el jueves en su casa de Basauri (Bizkaia).
María del Carmen Reyes, el jueves en su casa de Basauri (Bizkaia).Fernando Domingo-Aldama

María del Carmen Reyes, de 38 años, se casó con su marido en 2016 y quisieron ser padres enseguida. “El proceso consiste en esperar, esperar mucho”, dice. “Siempre digo lo mismo: veo que la gente está subiendo un bloque de pisos, cogen el ascensor y llegan a la azotea. Mi marido y yo vamos andando al primero, al segundo, al tercero, y ahí nos dan una patada; y vuelta a empezar”. Así describe cómo se siente al ver que otras parejas tienen hijos y ellos no han podido. Hasta 2020 no se hicieron el primer tratamiento, por el sistema público vasco, dado que ambos residen en Basauri (Bizkaia).

Ni este ni el segundo dieron ningún resultado. Tampoco el tercero ni tampoco el cuarto, que fue el año pasado. “Ahí sí me rompí en pedazos porque sabía que era la última oportunidad [por el sistema público]. Me dio la realidad en la cara y me dije: espérate, que a lo mejor no lo consigo”. Reyes trabaja en una escuela infantil y estuvo de baja unos meses. “Se me paralizó la vida”. Hasta que recurrió a ayuda psicológica, y fue recomponiéndose. Está pendiente de un quinto tratamiento, esta vez en la privada. Ahora está más fuerte, aunque hay días en que sigue sintiéndose “hundida”.

“Toqué fondo y ahora me conozco mejor”

La historia de Paula Nistal culmina tras ocho tratamientos. Del octavo nacieron sus mellizas. Decir que el camino ha sido duro es poco. “Tuve tres abortos en un año”. Y sigue: “El deseo de ser madre lo he tenido siempre, pero no veía el momento. Conseguí mi plaza de funcionaria, luego compré mi casa, formé una pareja estable. Cuando tuve todos los checks, nos pusimos en marcha y empezamos con los problemas de infertilidad. La noticia es como tirarte un jarro de agua fría, pero multiplicando las dimensiones”. A los 43 años, esta madrileña relata que su andadura fue por el sistema público, pero que se gastaron unos 15.000 euros en pruebas que se hacían en clínicas privadas y en medicación.

También ella pidió ayuda psicológica. “Toqué fondo tantas veces, que ahora me conozco mucho mejor”, dice. “Con el segundo aborto, la psicóloga me dijo: no te veo tan mal. Le contesté: ‘Con el primer embarazo pensé que me moría del dolor. Me duele en el alma, pero ahora sé que se puede salir’. La pérdida a nivel psicológico es tan fuerte que hasta te duele el cuerpo”. Cuando se quedó embarazada de sus hijas, hasta la semana 20 no se atrevió a contarlo. Encontrar a personas que estuvieran atravesando lo mismo que ella la ayudó a sobrellevar aquellos años.

Míriam Aguilar, en una imagen tomada el viernes en Barcelona.
Míriam Aguilar, en una imagen tomada el viernes en Barcelona. MASSIMILIANO MINOCRI

El sentimiento de soledad, de duelo, es algo que destacan las cuatro entrevistadas. Míriam Aguilar, que tiene 45 años y vive en Barcelona, cuenta que ahora se siente fuerte para contar su historia. “Decidí dejar de intentar ser madre después de ocho años. Elegí que no quería hacer nada más. Se puede parar, aunque la sociedad, los médicos, la familia, los amigos… todo te invita a seguir”, resume. Pero tanto ella como su pareja estaban agotados.

Aguilar se quedó embarazada de forma natural cuatro veces, y las cuatro veces tuvo un aborto. “Sentía que iba a tener un bebé, y lo perdía. Me quedaba otra vez, y lo volvía a perder”. La decisión fue “un alivio”. Tenía miedo, dice. “Crecemos con la creencia de que si no tienes hijos no serás feliz. Durante años, te proyectas en un futuro siendo algo que al final no eres. Esto ha sido una oportunidad para revisar qué pienso y qué quiero en la vida”. Ella no solo se ha sentido incomprendida mientras buscaba el embarazo, también cuando decidieron parar. “Es más difícil que la sociedad acepte que no vamos a ser madres a que nosotras mismas lo aceptemos”, critica. “He querido ser madre mucho, pero también he sabido reconocer dónde estaban mis límites y qué era lo que yo no quería, y seguramente en algún momento los he rebasado”. Ahora ayuda a otras personas que lidian con problemas de fertilidad. E insiste: “Se puede parar”.

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Sobre la firma

María Sosa Troya
Redactora de la sección de Sociedad de EL PAÍS. Cubre asuntos relacionados con servicios sociales, dependencia, infancia… Anteriormente trabajó en Internacional y en Última Hora. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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